CAPÍTULO 13: “The Crash House”

   Ya es de noche, pero Albert no puede dormir. Alrededor de la cama le han dispuesto sus cosas, para que esté lo más cómodo posible. Sobre una silla que oficia de mesa de luz, han colgado su bolso de viaje, las armas y colocado su amuleto de la suerte, el muñeco rubio que remeda un habitante del refugio. Su sonrisa de plástico se ve optimista. Albert se siente considerablemente bien, pero frustrado por saber que sus compañeros están realizando alguna misión interesante en esa ciudad nueva. Por ahora, se ve más como una carga en el viaje que como un verdadero aventurero. Se levanta con algo de esfuerzo, y camina por el cuarto hasta un espejo. Por un momento ve su imagen reflejada: ni aun posando con el arma desenfundada se ve tan rudo como los personajes de las películas que recuerda.
   Jugando con su pistola, simula apuntar y disparar al espejo en la pared: “Pum”. Justo en ese momento, la pared tiembla, el espejo cae y escucha un grito del otro lado, desde el cuarto vecino. Albert se sobresalta y mira el arma asombrado, como si su disparo imaginario hubiese sido la causa. Se ríe de sí mismo, pero la sorpresa se convierte ahora en curiosidad. Comete la imprudencia de salir a ver qué pasa.
   Ni bien asoma la cabeza fuera de la habitación, la recepcionista corre hacia él: “Un tipo armado está atacando a mi amiga Cintia, vea si puede ayudarla” le suplica con firmeza, dándole a entender que la escopeta que guarda bajo el mostrador sólo empeoraría las cosas.

   “Por qué no llamará a la policía, quién dijo que estoy preparado para este nivel de conflicto” se pregunta Albert, mientras abre la puerta de la pieza que le señala la recepcionista antes de salir probablemente a buscar algún agente.  
   Una mujer muy, pero muy atractiva, está siendo apuntada por un hombre alteradísimo, con todo el aspecto de ser alguien con demasiados años de vida delictiva.
   Desde luego, Albert no es bien recibido.
-¡Quedate quieto! ¡Si das un paso la mato, pero la mato en serio eh!
   Albert toma aire, y repasa mentalmente en qué película o qué libro había visto una situación así… cree recordar un film con un actor moreno negociando rehenes.
-Tranquilo, no hay necesidad de usar la violencia- Empieza. Y empieza bien: el criminal se sorprende, ya que no está acostumbrado a charlar los problemas. 
  Albert sigue, tratando de usar frases que no suenen muy huecas, pero los “podemos hablarlo” y “estoy acá para ayudar” son inevitables. Con un “contame por qué querés lastimarla” el tipo empieza a aflojar.
-Ella se rió de mí. Y hizo que todos se rían- “E hizo”, piensa Albert, pero sabe que no es momento de corregir gramática. Se contiene de preguntar la causa de las risas, y se enfoca en cómo salir de ésta con todos felices. “Money makes the world go round”[1], piensa.
-Así solamente llamás más la atención. Pero podés dejar todo esto atrás: con algo de dinero podrías salir de la ciudad, en paz y sin que nadie te siga.
-A dónde.
-Adonde digas. Vos estás a cargo.
-Dame un momento para pensarlo
   “Ya está adentro” se permite festejar Albert.
   Con cien chapas y un par de frases hechas más, el agresor se termina de ablandar. Si la situación hubiera cerrado con un abrazo, hubiera sido entre gracioso y emotivo, pero mejor digamos que el criminal simplemente salió corriendo ni bien Albert le dio las chapas. La recepcionista, apenas corroboró que su amiga estaba bien, salió también corriendo a cancelar su llamado a la policía, sin siquiera agradecer a Albert: fue notorio que su pedido de ayuda sólo fue para hacer tiempo, y nunca había tenido fe en que el viajero resuelva algo. De pronto, él estaba solo en el cuarto con Cintia.

-Gracias por salvarme la vida. Si fuera por el que supuestamente me tiene que cuidar, no contaba el cuento. Como si no le dejara siempre al gordo lo que le corresponde…
   Albert trata de entender el comentario de Cintia. Ella aclara.
-Quiero decir que para algo mi jefe se queda con su porcentaje de cada cliente.
   Albert no terminaba de comprender del todo. Cintia trata de ser más clara:
-Ese es mi trabajo, corazón: yo atiendo los hombres y él, fijate cómo, me garantiza “protección”.
   Albert termina de hacerse la idea.
-Ah, sos una prost… trabajadora sexual.
   Cintia asiente sonriendo.
-Podés decirme prostituta. Podés decir puta. O meretriz, ramera… menos “mujer pública”, que así hablan las viejas escandalizadas. No me da vergüenza, es mi trabajo y lo hago bien.
   Pero le da a entender que a él no le piensa cobrar, si se quiere quedar unos minutos. Sin encontrar resistencia, Cintia cierra bien la puerta y lo lleva hasta la cama. Conveniente fundido a negro.

…………………………………

   Pasaron unos cuantos minutos (no tantos) pero Cintia se toma aún algunos más para descansar junto a Albert. Él también tenía mucha necesidad de alargar el momento, aprovechando la charla “post coitum”[2]. Cintia sospechaba (y yo personalmente coincido) que esa había sido su primera vez.
   Albert quiere saber más sobre su jefe: qué clase de persona era, y si la obligaba a hacer ese trabajo. Ella no se mostró disconforme con su forma de vida, pero sí aclaró que su “cafisho” era una persona peligrosa: ante todos, el dueño del casino, pero clandestinamente tenía una mano metida en cada asunto turbio de la ciudad. Además, lo describió como “un obeso desagradable, que apenas puede valerse por sí mismo, que depende de sus guardias y hasta a veces incluso de un triciclo para ir de un lado al otro”.
   Albert, enviciado quizás con el rol de héroe, sigue preguntándole unas cuantas cosas más sobre ese tipo. Al salir del cuarto de Cintia, tiene una idea general sobre la seguridad y las debilidades del tal Gizmo, y la determinación de informarse más al respecto para liberar a su nueva amiga de aquél hombre.




[1] “El dinero hace el mundo andar”..
[2]“pillow talk”, según la versión en inglés. Confiamos al latín la traducción ya que la frase anglosajona, aunque más cotidiana y agradable, no tiene una correlativa en castellano (N. del T.).

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