CAPÍTULO 3- "Las Tierras Baldías"

          Más allá de la boca de la cueva, se extiende un desierto interminable. Una vez que recargan sus armas, descienden por la ladera de la montaña, llenándose la vista con el polvoriento paisaje desolado.
  Seguir el mapa del Pip-Boy no era nada difícil. Esa pequeña computadora de bolsillo, (reloj, agenda, calendario, reproductor de holodiscos y varios etcéteras según convenga a la trama) estaba pensada para ser usada por los habitantes del refugio desde la infancia. Según su indicación, la Bóveda 15 estaría a unos diez días de viaje hacia el Este. En un cuadrante del mapa todavía inexplorado, aparece una cruz de malta color rojo. Líneas del mismo color indican en pantalla su trayectoria.
   Sin hablar demasiado, empiezan la marcha.
   Albert no tardó mucho en quitarse los lentes protectores. Al otro día, luego de habérselos sacado durante su turno de guardia nocturna, ya pudo ver el amanecer en todo su esplendor. Natasha, menos irresponsable, recién se dará ese permiso al atardecer.
   El primer rastro de civilización demoró bastante en dejarse ver. Promediando el cuarto día de viaje, entre unas matas de pasto seco, distinguieron algo negro. Se acercaron con mucho sigilo, apuntando las armas, hasta identificar lo que quedaba de un viejísimo neumático. Albert se entusiasmó tanto que quiso llevárselo con ellos, a lo cual se opondría tajantemente Natasha. Ella, para no perder tiempo discutiendo el asunto, de una patada hizo rodar el neumático hasta un acantilado, por el que cayó rebotando. El ruido fue grande y el eco lo aumentó.
   Albert se asomó al precipicio lamentando la pérdida. Supongo que pudo distinguirlo entre las piedras del fondo, pero sin duda no pudo saber qué más había debajo… de haber visto con más detenimiento, hubiera notado que el neumático no sólo había golpeado rocas al caer.
   Aprovecharon el alto para recuperar energías. Es decir, comer algo. Las cantimploras siguen bien provistas, aunque el agua no les sobra. El racionamiento de comida era parte de la vida en el refugio: aun sin ser Oficiales de Cocina, cada habitante cumplía cada semana tareas de inventariado y distribución de alimentos (cocidos, reciclados o en conserva) en el Comedor Comunitario. Así que podían estirar sus provisiones hasta llegar a la Bóveda 15 y volver incluso sin agotarlas, pero el agua tendría que ser repuesta en algún momento. Por el bien del refugio y de ellos mismos, más valía que la otra bóveda estuviera habitada y funcionando.
   Mientras discuten respecto de la mejor manera de dosificar las cantimploras, escuchan los primeros ruidos a sus espaldas. Un “clic-clac” entre las rocas, que suena cinco o seis veces por secuencia, y se detiene cada vez que ellos se vuelven.
-¿Piedritas que se desprenden?- pregunta Albert.
-Demasiado repetitivo para eso… ¿más ratas?
   No era ninguna de esas opciones, claro. Cuando estaban a punto de acercarse al borde del acantilado desde donde salía el ruido, salta hacia ellos, por fin al descubierto, un enorme escorpión del tamaño de una vaca. Los efectos especiales no son malos, y la criatura (diseñada con un buen programa de CGI, no como esos baratos de cine de bajo presupuesto) se ve bastante real.
   Sacudiendo las pinzas y el aguijón, cae encima de Natasha, inmovilizándola debajo de sus patas y haciéndole soltar el arma. Albert, sin mucha buena puntería, logra descargarle tres tiros, de los cuales uno acierta en el caparazón y alcanza para llamar la atención del monstruo, que ahora va tras él. Natasha, liberada, recupera su pistola y vacía el cargador sobre el escorpión, mientras Albert esquiva unos aguijonazos que, de acertarle, podrían haberlo atravesado de lado a lado.
   Herido de muchas balas, el escorpión mutante se encoge, para morir hecho un ovillo sobre su propia sangre. Los exploradores, luego de tomarse mucho tiempo para recuperar el aliento y recargar las armas, examinan el cadáver (los despojos sí están hechos con efectos prácticos reales, y cualquier espectador podría apreciar que ya no son un truco de computadora).
   Los viajeros no podrían saber si esta bestia era un ejemplar único, o si había toda una raza de escorpiones radiados (o cualquier otro insecto) que pudieran encontrarse en el camino…
   De nuevo cae la noche. Cuando termina su turno de guardia, Albert se duerme soñando con tarántulas de cincuenta pies de alto, sacadas de viejísimas películas de mediados del Siglo XX.

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