Por suerte la ruta estaba concurrida. No mucho
después de haber dejado atrás el territorio de Killian, se encontraron con una
caravana de mercaderes que iba por el mismo camino. Y no sería la última. Todas
estaban ya completas, así que no pudieron sumarse a ninguna de ellas, para
aumentar su seguridad en los inhóspitos caminos de las Tierras Baldías. De
todas maneras, el territorio se encontraba inusualmente protegido: la cantidad
de agentes de Pueblochatarra en la ruta principal se había redoblado, lo que
entendieron como un último guiño del alcalde para indicarles su agradecimiento.
Así pues, los piratas no fueron una molestia
en ese trayecto. Se veían algunos grupos (o tal vez, el mismo grupo que se
repetía: después de un tiempo, todos los bandidos eran parecidos) rondando los
acantilados y desfiladeros más aptos para una emboscada. Pero, con la ayuda de
Tycho, siempre encontraban un camino alternativo para eludirlos. Ian, para no
demostrarse menos útil que el ranger (“un agregado innecesario”- se quejaba en
voz no muy baja- “que yo sepa, este grupo ya tiene un guía”) aprovechaba al
máximo los encuentros con los mercaderes, trocando lo necesario al mejor precio
y consiguiendo información de sus antiguos camaradas. Se mostraron más
desconfiados de lo que Ian recordaba en sus viajes como guardián de caravanas,
y comprendió que el comercio no estaba pasando su mejor momento. Había un miedo
incierto del que todos eludían hablar. Entre murmullos, le comentaban rumores
oscuros sobre nuevos peligros. Leyendas, cuentos de viajeros. Alguien les dio
un nombre: “la Garra Mortal”.
Esa noche, alrededor del fuego, Tycho les
cuenta de sus viajes, que excedían por mucho los de Ian. Había escuchado esos
cuentos, sí: “algo más grande y más feroz que todos los animales mutantes
conocidos”. Ciertamente había cosas extrañas allá afuera: vacas, escorpiones,
ratas. Incluso personas mutantes “que se
ven como humanos pero son otra cosa. Necrópolis está llena de ellos…”
-¿Qué sería
“Necrópolis”?- pregunta Albert, totalmente absorbido por el relato.
-¿No es la
ciudad mítica de los muertos?-trata de aportar Ian, en el que quizás fuera su
único comentario culto durante sus viajes. Natasha le dedicó una mirada de
satisfactoria aprobación. Tycho continúa, no le extrañaba que el guardián de
caravanas desconociera esa localidad, ya que la mayoría de las caravanas la
evitaban.
- “La ciudad
de los muertos”, buena observación señor Ian- la luz de la hoguera dibuja
extrañas sombras sobre el rostro del ranger- Pero ésta no es ningún mito
egipcio, sino un horror verdadero. No queda muy lejos de El Eje, y es el hogar de los necrófagos: unos
mutantes que alguna vez fueron hombres, pero ahora parecen más unos espectros
radioactivos- Tycho remueve las brasas mientras escucha el silencio alrededor
del improvisado campamento. Al no oír nada raro, continúa- Es parte del precio
que pagamos todos por la codicia de la Guerra, algunos más que otros. Espero
que después del Holocausto Nuclear hayamos aprendido a no repetir jamás
semejante locura. Esa ciudad fue alguna vez un pueblo próspero. Ahora, les
aconsejo alejarse de allí.
-Supongo que
no todos tuvieron la suerte de correr a un refugio subterráneo.
-Hablando de
mitos, Albert: ¿Cómo se las arreglan allá en los viejos bunkers de Vault-tec? ¿Es
verdad que tienen que reciclar su propio meo?- Los habitantes de la Bóveda 13
tratan de desmentir esa creencia, y pasarán el resto de la noche
compartiendo historias de ese tipo.
En menos de tres días de viaje notaron que
la afluencia de caravanas se empezaba a hacer constante, y fue claro que
estaban llegando.
Ya considerándolos a salvo de cualquier
ataque, Tycho anunció su despedida. “Pisen con cuidado”, les dijo, “recuerden
que todo lo que ven y oyen es una pista”. Ian resopló por lo bajo, tratando de que al menos Natasha notase su poco interés por la partida del
Ranger. En cambio, Albert se angustió de verdad, porque se había hecho la idea
de que su nuevo amigo los acompañaría hasta el final. Y no se conformaba con
las vagas palabras de consuelo del explorador, que no descartaba volverse a
encontrar alguna vez en los inciertos caminos de las Tierras Baldías.
Lo cierto es que otros asuntos importantes
demandaban a Tycho. Natasha tomó la palabra, evitando que se alargue la
despedida: “Yo creo que es buen momento para separar nuestros caminos”, dice.
“De acuerdo. Ha sido un orgullo y un honor” respondió Tycho, ajustándose la máscara antigás. En breve sólo
quedará de él una figura distante, que las últimas ráfagas del viento arenoso
iban cubriendo.
Albóndiga aulló olfateando en esa dirección,
donde los otros viajeros apenas podían ver, al volver la cabeza, una figura borrosa envuelta en un impermeable ondeante.
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