CAPÍTULO 7- "El descanso de los héroes"


   Si puede decirse así (exagerando un poco las capacidades demográficas de Arenas Sombreadas) “una multitud” se reunió en la entrada del pueblo cuando Seth anunció, a lo lejos, el regreso de los viajeros. Los vemos acercarse, él con ella en brazos, contra un sol rojo que muere en el horizonte del desierto.
   “Aún no es momento de cantar victoria” les aclara Albert al cruzar el arco, mientras aparta a los curiosos para llegar a la choza de Razlo.
-No se ve nada bien, a decir verdad- diagnostica el doctor, tocando la frente amarillenta de la víctima- está peor que Jarvis… debe haber recibido una dosis muy alta. Si no puedo elaborar un antídoto para mañana, quizás los efectos sean irreversibles…
-Doctor, aquí tiene el aguijón que me pidió. Pongo en usted toda mi confianza.

   Fue una noche larga, durante la cual todo el pueblo, en ansiosa vigilia, comentó constantemente los pormenores del suceso. Al llegar el día, la situación no había avanzado, aunque tampoco empeorado irremediablemente. Albert recibió despierto el amanecer, y sólo dejó la choza del doctor cuando Tandi, tratando de distraerlo, lo guio en un dedicado recorrido por la aldea. La compañía de la hija de Aradesh ayudó bastante a pasar la jornada.
   Juntos, visitaron los magros cultivos de los granjeros. Albert desayuna con ellos unas frutas que parecen podridas y llenas de llagas, de sabor agridulce, o tal vez agri-agrio, por la cara que él pone al probarlas. En cuanto pudo se acercó a examinar las plantaciones para escupir lo bocados que ya no podía tragar, fingiendo examinar las plantas de la era post-nuclear. Los granjeros fingieron no ver su disgusto por la fruta. Se congració con ellos al recordar ciertas nociones elementales de agricultura (aprendidas en el refugio, donde nunca hubiera podido aplicarlas) y recomendarles implantar cultivos rotativos, y otras técnicas para aprovechar más el terreno y mejorar las cosechas.
   Katrina le enseñó cuestiones básicas de la vida en las Tierras Baldías. Una vez que le hubo comentado sobre el trueque (“en esta época el método universalmente aceptado para intercambiar bienes y servicios”) le muestra la moneda que utilizan los mercaderes de El Eje:
-Son… chapitas de botellas- nota Albert, incrédulo.
-Chapas –asiente Katrina- Son pequeñas, livianas, resistentes y útiles. Siempre llevá una bolsita llena.
“El material con el que están hechos los sueños…” murmura Albert, examinando una de cerca.
   Algunos campesinos le regalan unas, entre otras precarias muestras de  agradecimiento: sogas trenzadas a mano, más fruta rancia, viejos papeles que alguna vez fueron revistas. Acarició muchos perros y algunas de las brahmin, aprendiendo a perderles el miedo a los primeros y el asco a las segundas.
   Hacia el final del día, ya se sabe el nombre de cada persona y animal en la comunidad. Se siente casi feliz.

   Cuando cae de nuevo la noche, y Tandi es obligada a ir a dormir, Seth lo lleva a la Casa de Guardias. Allí habitan varios hombres desconfiados de todo, siempre listos para ayudar a Seth contra cualquier amenaza.
   Albert trata de pasar desapercibido sentándose en un rincón. No tiene ganas de contar otra vez la aventura que estuvo repitiendo todo el día, así que agradece que uno de esos hombres rudos esté tratando de ser el centro de atención. Este no sólo se distingue por llevar el pelo largo y una chaqueta de cuero negra: tiene un aire desafiante y seguro que Albert no ve en ninguno de los campesinos de Arenas Sombreadas. Antes de que Seth se lo confirme, adivina que es el viajero de El Eje que Aradesh mencionara el día anterior. No cruzarán por ahora ninguna palabra, pero sí una mirada incómoda, que Albert desvía enseguida pero el otro sostiene, como si lo estuviera midiendo.
   Esa noche, el habitante del refugio logra quedarse dormido junto a la cama de Natasha, sobre unas mantas de pelo de brahmin estiradas en el piso de la choza de Razlo.  El sueño lo vence mientras ve al médico y a su esposa sobre su mesa de trabajo, muy concentrados, analizando el contenido de unos frascos…

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