Albert, rengueando con mucho cuidado a causa
de su herida reciente, llega al “Pozo de Escoria”, el único y mugriento bar de
la ciudad. Según le ha dicho la dueña del hotel, es donde se junta “la peor
calaña de los alrededores”. En ese sentido, tiene buena ubicación: el bar está
rodeado, delante, por el casino, y detrás, por un precario ring de peleas
callejeras, donde Albert alcanza a distinguir al campeón local preparándose
para enfrentar a un oponente, mientras su manager levanta las apuestas.
La noche ha avanzado bastante, y cuando
cruza la puerta, iluminada por la luz titilante del cartel con el nombre del
bar, se encuentra con una concurrencia animada. En la barra están acodados los
clientes menos amigables, tomando su alcohol de unos vasos solitarios. En el
centro, llamando la atención, unos pandilleros molestan a una mesera. En una
esquina, un hombre casi afinado canta viejas canciones populares, tratando de
imponerse sobre el ruido. Logra despertar algunos aplausos de los clientes más
alegres, que ocupan las mesas cercanas a él.
Pero en la del rincón más oscuro del bar se
sienta un hombre silencioso, ya maduro, calvo y con un impermeable cubierto por
el polvo del páramo. Albert esquiva su mirada y se acerca a la barra, donde el
cantinero le está sirviendo unas cervezas aguadas a unos parroquianos.
De repente, un pandillero especialmente
ruidoso se sobrepasa con la camarera, que corre asustada llamando a los gritos
a su novio ausente. Pero el cantinero, sin mucho protocolo a la hora de
defender a sus empleados y mantener el orden de su negocio, saca un arma de
debajo de la barra y, con una ráfaga determinante, reparte pedazos del
delincuente por el piso, las paredes del bar y los clientes cercanos. Sus
amigos, un par de jóvenes tan pendencieros como el muerto, se retiran
maldiciendo al dueño del “Pozo”, jurando venganza. El clima anterior al
altercado se retoma sin mucha demora, y junto con la música cada cual vuelve a
su estado original.
El cantinero guarda el arma y se apresura a
servirle algo a Albert, despotricando contra “estos-pendejos-de-mierda-que-el
alcalde-tiene-que-cagar-a-tiros”. Albert trata de llevar el tema criminal desde
los delincuentes juveniles hacia Gizmo, pero ante ese nombre, el cantinero
responde con bromas y evasivas. Después de unos pocos comentarios sobre el casino
y “los-vagos-que-van-ahí-a-perder-plata”, vuelve a preguntarle qué se va a
servir. Albert, para disimular, pide algo de tomar.
Rechazando las opciones etílicas, se
conformó con una botella de Nuka-cola, la típica gaseosa de antes de la guerra.
En forma, diseño y contenido, es exactamente igual a la de las viejas
publicidades que vio en el refugio… Albert apura el trago, evitando calcular
qué tan posible era que la empresa haya sobrevivido a la Gran Guerra y, después
de ocho décadas, haya retomado la producción de refrescos. Al notarla caliente
y sin gas, descarta esa posibilidad.
Mientras bebe, siente la mirada del pelado
de impermeable, estudiándolo desde su mesa al otro lado del salón. Mal
disimuladas (quizá intencionalmente) bajo su impermeable se adivinan una
escopeta y una gastada coraza de cuero. Del respaldo de la silla cuelga una
elaborada máscara de gas, que más parece un casco. Hace juego con el
impermeable y la coraza, como si fuera una especie de uniforme. Sus miradas se
cruzan un momento y el extraño, con un gento casi amistoso, empuja la silla
vacía con el pie, invitando a Albert a sentarse a su mesa en el rincón. Él, sin
pensar demasiado, se acerca.
-Se ven
muchas caras nuevas todos los días por acá- lo aborda el hombre, acomodándose
en su silla- pero usted realmente no pasa desapercibido. ¿Eso que tiene puesto
es el uniforme de una Bóveda?
-Es verdad.
Vengo de un refugio antiatómico. ¿Y tu uniforme, de dónde lo sacaste?
-Bueno,
gracias por tutearme. Es de los Rangers de Nevada[1]. Igual que mi padre, y mi
abuelo, y su abuelo… y así.
-¿Nevada? Eso
sería…
-Al norte,
bastante lejos de acá. Pero tengo asuntos por esta zona que debería atender.
-¿Encargarse
de los criminales de lugares como éste?
-Mmm… todos
los Rangers estamos entrenados con la orden de sobrevivir y mejorar el mundo
como podamos; pero en este caso, si no me lo piden no debería meterme. Aunque
alguien debería, sí. Me pareció verlo a usted preguntando por Gizmo: cuidado,
hay personas de la ciudad que hay que esquivar más que a las criaturas de las
Tierras Baldías.
-Seguro
conocés muchos secretos de la vida al aire libre.
-Por
supuesto. Si usted invita algo de tomar, le suelto algunos consejos que quizás
un día le salven la vida…
-¿Una
Nuka-Cola?
-Gracias,
pero prefiero una buena cerveza: fría, negra y fuerte…
Albert estira su brazo y llama a la mesera.
[1] Dejamos
en inglés la palabra “ranger” (que significa, aproximadamente “montaraz,
guardabosque, explorador”) ya que en castellano no encontramos una traducción
exacta para este tipo de justiciero o guardia forestal experimentado en la
vida al aire libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario