CAPÍTULO 6- “La Cueva de los Escorpiones Rad”


   Los túneles del nido estaban sembrados de huesos (ellos quieren creer que de animales). Ya al entrar se tropiezan con los de una Brahmin, con algo de cuero y carne todavía pegados. El resto, esparcidos o amontonados, son irreconocibles.
   El primer Escorpión Rad que vemos está entretenido con sus propias pinzas, de espaldas a ellos. “Clap-clap”, las abre y cierra muy atentamente, quizás moviéndose en sueños, quizás en un juego de los de su especie, o repitiendo algún ritual que los humanos no comprenderíamos. Albert no puede contenerse y, antes que Natasha lo pudiera detener, dispara dos veces sobre él, pero sin lograr matarlo. El insecto gigante (o mejor, el “artrópodo” gigante, para hablar con propiedad) se aleja sangrando hacia lo profundo de la cueva. Produce un ruido chirriante, que seguramente alerta a todo el nido.
   Natasha se ahorra los insultos para Albert, lo que él agradeció para sus adentros, consciente de su peligrosa estupidez. Los dos, en silencio, preparan sus armas y esperan lo inevitable.
  La espera no fue larga: desde diferentes rincones llegan a la vez varios bichos, algo más de media docena, que se lanzan sobre ellos agitando los aguijones. Apenas refugiados detrás de unas salientes de roca, los residentes de la Bóveda 13 gastan casi todas sus balas en mantenerlos a raya. En su mayoría heridos, muy pocos llegan a acercarse tanto como para lanzar un aguijonazo.
   Pero uno lo logra, alcanzándolos con la distancia y durante el tiempo suficiente como para clavar la púa envenenada en una de las piernas de Natasha, antes de que ella le reviente los sesos de un balazo y caiga inmediatamente hacia atrás, gritando de dolor. Con unas pocas balas más, Albert logra matar otro y hacer retroceder a los heridos.
   Natasha Busca una jeringa de Stimpack en su bolso. Sabe que inyectándose una dosis de estimulantes no puede eliminar el veneno de su cuerpo, pero al menos sí el dolor de la herida.
-Vos fijate que no se acerque ninguno más- le dice a su compañero. Junta fuerzas para el pinchazo. “No va a ser más fuerte que el de recién”, piensa, y se clava la jeringa en una arteria cercana a la herida.
  Vemos varias imágenes breves en primer plano: la aguja atravesando la piel, el líquido rojo bajando por el tubo de la intravenosa, y la pupila de Natasha ampliándose en la órbita ocular. Se muerde el labio de abajo unos segundos, y siente el alivio de los químicos entrando en su torrente sanguíneo. Con un vendaje más o menos decente, ya está en condiciones de caminar… aunque, al dar unos pasos, aparecen los primeros efectos de envenenamiento.
   Albert se preocupa al verla tambalear, pero Natasha no acepta ningún descanso por el momento. Rematan los Escorpiones moribundos con los cuchillos, y se meten más adentro buscando a los que escaparon. Les quedan pocas balas… si hubiera muchos más no alcanzarían ya para eliminarlos.  
   Pero los van encontrando desparramados, algunos ya heridos del anterior encuentro. Terminar con ellos no es difícil, pero sí cansador: la ventaja es, desde luego, que ellos sí pueden atacar desde lejos, aunque deben sembrar el suelo de bengalas para verlos bien. Natasha, a esta altura bastante mareada, se apoya contra una pared y vomita, mientras Albert revisa el último recoveco de la cueva, y comprueba que no quedan más criaturas hostiles alrededor.
-Volvamos al pueblo inmediatamente- dice Natasha, apenas susurrando. Da dos pasos murmurando algo más que no se entiende, y cae. Está desmayada.
   Albert alcanzó a agarrarla antes de que se diera la cara contra el piso, y la arrastra hacia afuera con la mayor delicadeza posible. Antes de salir, corta entera la cola del Escorpión Rad más grande que encuentra.
“Aguantá hasta llegar con Razlo” le susurra a Natasha, que ya no lo oye. “El buen doctor nos va a sacar de ésta…”, le promete.

   Lento fundido a negro.

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