Ya es de noche, pero Albert no puede dormir.
Alrededor de la cama le han dispuesto sus cosas, para que esté lo más cómodo
posible. Sobre una silla que oficia de mesa de luz, han colgado su bolso de
viaje, las armas y colocado su amuleto de la suerte, el muñeco rubio que remeda
un habitante del refugio. Su sonrisa de plástico se ve optimista. Albert se
siente considerablemente bien, pero frustrado por saber que sus compañeros
están realizando alguna misión interesante en esa ciudad nueva. Por ahora, se
ve más como una carga en el viaje que como un verdadero aventurero. Se levanta
con algo de esfuerzo, y camina por el cuarto hasta un espejo. Por un momento ve
su imagen reflejada: ni aun posando con el arma desenfundada se ve tan rudo
como los personajes de las películas que recuerda.
Jugando con su pistola, simula apuntar y
disparar al espejo en la pared: “Pum”. Justo en ese momento, la pared tiembla,
el espejo cae y escucha un grito del otro lado, desde el cuarto vecino. Albert
se sobresalta y mira el arma asombrado, como si su disparo imaginario hubiese
sido la causa. Se ríe de sí mismo, pero la sorpresa se convierte ahora en
curiosidad. Comete la imprudencia de salir a ver qué pasa.
Ni bien asoma la cabeza fuera de la
habitación, la recepcionista corre hacia él: “Un tipo armado está atacando a mi
amiga Cintia, vea si puede ayudarla” le suplica con firmeza, dándole a entender
que la escopeta que guarda bajo el mostrador sólo empeoraría las cosas.
“Por qué no llamará a la policía, quién dijo
que estoy preparado para este nivel de conflicto” se pregunta Albert, mientras
abre la puerta de la pieza que le señala la recepcionista antes de salir
probablemente a buscar algún agente.
Una mujer muy, pero muy atractiva, está
siendo apuntada por un hombre alteradísimo, con todo el aspecto de ser alguien
con demasiados años de vida delictiva.
Desde luego, Albert no es bien recibido.
-¡Quedate
quieto! ¡Si das un paso la mato, pero la mato en serio eh!
Albert toma aire, y repasa mentalmente en
qué película o qué libro había visto una situación así… cree recordar un film
con un actor moreno negociando rehenes.
-Tranquilo,
no hay necesidad de usar la violencia- Empieza. Y empieza bien: el criminal se
sorprende, ya que no está acostumbrado a charlar los problemas.
Albert sigue, tratando de usar frases que no
suenen muy huecas, pero los “podemos hablarlo” y “estoy acá para ayudar” son
inevitables. Con un “contame por qué querés lastimarla” el tipo empieza a
aflojar.
-Ella se rió
de mí. Y hizo que todos se rían- “E hizo”, piensa Albert, pero sabe que no es
momento de corregir gramática. Se contiene de preguntar la causa de las risas,
y se enfoca en cómo salir de ésta con todos felices. “Money makes the world go
round”[1], piensa.
-Así
solamente llamás más la atención. Pero podés dejar todo esto atrás: con algo de
dinero podrías salir de la ciudad, en paz y sin que nadie te siga.
-A dónde.
-Adonde
digas. Vos estás a cargo.
-Dame un
momento para pensarlo
“Ya está adentro” se permite festejar
Albert.
Con cien chapas y un par de frases hechas
más, el agresor se termina de ablandar. Si la situación hubiera cerrado con un
abrazo, hubiera sido entre gracioso y emotivo, pero mejor digamos que el
criminal simplemente salió corriendo ni bien Albert le dio las chapas. La
recepcionista, apenas corroboró que su amiga estaba bien, salió también
corriendo a cancelar su llamado a la policía, sin siquiera agradecer a Albert:
fue notorio que su pedido de ayuda sólo fue para hacer tiempo, y nunca había
tenido fe en que el viajero resuelva algo. De pronto, él estaba solo en el
cuarto con Cintia.
-Gracias por
salvarme la vida. Si fuera por el que supuestamente me tiene que cuidar, no
contaba el cuento. Como si no le dejara siempre al gordo lo que le corresponde…
Albert trata de entender el comentario de
Cintia. Ella aclara.
-Quiero decir
que para algo mi jefe se queda con su porcentaje de cada cliente.
Albert no terminaba de comprender del todo.
Cintia trata de ser más clara:
-Ese es mi
trabajo, corazón: yo atiendo los hombres y él, fijate cómo, me garantiza
“protección”.
Albert termina de hacerse la idea.
-Ah, sos una
prost… trabajadora sexual.
Cintia asiente sonriendo.
-Podés
decirme prostituta. Podés decir puta. O meretriz, ramera… menos “mujer
pública”, que así hablan las viejas escandalizadas. No me da vergüenza, es mi
trabajo y lo hago bien.
Pero le da a entender que a él no le piensa
cobrar, si se quiere quedar unos minutos. Sin encontrar resistencia, Cintia
cierra bien la puerta y lo lleva hasta la cama. Conveniente fundido a negro.
…………………………………
Pasaron unos cuantos minutos (no tantos)
pero Cintia se toma aún algunos más para descansar junto a Albert. Él también
tenía mucha necesidad de alargar el momento, aprovechando la charla “post
coitum”[2]. Cintia sospechaba (y yo personalmente coincido) que esa había sido
su primera vez.
Albert quiere saber más sobre su jefe: qué
clase de persona era, y si la obligaba a hacer ese trabajo. Ella no se mostró
disconforme con su forma de vida, pero sí aclaró que su “cafisho” era una
persona peligrosa: ante todos, el dueño del casino, pero clandestinamente tenía
una mano metida en cada asunto turbio de la ciudad. Además, lo describió como
“un obeso desagradable, que apenas puede valerse por sí mismo, que depende de
sus guardias y hasta a veces incluso de un triciclo para ir de un lado al
otro”.
Albert, enviciado quizás con el rol de
héroe, sigue preguntándole unas cuantas cosas más sobre ese tipo. Al salir del
cuarto de Cintia, tiene una idea general sobre la seguridad y las debilidades
del tal Gizmo, y la determinación de informarse más al respecto para liberar a
su nueva amiga de aquél hombre.
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