Imaginemos una vez más el interior del
casino, pero ahora con la actividad del amanecer. El lugar no cierra, sólo que
hay menos clientes (los peores: adictos al juego que ni se enteran de la hora,
los desesperados que han perdido mucho, prestamistas que circulan como buitres,
y los desahuciados que no tienen dónde ir). Las primeras luces del alba, al
filtrarse por las contadas ventanas, no ayudan a esconder que el lugar está más
vacío y más mugriento.
En este horario hay pocos ruidos alegres:
predominan los insultos y casi todas las risas son de gente borracha. Y el
clima es cortante, porque para quienes deben algo se acerca la hora de pagar.
El ambiente insano se corta cuando entran,
de golpe, las fuerzas del orden.
El sargento
Lars, escopeta en mano, dice unas pocas y efectivas palabras:
-Todo el
mundo afuera.
Hay un instante de silencio e inmovilidad, y
luego la marea humana se vacía a los empujones por la puerta principal. Los
guardias de Gizmo habrán tenido un breve impulso de permanecer en su puesto,
pero al ver entrar también al alcalde Darkwater, con paso decidido, creyeron
más oportuno cumplir con su jefe saliendo a detener al menos a los que se iban
sin pagar. Varios agentes corren tras los hombres de Gizmo, atrapando a la
mayoría en plena huida.
-Los
mercenarios que convocaste no llegaron- le comenta, por lo bajo, el sargento al
alcalde.
-No importa.
Ya lo tenemos donde queremos.
Con plena confianza en sus leyes y en sus
pruebas, Killian se dirige a la oficina de Gizmo, acompañado solamente del
Sargento Lars. Entran sin golpear la puerta.
-Así que a
esto hemos llegado- se sorprende, aunque no tanto, Gizmo. Parece no tener
custodia alrededor.
-A esto hemos
llegado, Gizmo. Ya tenemos evidencia en tu contra, vas a tener que acompañarnos
a la cárcel.
Gizmo se ríe y alza los gruesos brazos sobre
la cabeza. “Si pueden levantarme de la silla, los acompaño sin ofrecer más
resistencia que la de mi propio peso”.
Los hombres de la ley se miran dudando un
momento, y bajan las armas para intentar moverlo. Sin que lo vean, el
guardaespaldas del mafioso se acerca desde su escondite en un rincón, sonando
los nudillos al ajustarse la manopla. El sargento y el alcalde se giran para
apuntarle pero Gizmo, en un movimiento bastante rápido para su mano fofa, saca
un arma del cajón más próximo (una muy bien conservada Máuser 9 mm de color
dorado) y dispara al alcalde. Con una herida importante (pongamos en un brazo,
aunque puede ser un hombro o incluso la mano), Killian se refugia detrás de un
sillón. El guardaespaldas, cuyo nombre no me acuerdo y no interesa, recibe un
disparo de Lars en pleno pecho, pero la coraza de metal que lleva puesta lo
protege lo suficiente. Se arroja sobre el sargento y lucha con él por la
escopeta. Desde atrás del sillón, ya perdiendo sus fuerzas, el alcalde trata de
acertarle a Gizmo asomando apenas el arma (y, a causa de su herida, erra el
tiro cada vez, aunque sin recibir los que le dedica la Máuser del
mafioso).Acorralado, espera entonces una buena oportunidad para dispararle al
guardaespaldas sin herir a Lars, con el que está peleando.
El mafioso sería un blanco fácil en otras
circunstancias, pero aquí corre con algunas ventajas: 1) domina todo el
panorama, apuntando cómodamente desde su escritorio, 2) no se está desangrando,
y 3) no le importaría matar a su propio hombre tratando de acertarle al
sargento. Consciente de esto, abandona por un momento su atención sobre el
escondite del alcalde, y dispara sin mucho miramiento a los dos hombres que
luchan. Dos tiros rápidos: el primero (“ups”) le da efectivamente a su
guardaespaldas (Izo, ese es el nombre del sicario) que cae con una herida
tolerable (pierna, brazo, etcétera) y el segundo, inmediato, acierta al
sargento en pleno pecho. Izo no demora en arrastrarse para tomar su escopeta.
Ambos delincuentes apuntan al sillón detrás del que Killian Darkwater va
perdiendo la vida. Gizmo ríe: “Nunca me gustó tu olor, Killian. Ya es hora de
borrarlo para siempre”.
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