PRÓLOGO
“Guerra. La Guerra nunca cambia”. Esa es la
primera línea de la película, según la recuerdo. Arranca con la pantalla negra
y la frase dicha por una voz adulta, masculina, profunda y en inglés (el idioma
original del film). Entonces se proyecta una luz blanca que marca un cuadrado
en una pared, mostrándonos además un clásico profesor de escuela (de bigotitos
y birrete, como el de “The Wall”) parado en un ángulo del sector iluminado. Él
es el que habla, mientras un proyector de diapositivas (de ahí sale la luz) va
pasando imágenes de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Ciudades reducidas a
escombros, gente escapando entre edificios en ruinas, esas cosas. Todo en
blanco y negro.
El profesor sigue hablando sobre los
desastres bélicos de la historia: cómo tantos imperios se levantaron para y por
conseguir los recursos de las naciones rivales, las que, a su tiempo, también
se levantaron y cayeron.
Mientras imparte la lección, el plano se
amplía. En la penumbra entrevemos ahora elementos típicos del aula: algunos
mapas y globos terráqueos, láminas infantiles, un pizarrón… materiales
didácticos muy comunes a mediados de siglo XX. Una bandera con barras y
estrellas asoma en un rincón. Antes de que el plano cambie, vemos desde atrás
las cabezas de varios alumnos sentados en sus pupitres. Algunos tienen el pelo
rapado en la nuca y los costados, otros llevan gorritas con la visera
levantada, y hay niñas con trenzas. Se adivina que varios son rubios, y no les
deben faltar pecas. Ahora desde el fondo de la escena, el profesor pide la
próxima diapositiva; alguien, a quien la cámara todavía no toma, cambia la
fotografía presente (unos aviones bombarderos cruzando los cielos) por otra con
el impresionante hongo de una explosión nuclear. El docente sigue: “En nuestros
días, el botín y las armas son lo mismo: las últimas reservas de petróleo y
uranio”.
En ese momento uno de los estudiantes
levanta la mano, y su brazo queda en primer plano. En la penumbra de la clase,
se destaca la luz verde que emite la pantalla de una computadora portátil
ajustada en la muñeca del chico.
-¿Es por eso
que los chinos están invadiendo Alaska, profesor? Mi papá dice que si no fuera
por nosotros, esos rojos comunistas ya hubieran aplastado Canadá.
-Qué raro
usted interrumpiendo, alumno… ¿Harold, verdad?
El profesor suspira, y pide que se apague el
proyector y se enciendan las lámparas. Un robot de muchos brazos mecánicos, el
modelo “Mr. Handy” que venía pasando las diapositivas, detiene el aparato, lo
guarda en un armario metálico y prende las luces del aula.
Ahora vemos muchos otros detalles
electrónicos alrededor, y nuestra impresión de estar en una escuela antigua se
disuelve: todos los alumnos llevan una computadora similar en la muñeca, y el
mismo profesor tiene, debajo de la túnica, una pierna ortopédica llena de
cables y botones. Activa el pizarrón (en verdad, un monitor de gran tamaño) y
muestra un mapa de la parte norte del continente americano. También se puede
ver la fecha, hora y clima: recordemos sólo que es el año 2077; los otros datos
no interesan, y además como espectador no los retuve. Sí noté que la bandera
del rincón tiene los típicos colores de U.S.A., pero muchas menos estrellas.
“Por defender esos recursos es que anexamos
el territorio de Canadá. Sabia decisión, que no supieron seguir los ahora
separados estados europeos (acá el maestro amplía el mapa en el pizarrón
virtual, hasta abarcar el mundo). Así es, jóvenes, el planeta se divide en
pequeñas y grandes potencias luchando entre sí; el fantasma de una nueva guerra
mundial está más presente que nunca…"
El discurso sigue así un par de frases más,
pero lo interesante viene cuando una alarma antibombas interrumpe la clase, y
obliga a los alumnos a sacar de sus pupitres unas máscaras de gas. El docente
toma una de su escritorio, y desenfunda una pistola cargada con algún tipo de
fosforescencia verde. Con un par de órdenes firmes organiza a sus estudiantes y
los lleva a través de los pasillos, donde se mezclan con otros cursos; en un
procedimiento algo desordenado se suben a distintos transportes escolares
blindados.
Rezagado del grupo, el chico que había
preguntado algo en clase está ahora de pie en el patio, inmóvil, viendo a la
distancia. Es rubio nomás, y en su cara de asombro vemos las pecas que ya
habíamos adivinado: la calle está siendo patrullada por una compañía de
soldados de infantería, protegidos por una brillante armadura tecnológica que
les cubre el cuerpo por completo, dándoles la apariencia de tanques de guerra
humanos. Sus manos enguantadas, tan bien protegidas como el resto del cuerpo
por placas de metal reforzado, sujetan firmemente unas armas enormes, algunas
de las cuales disparan unos láser hacia fuera del plano.
Uno de ellos le apunta al muchachito con una
ametralladora descomunal (como la de "Terminator" en la parte dos). A
lo mejor nada más busque darle un buen susto. Con una fuerte voz de mando,
amplificada por los micrófonos del casco, lo llama bruscamente a la realidad:
sus ojos no se ven, detrás del lente oscuro de la visera del casco, pero por el
tono de las palabras que surgen entre sus filtros anti-gas, tubos respiradores
y orificios de ventilación, entendemos que el militar no tiene paciencia. Le
ordena algo así como que suba “el culo a uno de los vehículos”, que están
llevando a la gente hasta los refugios más cercanos. El pibe (Harold, si mal no
recuerdo) sale corriendo de inmediato.
La próxima escena muestra al docente
subiéndolo a un transporte escolar mientras lo reta, y luego vemos la cara del
chico pegada al vidrio de una ventana lateral del vehículo, mirando el cielo.
La última imagen, antes de los títulos introductorios, es el mismo transporte
visto desde el otro costado, que al arrancar nos deja ver, a la distancia, un
paisaje urbano sobre el cual se elevan las columnas de humo de unos cuantos
hongos radioactivos.
Entonces, el volumen de la banda sonora sube, y leemos los créditos con los nombres de la producción y sus creadores:
“Fallout, una película post-nuclear”. Lo que sigue es una versión más o menos
fiel de ese largometraje.
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