Caminaron mucho, sin parar (no sé cuánto
será humanamente posible, pero más o menos hasta el otro día). Sin parar
siquiera cuando Albert se resbaló por un barranco, ni cuando unos perros
salvajes los obligaron a dar un rodeo de la ruta que Ian se esforzaba en
mantener.
Cuando finalmente se sientien seguros, se
animan a un breve descanso turnándose con guardias de a dos. Casi no hablan. El
viaje, que nunca había sido muy alegre, se ha vuelto fúnebre.
La cuestión es que de repente se va todo al
carajo. Una tarde, ya a mitad de camino, cuando el aire polvoriento del
desierto parecía imperturbable, un balazo retumba entre las piedras de los
acantilados. No alcanzó a ninguno de los tres, pero dudaron que fuera uno de
advertencia: suenan otros disparos, y unas siluetas oscuras se asoman entre las
rocas.
Una lanza, arrojada con fuerza y puntería,
se hace lugar a través de la coraza de Albert y se hunde en la carne del torso.
El viajero cae, ya empezando a perder sangre por la herida.
Ian dispara hasta quedarse sin balas, pero
sólo una vez se escucha un grito, indicio de
que en algún blanco había dado.
Salidos de lo que parecía la nada misma, un
largo grupo de piratas los rodea de inmediato. Esta vez eran bastantes más que
dos (pongamos seis o siete) y la mayoría tenía armas de fuego. Ian fue golpeado
hasta soltar el arma, y Natasha bajó la suya cuando notó que le estaban
apuntando desde tres puntos diferentes. Albert, en el suelo, iba dejando la
vida en un charco de sangre.
Es necesario que uno de ellos aclare, en
pocas palabras, que los piratas, en general con una muy bien ganada fama de
disparar y ahorrarse los discursos, se permiten contener el impulso y decidir
la mejor manera de eliminar sus víctimas, cuando quieren vengarse lentamente
por un compañero caído (supongo que esto, además de ser conveniente a la trama,
nos muestra que pueden ser un enemigo inteligente). En este caso, con bajar uno
y tener dos vivos desarmados se calmaron.
Otro de ellos los señala, conversando con el
que parecía estar a cargo de la banda. Natasha reconoció al que los apuntaba
con el dedo: era el jovencito que logró escapar del primer encuentro con los
bandidos. El de más autoridad habló:
- Qué bueno
que no se murieran enseguida. Aunque el drogadicto éste no los hubiera
reconocido, igual nos hubiéramos dado cuenta de que andaban por ahí con la ropa
de los nuestros. Ustedes son los que mataron a dos Khans hace unos días. No van
a tener tanta suerte.
-Nosotros…-empezó
Natasha, pero uno de los bandidos la hizo callar pegándole en la cara con el
mango de su lanza. Ian gruño, pero ya lo tenían agarrado entre tres, uno de los
cuales aparte lo apuntaba, con el caño de la pistola bien apretado contra el
cráneo.
-Garl
“Mano-de-la-muerte” sabe que tres personas salieron hace poco de Arenas
Sombreadas. A vos, flaco, nuestro jefe tiene ganas de escucharte lo que sepas
sobre el pueblito ese… despacito, despacito, le vas a responder al “mano
muerta” cuál es la mejor manera de saquearles el rancho.
Empezaron a armar un campamento, no tanto
para comer y dormir como para repartirse ahí mismo las cosas que les sacaron a
los viajeros. Los manoseos fueron inevitables, y Natasha adivinaba que lo
próximo que se repartirían sería su cuerpo mismo. Pensó en la escena patética
que darían sus padres si se enteraran lo mal que estaba terminando su misión.
Se encontró evaluando si sufrirían más porque la mataran o porque la violaran
entre varios. Ella misma no sabe qué la espantaba más.
El que estaba a cargo charla aparte con
otros asaltantes de más rango, y después de una discusión breve se vuelve a los
prisioneros.
-Preferiríamos
que ninguno de ustedes tenga la ventaja de morirse enseguida. Vos, morocha,
quédate tranquila que te vamos a hacer durar todo el viaje. Para cuando
lleguemos con Garl, te va a encontrar bien ablandada. Por tu amigo el de la
melena no te preocupes, que como prometimos va a llegar más o menos intacto al
interrogatorio del jefe. Después de eso, es otra cosa. Pero al que se está
muriendo lo tendríamos que despachar ahora, porque no nos va a aguantar todo el
camino, y además no hace falta. Lo que sí, una pena tener que hacer las cosas a
las apuradas: métanle otra lanza pero por el culo.
Una vez que el pirata termina de dar la
orden, la cabeza le explota literalmente en mil pedazos (es un decir: no sé si
fueron tantos).
El resto del cuerpo cae primero de rodillas,
y luego se desploma hacia adelante.
Imaginemos ver bien de cerca las dos bocas
del caño doble de una escopeta, todavía echando humo. Imaginemos que, con un
lento fogonazo, expulsa un puñado de perdigones, cuyo recorrido seguimos hasta
que alcanza el estómago de otro bandido. Algunos disparos más, ya a velocidad
normal, terminan de poner en fuga a los piratas. Es decir, a los que no habían
caído muertos o heridos.
Detrás de las escopetas disparadas había una
decena de personas bien entrenadas, protegidas por unas chaquetas de cuero
marrón que da una idea de uniforme. En resumen: los viajeros habían sido
rescatados por una patrulla de Agentes de “Pueblochatarra”, que se acercó
sigilosamente, alertada por la balacera.
Estos Agentes que dentro de su ciudad se
apegan a leyes y procesos, cuyo alcalde los obliga a cumplir a rajatabla,
tienen en cambio una sentencia expeditiva para los asaltantes de caminos:
incluso a los heridos los pasaron a cuchillo de manera rápida y metódica. Para
Ian y los habitantes del refugio, por otra parte, desplegaron todo el amparo de
la Ley, hasta llevarlos a salvo detrás de los muros reciclados de la ciudad
vertedero.
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