Volvemos a la línea temporal de nuestros
protagonistas. Ya fuera del bar, los habitantes del refugio y sus compañeros
ven las primeras luces del amanecer. Unos pocos lugareños comienzan su jornada,
saliendo de sus casas de aglomerado y chapas de zinc. Otros vuelven a las
suyas, desde el bar o desde el cuadrilátero que está detrás, donde el campeón local
termina de destrozar a su oponente, y su manager recoge el dinero de las
apuestas. La mayoría de los jugadores del casino no tardarán en salir, cuando
el fin de la jornada nocturna sea evidente incluso allí adentro.
Dos de esos trasnochados tienen problemas
para entrar a su vivienda (una casucha levantada entre el bar y el casino) y
sus gritos llegan hasta el grupo de los cuatro viajeros. Ellos se detienen a
ver qué pasa, y la pareja se les acerca desesperada para pedirles ayuda:
-¡Hay un
perro de mierda que no nos deja entrar a la casa! ¿No podrían por favor
sacárnoslo de encima?
-Con mucho
gusto- acepta Ian.
Muy servicial, desenfunda su metralleta con
ganas de probarla de una vez.
-Momento,
señor Ian- lo detiene Tycho- ¿No será demasiado usar una ametralladora para
solucionar el problema con un perrito indefenso?
-¿No lo vio
bien?-dice el dueño de la casa, señalando al animal, que gruñe mostrando los
colmillos- No es un perro, es un demonio de cuatro patas… anda rondando el
barrio desde hace días.
- Tome esto,
señorita- le pide Tycho a Natasha, poniéndole en las manos una lata de carne
para perros y un viejo cortaplumas del ejército suizo- tenía pensado almorzarlo
más tarde, pero si quiere puede hacerle un favor al animalito.
Natasha reprime un gesto de asco ante la
aclaración, aunque seguramente el viajero ha comido cosas peores en el
desierto. Pero para el perro es un manjar, y ella se lo ofrece con delicadeza:
arma bolas de carne y se las deja cada vez más cerca. El animal, un callejero
negro y grande, devora las albóndigas enseguida, y se tranquiliza
automáticamente. Come la última directamente de la mano de la viajera.
Agradecido, refriega el hocico contra las piernas de Natasha, que se arrodilla
a acariciarlo.
-Gracias,
señores- les dijo la mujer- Realmente no es culpa del perro, desde que
desapareció el dueño, se volvió un animal salvaje.
-¿Quién era
el dueño?- preguntó Albert, pasando a su vez la mano por el lomo del perro.
- No sabemos
bien. Un extranjero de paso por el pueblo, con acento raro y vestido de cuero
¿Se imaginan, todo de cuero en el desierto? Se metió con la gente de Gizmo y no
lo vimos más.
-“Gizmo”-repitió
Natasha, mientras la pareja se mete rápidamente en su casa- Ya amaneció y Lars
no aparece… ¿Nos habremos desencontrado?
En ese momento, no muy lejos de donde
estaban, por la puerta del casino salen empujándose todos los clientes y
empleados que quedaban dentro.
-Nos
desencontramos- afirma Ian-Ya empezó la redada.
Entran en el casino con cuidado, aunque
ahora está vacío. Ian y Natasha, que conocen el lugar, les indican que los
sigan. Empieza la música de acción que ya conocemos, pero con un toque más
épico. Cada uno desenfunda su arma, y vemos sucesivamente las manos de Ian
preparando su metralleta, las de Albert su pistola, Tycho la escopeta, Natasha
el rifle y, finalmente, el hocico del perro.
Ladra, olfatea y se acerca a Natasha
mansamente.
-Parece que
la bola de pelos te sigue de cerca- dice Ian mientras se asoma por la puerta de
la siguiente sala del casino.
-A todos nos
pueden conquistar por el estómago- comenta Tycho mientras abre otra puerta- La
ley del hambre es fuerte.
Ian lo mira sin apreciar mucho su
intervención.
- Sigo
prefiriendo más resolver las cosas con un arma que con una albóndiga.
-Albóndiga
sería un buen nombre- piensa Natasha mientras lo usa para llamar al perro a su
lado. Albóndiga responde, y avanza junto a ella. Albert lo ve reunirse con el
grupo.
-“Albóndiga”.
Parece que lo acepta.
Cuando
ya están todos en la última sala del casino, escuchan disparos que salen desde
el fondo del lugar. Ian y Natasha saben que vienen de la oficina del mafioso.
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