CAPÍTULO 15: “El Ranger de Nevada”


   Albert, rengueando con mucho cuidado a causa de su herida reciente, llega al “Pozo de Escoria”, el único y mugriento bar de la ciudad. Según le ha dicho la dueña del hotel, es donde se junta “la peor calaña de los alrededores”. En ese sentido, tiene buena ubicación: el bar está rodeado, delante, por el casino, y detrás, por un precario ring de peleas callejeras, donde Albert alcanza a distinguir al campeón local preparándose para enfrentar a un oponente, mientras su manager levanta las apuestas.
   La noche ha avanzado bastante, y cuando cruza la puerta, iluminada por la luz titilante del cartel con el nombre del bar, se encuentra con una concurrencia animada. En la barra están acodados los clientes menos amigables, tomando su alcohol de unos vasos solitarios. En el centro, llamando la atención, unos pandilleros molestan a una mesera. En una esquina, un hombre casi afinado canta viejas canciones populares, tratando de imponerse sobre el ruido. Logra despertar algunos aplausos de los clientes más alegres, que ocupan las mesas cercanas a él.
   Pero en la del rincón más oscuro del bar se sienta un hombre silencioso, ya maduro, calvo y con un impermeable cubierto por el polvo del páramo. Albert esquiva su mirada y se acerca a la barra, donde el cantinero le está sirviendo unas cervezas aguadas a unos parroquianos.
   De repente, un pandillero especialmente ruidoso se sobrepasa con la camarera, que corre asustada llamando a los gritos a su novio ausente. Pero el cantinero, sin mucho protocolo a la hora de defender a sus empleados y mantener el orden de su negocio, saca un arma de debajo de la barra y, con una ráfaga determinante, reparte pedazos del delincuente por el piso, las paredes del bar y los clientes cercanos. Sus amigos, un par de jóvenes tan pendencieros como el muerto, se retiran maldiciendo al dueño del “Pozo”, jurando venganza. El clima anterior al altercado se retoma sin mucha demora, y junto con la música cada cual vuelve a su estado original.
   El cantinero guarda el arma y se apresura a servirle algo a Albert, despotricando contra “estos-pendejos-de-mierda-que-el alcalde-tiene-que-cagar-a-tiros”. Albert trata de llevar el tema criminal desde los delincuentes juveniles hacia Gizmo, pero ante ese nombre, el cantinero responde con bromas y evasivas. Después de unos pocos comentarios sobre el casino y “los-vagos-que-van-ahí-a-perder-plata”, vuelve a preguntarle qué se va a servir. Albert, para disimular, pide algo de tomar.
   Rechazando las opciones etílicas, se conformó con una botella de Nuka-cola, la típica gaseosa de antes de la guerra. En forma, diseño y contenido, es exactamente igual a la de las viejas publicidades que vio en el refugio… Albert apura el trago, evitando calcular qué tan posible era que la empresa haya sobrevivido a la Gran Guerra y, después de ocho décadas, haya retomado la producción de refrescos. Al notarla caliente y sin gas, descarta esa posibilidad.
   Mientras bebe, siente la mirada del pelado de impermeable, estudiándolo desde su mesa al otro lado del salón. Mal disimuladas (quizá intencionalmente) bajo su impermeable se adivinan una escopeta y una gastada coraza de cuero. Del respaldo de la silla cuelga una elaborada máscara de gas, que más parece un casco. Hace juego con el impermeable y la coraza, como si fuera una especie de uniforme. Sus miradas se cruzan un momento y el extraño, con un gento casi amistoso, empuja la silla vacía con el pie, invitando a Albert a sentarse a su mesa en el rincón. Él, sin pensar demasiado, se acerca.
-Se ven muchas caras nuevas todos los días por acá- lo aborda el hombre, acomodándose en su silla- pero usted realmente no pasa desapercibido. ¿Eso que tiene puesto es el uniforme de una Bóveda?
-Es verdad. Vengo de un refugio antiatómico. ¿Y tu uniforme, de dónde lo sacaste?
-Bueno, gracias por tutearme. Es de los Rangers de Nevada[1]. Igual que mi padre, y mi abuelo, y su abuelo… y así.
-¿Nevada? Eso sería…
-Al norte, bastante lejos de acá. Pero tengo asuntos por esta zona que debería atender.
-¿Encargarse de los criminales de lugares como éste?
-Mmm… todos los Rangers estamos entrenados con la orden de sobrevivir y mejorar el mundo como podamos; pero en este caso, si no me lo piden no debería meterme. Aunque alguien debería, sí. Me pareció verlo a usted preguntando por Gizmo: cuidado, hay personas de la ciudad que hay que esquivar más que a las criaturas de las Tierras Baldías.  
-Seguro conocés muchos secretos de la vida al aire libre.
-Por supuesto. Si usted invita algo de tomar, le suelto algunos consejos que quizás un día le salven la vida…
-¿Una Nuka-Cola?
-Gracias, pero prefiero una buena cerveza: fría, negra y fuerte…
   Albert estira su brazo y llama a la mesera.



[1] Dejamos en inglés la palabra “ranger” (que significa, aproximadamente “montaraz, guardabosque, explorador”) ya que en castellano no encontramos una traducción exacta para este tipo de justiciero o guardia forestal experimentado en la vida al aire libre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario