CAPÍTULO 20: “On the road”

   Por suerte la ruta estaba concurrida. No mucho después de haber dejado atrás el territorio de Killian, se encontraron con una caravana de mercaderes que iba por el mismo camino. Y no sería la última. Todas estaban ya completas, así que no pudieron sumarse a ninguna de ellas, para aumentar su seguridad en los inhóspitos caminos de las Tierras Baldías. De todas maneras, el territorio se encontraba inusualmente protegido: la cantidad de agentes de Pueblochatarra en la ruta principal se había redoblado, lo que entendieron como un último guiño del alcalde para indicarles su agradecimiento.
   Así pues, los piratas no fueron una molestia en ese trayecto. Se veían algunos grupos (o tal vez, el mismo grupo que se repetía: después de un tiempo, todos los bandidos eran parecidos) rondando los acantilados y desfiladeros más aptos para una emboscada. Pero, con la ayuda de Tycho, siempre encontraban un camino alternativo para eludirlos. Ian, para no demostrarse menos útil que el ranger (“un agregado innecesario”- se quejaba en voz no muy baja- “que yo sepa, este grupo ya tiene un guía”) aprovechaba al máximo los encuentros con los mercaderes, trocando lo necesario al mejor precio y consiguiendo información de sus antiguos camaradas. Se mostraron más desconfiados de lo que Ian recordaba en sus viajes como guardián de caravanas, y comprendió que el comercio no estaba pasando su mejor momento. Había un miedo incierto del que todos eludían hablar. Entre murmullos, le comentaban rumores oscuros sobre nuevos peligros. Leyendas, cuentos de viajeros. Alguien les dio un nombre: “la Garra Mortal”.
   Esa noche, alrededor del fuego, Tycho les cuenta de sus viajes, que excedían por mucho los de Ian. Había escuchado esos cuentos, sí: “algo más grande y más feroz que todos los animales mutantes conocidos”. Ciertamente había cosas extrañas allá afuera: vacas, escorpiones, ratas. Incluso personas  mutantes “que se ven como humanos pero son otra cosa. Necrópolis está llena de ellos…”
-¿Qué sería “Necrópolis”?- pregunta Albert, totalmente absorbido por el relato.
-¿No es la ciudad mítica de los muertos?-trata de aportar Ian, en el que quizás fuera su único comentario culto durante sus viajes. Natasha le dedicó una mirada de satisfactoria aprobación. Tycho continúa, no le extrañaba que el guardián de caravanas desconociera esa localidad, ya que la mayoría de las caravanas la evitaban.
- “La ciudad de los muertos”, buena observación señor Ian- la luz de la hoguera dibuja extrañas sombras sobre el rostro del ranger- Pero ésta no es ningún mito egipcio, sino un horror verdadero. No queda muy lejos de El Eje, y es el hogar de los necrófagos: unos mutantes que alguna vez fueron hombres, pero ahora parecen más unos espectros radioactivos- Tycho remueve las brasas mientras escucha el silencio alrededor del improvisado campamento. Al no oír nada raro, continúa- Es parte del precio que pagamos todos por la codicia de la Guerra, algunos más que otros. Espero que después del Holocausto Nuclear hayamos aprendido a no repetir jamás semejante locura. Esa ciudad fue alguna vez un pueblo próspero. Ahora, les aconsejo alejarse de allí.
-Supongo que no todos tuvieron la suerte de correr a un refugio subterráneo.
-Hablando de mitos, Albert: ¿Cómo se las arreglan allá en los viejos bunkers de Vault-tec? ¿Es verdad que tienen que reciclar su propio meo?- Los habitantes de la Bóveda 13 tratan de desmentir esa creencia, y  pasarán el resto de la noche compartiendo historias de ese tipo.
   En menos de tres días de viaje notaron que la afluencia de caravanas se empezaba a hacer constante, y fue claro que estaban llegando.
   Ya considerándolos a salvo de cualquier ataque, Tycho anunció su despedida. “Pisen con cuidado”, les dijo, “recuerden que todo lo que ven y oyen es una pista”. Ian resopló por lo bajo, tratando de que al menos Natasha notase su poco interés por la partida del Ranger. En cambio, Albert se angustió de verdad, porque se había hecho la idea de que su nuevo amigo los acompañaría hasta el final. Y no se conformaba con las vagas palabras de consuelo del explorador, que no descartaba volverse a encontrar alguna vez en los inciertos caminos de las Tierras Baldías.
   Lo cierto es que otros asuntos importantes demandaban a Tycho. Natasha tomó la palabra, evitando que se alargue la despedida: “Yo creo que es buen momento para separar nuestros caminos”, dice. “De acuerdo. Ha sido un orgullo y un honor” respondió Tycho,  ajustándose la máscara antigás. En breve sólo quedará de él una figura distante, que las últimas ráfagas del viento arenoso iban cubriendo.
   Albóndiga aulló olfateando en esa dirección, donde los otros viajeros apenas podían ver, al volver la cabeza, una figura borrosa envuelta en un impermeable ondeante.   

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