Si puede decirse así (exagerando un poco las
capacidades demográficas de Arenas Sombreadas) “una multitud” se reunió en la
entrada del pueblo cuando Seth anunció, a lo lejos, el regreso de los viajeros.
Los vemos acercarse, él con ella en brazos, contra un sol rojo que muere en el
horizonte del desierto.
“Aún no es momento de cantar victoria” les
aclara Albert al cruzar el arco, mientras aparta a los curiosos para llegar a
la choza de Razlo.
-No se ve
nada bien, a decir verdad- diagnostica el doctor, tocando la frente amarillenta
de la víctima- está peor que Jarvis… debe haber recibido una dosis muy alta. Si
no puedo elaborar un antídoto para mañana, quizás los efectos sean
irreversibles…
-Doctor, aquí
tiene el aguijón que me pidió. Pongo en usted toda mi confianza.
Fue una noche larga, durante la cual todo el
pueblo, en ansiosa vigilia, comentó constantemente los pormenores del suceso.
Al llegar el día, la situación no había avanzado, aunque tampoco empeorado
irremediablemente. Albert recibió despierto el amanecer, y sólo dejó la choza
del doctor cuando Tandi, tratando de distraerlo, lo guio en un dedicado recorrido
por la aldea. La compañía de la hija de Aradesh ayudó bastante a pasar la
jornada.
Juntos, visitaron los magros cultivos de los
granjeros. Albert desayuna con ellos unas frutas que parecen podridas y llenas
de llagas, de sabor agridulce, o tal vez agri-agrio, por la cara que él pone al
probarlas. En cuanto pudo se acercó a examinar las plantaciones para escupir lo
bocados que ya no podía tragar, fingiendo examinar las plantas de la era
post-nuclear. Los granjeros fingieron no ver su disgusto por la fruta. Se
congració con ellos al recordar ciertas nociones elementales de agricultura
(aprendidas en el refugio, donde nunca hubiera podido aplicarlas) y
recomendarles implantar cultivos rotativos, y otras técnicas para aprovechar
más el terreno y mejorar las cosechas.
Katrina le enseñó cuestiones básicas de la
vida en las Tierras Baldías. Una vez que le hubo comentado sobre el trueque
(“en esta época el método universalmente aceptado para intercambiar bienes y
servicios”) le muestra la moneda que utilizan los mercaderes de El Eje:
-Son…
chapitas de botellas- nota Albert, incrédulo.
-Chapas
–asiente Katrina- Son pequeñas, livianas, resistentes y útiles. Siempre llevá
una bolsita llena.
“El material
con el que están hechos los sueños…” murmura Albert, examinando una de cerca.
Algunos campesinos le regalan unas, entre
otras precarias muestras de
agradecimiento: sogas trenzadas a mano, más fruta rancia, viejos papeles
que alguna vez fueron revistas. Acarició muchos perros y algunas de las
brahmin, aprendiendo a perderles el miedo a los primeros y el asco a las
segundas.
Hacia el final del día, ya se sabe el nombre
de cada persona y animal en la comunidad. Se siente casi feliz.
Cuando cae de nuevo la noche, y Tandi es
obligada a ir a dormir, Seth lo lleva a la Casa de Guardias. Allí habitan
varios hombres desconfiados de todo, siempre listos para ayudar a Seth contra
cualquier amenaza.
Albert trata de pasar desapercibido
sentándose en un rincón. No tiene ganas de contar otra vez la aventura que estuvo
repitiendo todo el día, así que agradece que uno de esos hombres rudos esté
tratando de ser el centro de atención. Este no sólo se distingue por llevar el
pelo largo y una chaqueta de cuero negra: tiene un aire desafiante y seguro que
Albert no ve en ninguno de los campesinos de Arenas Sombreadas. Antes de que
Seth se lo confirme, adivina que es el viajero de El Eje que Aradesh mencionara
el día anterior. No cruzarán por ahora ninguna palabra, pero sí una mirada
incómoda, que Albert desvía enseguida pero el otro sostiene, como si lo
estuviera midiendo.
Esa noche, el habitante del refugio logra
quedarse dormido junto a la cama de Natasha, sobre unas mantas de pelo de
brahmin estiradas en el piso de la choza de Razlo. El sueño lo vence mientras ve al médico y a
su esposa sobre su mesa de trabajo, muy concentrados, analizando el contenido
de unos frascos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario