CAPÍTULO 10- “This boots are made for walking”


   Caminaron mucho, sin parar (no sé cuánto será humanamente posible, pero más o menos hasta el otro día). Sin parar siquiera cuando Albert se resbaló por un barranco, ni cuando unos perros salvajes los obligaron a dar un rodeo de la ruta que Ian se esforzaba en mantener.
   Cuando finalmente se sientien seguros, se animan a un breve descanso turnándose con guardias de a dos. Casi no hablan. El viaje, que nunca había sido muy alegre, se ha vuelto fúnebre.
   La cuestión es que de repente se va todo al carajo. Una tarde, ya a mitad de camino, cuando el aire polvoriento del desierto parecía imperturbable, un balazo retumba entre las piedras de los acantilados. No alcanzó a ninguno de los tres, pero dudaron que fuera uno de advertencia: suenan otros disparos, y unas siluetas oscuras se asoman entre las rocas.
    Una lanza, arrojada con fuerza y puntería, se hace lugar a través de la coraza de Albert y se hunde en la carne del torso. El viajero cae, ya empezando a perder sangre por la herida.
  Ian dispara hasta quedarse sin balas, pero sólo una vez se escucha un grito, indicio de  que en algún blanco había dado.
   Salidos de lo que parecía la nada misma, un largo grupo de piratas los rodea de inmediato. Esta vez eran bastantes más que dos (pongamos seis o siete) y la mayoría tenía armas de fuego. Ian fue golpeado hasta soltar el arma, y Natasha bajó la suya cuando notó que le estaban apuntando desde tres puntos diferentes. Albert, en el suelo, iba dejando la vida en un charco de sangre.
   Es necesario que uno de ellos aclare, en pocas palabras, que los piratas, en general con una muy bien ganada fama de disparar y ahorrarse los discursos, se permiten contener el impulso y decidir la mejor manera de eliminar sus víctimas, cuando quieren vengarse lentamente por un compañero caído (supongo que esto, además de ser conveniente a la trama, nos muestra que pueden ser un enemigo inteligente). En este caso, con bajar uno y tener dos vivos desarmados se calmaron.
   Otro de ellos los señala, conversando con el que parecía estar a cargo de la banda. Natasha reconoció al que los apuntaba con el dedo: era el jovencito que logró escapar del primer encuentro con los bandidos. El de más autoridad habló:
- Qué bueno que no se murieran enseguida. Aunque el drogadicto éste no los hubiera reconocido, igual nos hubiéramos dado cuenta de que andaban por ahí con la ropa de los nuestros. Ustedes son los que mataron a dos Khans hace unos días. No van a tener tanta suerte.
-Nosotros…-empezó Natasha, pero uno de los bandidos la hizo callar pegándole en la cara con el mango de su lanza. Ian gruño, pero ya lo tenían agarrado entre tres, uno de los cuales aparte lo apuntaba, con el caño de la pistola bien apretado contra el cráneo.
-Garl “Mano-de-la-muerte” sabe que tres personas salieron hace poco de Arenas Sombreadas. A vos, flaco, nuestro jefe tiene ganas de escucharte lo que sepas sobre el pueblito ese… despacito, despacito, le vas a responder al “mano muerta” cuál es la mejor manera de saquearles el rancho.

   Empezaron a armar un campamento, no tanto para comer y dormir como para repartirse ahí mismo las cosas que les sacaron a los viajeros. Los manoseos fueron inevitables, y Natasha adivinaba que lo próximo que se repartirían sería su cuerpo mismo. Pensó en la escena patética que darían sus padres si se enteraran lo mal que estaba terminando su misión. Se encontró evaluando si sufrirían más porque la mataran o porque la violaran entre varios. Ella misma no sabe qué la espantaba más.
   El que estaba a cargo charla aparte con otros asaltantes de más rango, y después de una discusión breve se vuelve a los prisioneros.

-Preferiríamos que ninguno de ustedes tenga la ventaja de morirse enseguida. Vos, morocha, quédate tranquila que te vamos a hacer durar todo el viaje. Para cuando lleguemos con Garl, te va a encontrar bien ablandada. Por tu amigo el de la melena no te preocupes, que como prometimos va a llegar más o menos intacto al interrogatorio del jefe. Después de eso, es otra cosa. Pero al que se está muriendo lo tendríamos que despachar ahora, porque no nos va a aguantar todo el camino, y además no hace falta. Lo que sí, una pena tener que hacer las cosas a las apuradas: métanle otra lanza pero por el culo.
  Una vez que el pirata termina de dar la orden, la cabeza le explota literalmente en mil pedazos (es un decir: no sé si fueron tantos).
   El resto del cuerpo cae primero de rodillas, y luego se desploma hacia adelante.

  Imaginemos ver bien de cerca las dos bocas del caño doble de una escopeta, todavía echando humo. Imaginemos que, con un lento fogonazo, expulsa un puñado de perdigones, cuyo recorrido seguimos hasta que alcanza el estómago de otro bandido. Algunos disparos más, ya a velocidad normal, terminan de poner en fuga a los piratas. Es decir, a los que no habían caído muertos o heridos.

  Detrás de las escopetas disparadas había una decena de personas bien entrenadas, protegidas por unas chaquetas de cuero marrón que da una idea de uniforme. En resumen: los viajeros habían sido rescatados por una patrulla de Agentes de “Pueblochatarra”, que se acercó sigilosamente, alertada por la balacera.
   Estos Agentes que dentro de su ciudad se apegan a leyes y procesos, cuyo alcalde los obliga a cumplir a rajatabla, tienen en cambio una sentencia expeditiva para los asaltantes de caminos: incluso a los heridos los pasaron a cuchillo de manera rápida y metódica. Para Ian y los habitantes del refugio, por otra parte, desplegaron todo el amparo de la Ley, hasta llevarlos a salvo detrás de los muros reciclados de la ciudad vertedero.

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