CAPÍTULO 4- "Arenas Sombreadas"

   Empieza el tercer día de viaje, y su ansiedad aumenta. Aunque suponían que la Bóveda 15 no se iba a distinguir desde la superficie (ignoran si su entrada está también adentro de una cueva), ahora no sería difícil ver cualquier indicio: el área se ha vuelto una extensa llanura sin muchas elevaciones.
   Eligieron uno de los pocos montículos rocosos que interrumpen la planicie del paisaje para echar un vistazo alrededor. Subió Natasha, con la esperanza de ver despejado el terreno hasta donde el Pip-boy marcó que estaría el refugio.
   Albert, luego de ayudarla a subir, se queda mirando hacia arriba, atento a cualquier gesto amenazante o tranquilizador en la cara de su compañera. El reflejo de la luz natural hace círculos sobre la lente de la cámara, en un plano subjetivo que nos muestra el peñasco desde su perspectiva inferior. Sólo se escucha el viento arrastrando la arena. Después lo vemos cerrar un ojo y taparse la frente con la mano, para cubrirse del sol. Tan impaciente como nosotros, pide a su compañera que le cuente qué ve.
   Nuestro punto de vista deja a Albert y sube por las piedras hasta mostrarnos el rostro de Natasha. Muda, pero con la boca abierta, no alcanza más que a balbucear mientras señala hacia adelante. Ya sin ganas de esperar abajo, Albert sube y lo vemos aparecer sobre las rocas, por detrás de Natasha. Al ver hacia donde señala ella, también abre los ojos y la boca.
   La cámara abarca ahora todo el panorama: no muy lejos de ellos, en una depresión abrupta del terreno, se ven unas gruesas y blancas murallas de adobe. Albert arriesga:
-¿No… no será el refugio, no?
-No. Según el Pip-boy, todavía tenemos un par de días más hasta llegar.
-Entonces…
-Entonces, estamos viendo lo que puede ser la primera comunidad que habite la superficie desde la Gran Guerra.
   Sin dejar que la emoción del descubrimiento les anule el sentido común, se acercan a las murallas con el arma en la mano, en total sigilo. Si es un pueblo amigable u hostil, no lo saben. Pero lo averiguaron enseguida.
   Natasha avanza en silencio total hasta llegar casi a la entrada. Albert la sigue lo más pegado que puede a la muralla blanca. Quizás no son tan silenciosos como creen, o tal vez el propio olor de su adrenalina los delata… cuestión que unos ladridos detrás de las murallas los reciben antes de mostrarse abiertamente. 
   A los ladridos se suma el inconfundible “chk-clk” de un arma al cargarse. Instantes después, les llega también la voz gruesa de un hombre adulto: “Sé que están ahí afuera, piratas malparidos. Los escucho respirar tan fuerte como una brahmin enferma. ¡Salgan a la luz, o les disparo por la espalda mientras corren!”
   Natasha y Albert, luego de cruzar una mirada, guardan las armas y responden, en voz alta pero tranquila:
-Escuche, no somos enemigos- dice cualquiera de ellos dos- Nos encontramos con su pueblo de casualidad…
-¡A mí no me vengan con casualidades! Van a salir con las manos en alto o les juro que me asomo y empiezo a disparar.
-Enterados. Vamos, pero de verdad necesitamos que nos prometa que no va a abrir fuego…
   Antes que cualquiera de esas dos cosas suceda, una voz femenina corta el momento tenso: “¡Seth! Dejá que esa gente se acerque en paz. Ustedes ahí afuera, vengan sin armas en la mano y no va a haber problemas”.
