Razlo resultó un hombre más parecido a un
artesano que a un médico. Su esposa lo ayudaba en las curaciones de personas y
ganado. La casa, fresca y limpia, tenía estantes con diversos frascos, y una
pieza, apenas separada con una cortina, de la que se escapan gemidos
inquietantes. Mientras se lava las manos en una vasija, les explica lo que sabe
del tema: “Los Escorpiones Rad parecen
una versión exageradamente grande de los Pandinus Imperator -una clase de
artrópodo de hábitos en general nocturnos- Si su tamaño es fruto de la
evolución natural o de la mutación radioactiva, no lo sé…”
Albert y Tandi tratan de prestarle atención,
pero los gemidos detrás de la cortina se intensificaban. Razlo lo nota, y pide
a su esposa que se encargue del enfermo. Luego continuó dando cátedra,
mostrándoles un dibujo en un pedazo de cuero: “Pero claro, su peligro es el
potente veneno que tienen en una bolsa debajo de su cola, y que inyectan con el
aguijón en la punta. Jarvis, el hermano de Seth, está ahí atrás sufriendo desde
hace días. Si pudiera obtener una buena muestra de veneno, podría desarrollar
un antídoto…”.
Albert, tratando de mostrarse seguro y sin
dejar de ver si sus palabras llegan a impresionar a Tandi, promete traerle lo
necesario de la cueva de los escorpiones. La propuesta, pareciera, entusiasma
más al doctor que a ella.
Ahora, cambiemos rápidamente de locación, y
veamos el ya conocido arco de la entrada: Natasha, por su parte, pone a Seth al
tanto de su oferta.
-Les
agradecemos su ayuda, extranjeros. Yo puedo indicarles el camino, pero no puedo
alejarme mucho de mi puesto. Una vez en la cueva, estarán abandonados a su
suerte. ¿Están de acuerdo?
Luego
de un nuevo cambio de entorno y una elipsis temporal, encontramos a Albert y
Natasha frente a la entrada de la cueva. Aún es de día, pero en pocas horas la
luz del sol dejará de ofrecerles su protección, en caso de escape. Un silencio
intranquilo los envuelve cuando se los traga la oscuridad de la caverna.
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