Los túneles del nido estaban sembrados de
huesos (ellos quieren creer que de animales). Ya al entrar se tropiezan con los
de una Brahmin, con algo de cuero y carne todavía pegados. El resto, esparcidos
o amontonados, son irreconocibles.
El primer Escorpión Rad que vemos está
entretenido con sus propias pinzas, de espaldas a ellos. “Clap-clap”, las abre
y cierra muy atentamente, quizás moviéndose en sueños, quizás en un juego de
los de su especie, o repitiendo algún ritual que los humanos no
comprenderíamos. Albert no puede contenerse y, antes que Natasha lo pudiera
detener, dispara dos veces sobre él, pero sin lograr matarlo. El insecto
gigante (o mejor, el “artrópodo” gigante, para hablar con propiedad) se aleja
sangrando hacia lo profundo de la cueva. Produce un ruido chirriante, que
seguramente alerta a todo el nido.
Natasha se ahorra los insultos para Albert,
lo que él agradeció para sus adentros, consciente de su peligrosa estupidez.
Los dos, en silencio, preparan sus armas y esperan lo inevitable.
La espera no fue larga: desde diferentes
rincones llegan a la vez varios bichos, algo más de media docena, que se lanzan
sobre ellos agitando los aguijones. Apenas refugiados detrás de unas salientes
de roca, los residentes de la Bóveda 13 gastan casi todas sus balas en
mantenerlos a raya. En su mayoría heridos, muy pocos llegan a acercarse tanto
como para lanzar un aguijonazo.
Pero uno lo logra, alcanzándolos con la
distancia y durante el tiempo suficiente como para clavar la púa envenenada en
una de las piernas de Natasha, antes de que ella le reviente los sesos de un
balazo y caiga inmediatamente hacia atrás, gritando de dolor. Con unas pocas
balas más, Albert logra matar otro y hacer retroceder a los heridos.
Natasha Busca una jeringa de Stimpack en su
bolso. Sabe que inyectándose una dosis de estimulantes no puede eliminar el
veneno de su cuerpo, pero al menos sí el dolor de la herida.
-Vos fijate
que no se acerque ninguno más- le dice a su compañero. Junta fuerzas para el
pinchazo. “No va a ser más fuerte que el de recién”, piensa, y se clava la
jeringa en una arteria cercana a la herida.
Vemos varias imágenes breves en primer plano:
la aguja atravesando la piel, el líquido rojo bajando por el tubo de la
intravenosa, y la pupila de Natasha ampliándose en la órbita ocular. Se muerde
el labio de abajo unos segundos, y siente el alivio de los químicos entrando en
su torrente sanguíneo. Con un vendaje más o menos decente, ya está en
condiciones de caminar… aunque, al dar unos pasos, aparecen los primeros
efectos de envenenamiento.
Albert se preocupa al verla tambalear, pero
Natasha no acepta ningún descanso por el momento. Rematan los Escorpiones
moribundos con los cuchillos, y se meten más adentro buscando a los que
escaparon. Les quedan pocas balas… si hubiera muchos más no alcanzarían ya para
eliminarlos.
Pero los van encontrando desparramados,
algunos ya heridos del anterior encuentro. Terminar con ellos no es difícil,
pero sí cansador: la ventaja es, desde luego, que ellos sí pueden atacar desde
lejos, aunque deben sembrar el suelo de bengalas para verlos bien. Natasha, a
esta altura bastante mareada, se apoya contra una pared y vomita, mientras
Albert revisa el último recoveco de la cueva, y comprueba que no quedan más
criaturas hostiles alrededor.
-Volvamos al
pueblo inmediatamente- dice Natasha, apenas susurrando. Da dos pasos murmurando
algo más que no se entiende, y cae. Está desmayada.
Albert alcanzó a agarrarla antes de que se
diera la cara contra el piso, y la arrastra hacia afuera con la mayor
delicadeza posible. Antes de salir, corta entera la cola del Escorpión Rad más
grande que encuentra.
“Aguantá
hasta llegar con Razlo” le susurra a Natasha, que ya no lo oye. “El buen doctor
nos va a sacar de ésta…”, le promete.
Lento fundido a negro.
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