   Al llegar a la entrada, que es un gran arco en el muro con algo colgando que parecería ser una veleta o un farol, ven a las dos personas que habían hablado antes. Katrina, que es el nombre de la mujer, les da la bienvenida. Seth, como ya sabíamos que se llama el hombre, no deja de apuntarles con el arma. Katrina suena amable: “Bienvenidos a Arenas Sombreadas, extranjeros. Disculpen a Seth: este es un pueblo pacífico, pero los constantes ataques de piratas lo han vuelto desconfiado. De todas formas, noto que ustedes no son de ese grupo de bandidos, por sus ropas limpias y su hablar coherente y libre de insultos”.
  Natasha siente -y tiene- la ropa tan sucia como jamás en su vida, pero empieza a entender los parámetros de higiene del mundo exterior, mucho más flexibles que los del refugio. Agradece el cumplido y le dice sus nombres.
   Albert devuelve el saludo, y se esfuerza por hablar lo menos parecido posible a lo que él, dentro de su pobre experiencia, imagina como un asaltante:
-Ehmm… ¡Larga vida y prosperidad, habitantes de Arenas Sombreadas! Ciertamente, no somos piratas. Somos viajeros en busca de un chip de agua. Sabemos que aquí cerca hay un refugio, la Bóveda 15, y estamos de camino hacia allí, buena señora.
   A la “buena señora” le causa gracia el acento teatral del visitante.
-Entonces lamento darles malas noticias. La Bóveda 15 ya no existe. Nunca fue un refugio muy acogedor, de todas formas: estaba superpoblado desde un principio, y al cabo de unos años hubo un sismo, después falló la luz y los elevadores, y luego la mayoría de la gente se fue con lo mejor del equipamiento. Entonces los que quedamos fuimos atacados, creo que por los piratas…
-Y eso que la Bóveda 13 era la nuestra…
  Natasha lo codea.
-Albert, no interrumpas con estupideces. ¿Y qué puede decirnos de un chip de agua? ¿Habrá alguno todavía…?
   Katrina continúa.
- Después del sismo no quedó nada de la sala de control. Completamente sepultada. Y después de tantos saqueos, menos debe quedar. Yo en su lugar no perdería tiempo en ir, supongo que seguirá siendo un agujero lleno de ratas… si bien no he vuelto desde el ataque. Debo haber estado protegida por el Dharma, porque fui rescatada por la gente de aquí, de Arenas Sombreadas. Deberían hablar con Aradesh, nuestro líder. Quizás él pueda darles algún dato útil. Además, le encanta conocer a todos los que pasan por la aldea…
   Fueron. En el centro del pueblo había un monolito con jeroglíficos que representaban la pacífica vida de la comunidad (escenas de pastoreo, de cultivo, de cosecha). Alrededor, algunas casas de adobe, perros vagando y niños corriendo. La vida en el exterior no parecía nada mal. Vieron unos pozos de agua, pero no se les ocurrió cómo comunicarlos con el refugio. Un mugido llamó su atención, y vieron un corral con vacas poco comunes.
-Pero… esas vacas tienen dos cabezas- dijo Natasha en voz no muy baja.
-Y cagan como si tuvieran cuatro culos, hija… - dijo sonriendo un campesino, que estaba cuidándolas, y les aclaró- Les decimos brahmin, si quieren saberlo.
   No hay muchas otras cosas para ver. La casa más grande, frente al monolito, era la de Aradesh, cabeza de la comunidad. Resultó ser un hombre no muy viejo, curtido por el sol, de pelo oscuro y grasiento. A mí me recordó al actor que hizo de Salieri en “Amadeus”. Iba vestido con una túnica de pelo de brahmin, y, salvo por un adorno en la oreja, tan austero como el resto de los Arenasombrenses (o como se diga). Cuando se presentan ante él, les responde con una voz pausada y ceceosa.
-Viajeros, voy a creerles por esta vez. Pero aquí no conseguirán un aparato como ese. Sé que hay un par de poblaciones al sur, quizás allí consigan lo que buscan. Pueblochatarra podría serles útil, o más probablemente el Eje, que es el centro de comercio de las Tierras Baldías. Por estos días tenemos un viajero de allí, recuperándose en nuestra comunidad…
-¿Qué tan lejos quedan esas ciudades?- pregunta alguno de los habitantes del refugio.
-Varios días al sur, cruzando el desierto, no lo sé con certeza. Lo cierto es que yo no suelo alejarme de estos muros: estamos muy aislados y la vida afuera es inhóspita.
-¿No podría alguno de sus hombres orientarnos, quizás guiarnos hasta allí?
Aradesh se niega con cortesía.
-No sería prudente. Por estos días, necesito todos los guardias posibles para defendernos de los piratas y los escorpiones rad…
-¿Escorpiones rad?- pregunta Natasha- ¿Unos escorpiones gigantes? ¿Hay muchos de esos?
   Aradesh exclama, abriendo los ojos y remarcando las eses: “¡Oh, Gran, si!”. Les explica que los bichos deben tener un nido cerca, porque siempre vuelven, no importa cuántos maten:
-Nuestro médico, Razlo, está tratando de crear un antídoto, pero precisa más tiempo… Seth cree saber dónde está su cueva, pero precisaríamos más voluntarios para  eliminarlos…
-Nosotros matamos uno de camino hacia aquí, sin mucho problema- exagera Albert- no parecían tan feroces después de un par de disparos. Qué tal esto: si los ayudamos a destruir ese nido, nos da un guía hasta esas ciudades del sur.
   “Oh, sí, sí, sí, sí” repite el viejo, esta vez con un seseo de entusiasmo.
-Hablen con Seth en la entrada, y si quieren con Razlo, que es quien más sabe de esos monstruos. Ya mismo los envío con mi hija, Tandi…
   Aradesh pegó dos gritos llamándola, y corriendo un cortinado que separaba la sala de los dormitorios- detrás de los cuales ya estaba seguramente espiando a los recién llegados- apareció una jovencita, sencilla (como todo alrededor) pero con una expresión despierta y curiosa. Albert se la queda mirando con demasiada atención. Natasha se da cuenta, pero por suerte Aradesh no. Y Tandi tampoco, aunque les dedicó una mirada parecida:
-Gente de afuera… que bien, al fin pasa algo en este pueblo.
   Cuando los tres hubieron salido, Albert aprovecha para proponerle a Natasha que dividan tareas: ella podría ir avisando a Seth sobre la excursión a la cueva, y él desviarse con Tandi a lo del doctor, “para ganar tiempo”.
  Natasha entiende la indirecta, pero acepta adelantarse dedicándole una cara de “cuidado-lo-que-hacés”.
   La chica lo guía sin apuro hasta una choza cercana.
-Así que… Tandi… qué pueblo lindo el que tienen acá.
-Yo lo detesto, no hay nada divertido para hacer (dice bajando la cabeza).
-Bueno, claro. Es decir… nada, aparte de ver comer a las Brahmins, ¿No? (Tandi levanta la cabeza y sonríe, mostrando una línea de dientes todavía blancos. Albert siente en ese momento que se le afloja el cuerpo).
-Claro. En cambio ustedes, las cosas que habrán visto. (Comenta entusiasmada).
- (Albert tartamudea) Si, si claro, de todo (Carraspea, y agrega queriendo parecer importante) Y ahora, con el asunto éste de los Escorpiones…
-Sí, una pena, son lo único interesante que pasa por acá (patea una piedra, se limpia la nariz con el brazo).
- Claro, eso, una pena. Y… ¿si tanto te molesta este lugar, por qué no te vas?
- Ojalá. Pero sola no podría, y a mi Padre le daría un infarto si saliera del pueblo…
-¿Y entonces…? (No se anima a, o no sabe cómo terminar la frase).

La hija del líder de la aldea corta el diálogo con un anuncio inevitable:
-Llegamos a lo de Razlo.
-¿A lo de quién? Ah, sí, el médico, claro…

Ingresan en una choza con una fuerte mezcla de olores.

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