Empieza el tercer día de viaje, y su
ansiedad aumenta. Aunque suponían que la Bóveda 15 no se iba a distinguir desde
la superficie (ignoran si su entrada está también adentro de una cueva), ahora
no sería difícil ver cualquier indicio: el área se ha vuelto una extensa
llanura sin muchas elevaciones.
Eligieron uno de los pocos montículos
rocosos que interrumpen la planicie del paisaje para echar un vistazo
alrededor. Subió Natasha, con la esperanza de ver despejado el terreno hasta
donde el Pip-boy marcó que estaría el refugio.
Albert, luego de ayudarla a subir, se queda
mirando hacia arriba, atento a cualquier gesto amenazante o tranquilizador en
la cara de su compañera. El reflejo de la luz natural hace círculos sobre la
lente de la cámara, en un plano subjetivo que nos muestra el peñasco desde su
perspectiva inferior. Sólo se escucha el viento arrastrando la arena. Después
lo vemos cerrar un ojo y taparse la frente con la mano, para cubrirse del sol.
Tan impaciente como nosotros, pide a su compañera que le cuente qué ve.
Nuestro punto de vista deja a Albert y sube
por las piedras hasta mostrarnos el rostro de Natasha. Muda, pero con la boca
abierta, no alcanza más que a balbucear mientras señala hacia adelante. Ya sin
ganas de esperar abajo, Albert sube y lo vemos aparecer sobre las rocas, por
detrás de Natasha. Al ver hacia donde señala ella, también abre los ojos y la
boca.
La cámara abarca ahora todo el panorama: no
muy lejos de ellos, en una depresión abrupta del terreno, se ven unas gruesas y
blancas murallas de adobe. Albert arriesga:
-¿No… no será
el refugio, no?
-No. Según el
Pip-boy, todavía tenemos un par de días más hasta llegar.
-Entonces…
-Entonces,
estamos viendo lo que puede ser la primera comunidad que habite la superficie
desde la Gran Guerra.
Sin dejar que la emoción del descubrimiento
les anule el sentido común, se acercan a las murallas con el arma en la mano,
en total sigilo. Si es un pueblo amigable u hostil, no lo saben. Pero lo
averiguaron enseguida.
Natasha avanza en silencio total hasta
llegar casi a la entrada. Albert la sigue lo más pegado que puede a la muralla
blanca. Quizás no son tan silenciosos como creen, o tal vez el propio olor de
su adrenalina los delata… cuestión que unos ladridos detrás de las murallas los
reciben antes de mostrarse abiertamente.
A los ladridos se suma el inconfundible
“chk-clk” de un arma al cargarse. Instantes después, les llega también la voz
gruesa de un hombre adulto: “Sé que están ahí afuera, piratas malparidos. Los
escucho respirar tan fuerte como una brahmin enferma. ¡Salgan a la luz, o les disparo
por la espalda mientras corren!”
Natasha y Albert, luego de cruzar una
mirada, guardan las armas y responden, en voz alta pero tranquila:
-Escuche, no
somos enemigos- dice cualquiera de ellos dos- Nos encontramos con su pueblo de
casualidad…
-¡A mí no me
vengan con casualidades! Van a salir con las manos en alto o les juro que me
asomo y empiezo a disparar.
-Enterados.
Vamos, pero de verdad necesitamos que nos prometa que no va a abrir fuego…
Antes que cualquiera de esas dos cosas
suceda, una voz femenina corta el momento tenso: “¡Seth! Dejá que esa gente se
acerque en paz. Ustedes ahí afuera, vengan sin armas en la mano y no va a haber
problemas”.
Al llegar a la entrada, que es un gran arco
en el muro con algo colgando que parecería ser una veleta o un farol, ven a las
dos personas que habían hablado antes. Katrina, que es el nombre de la mujer,
les da la bienvenida. Seth, como ya sabíamos que se llama el hombre, no deja de
apuntarles con el arma. Katrina suena amable: “Bienvenidos a Arenas Sombreadas,
extranjeros. Disculpen a Seth: este es un pueblo pacífico, pero los constantes
ataques de piratas lo han vuelto desconfiado. De todas formas, noto que ustedes
no son de ese grupo de bandidos, por sus ropas limpias y su hablar coherente y
libre de insultos”.
Natasha siente -y tiene- la ropa tan sucia
como jamás en su vida, pero empieza a entender los parámetros de higiene del
mundo exterior, mucho más flexibles que los del refugio. Agradece el cumplido y
le dice sus nombres.
Albert devuelve el saludo, y se esfuerza por
hablar lo menos parecido posible a lo que él, dentro de su pobre experiencia,
imagina como un asaltante:
-Ehmm… ¡Larga
vida y prosperidad, habitantes de Arenas Sombreadas! Ciertamente, no somos
piratas. Somos viajeros en busca de un chip de agua. Sabemos que aquí cerca hay
un refugio, la Bóveda 15, y estamos de camino hacia allí, buena señora.
A la “buena señora” le causa gracia el
acento teatral del visitante.
-Entonces
lamento darles malas noticias. La Bóveda 15 ya no existe. Nunca fue un refugio
muy acogedor, de todas formas: estaba superpoblado desde un principio, y al
cabo de unos años hubo un sismo, después falló la luz y los elevadores, y luego
la mayoría de la gente se fue con lo mejor del equipamiento. Entonces los que quedamos
fuimos atacados, creo que por los piratas…
-Y eso que la
Bóveda 13 era la nuestra…
Natasha lo codea.
-Albert, no
interrumpas con estupideces. ¿Y qué puede decirnos de un chip de agua? ¿Habrá
alguno todavía…?
Katrina
continúa.
- Después del
sismo no quedó nada de la sala de control. Completamente sepultada. Y después
de tantos saqueos, menos debe quedar. Yo en su lugar no perdería tiempo en ir,
supongo que seguirá siendo un agujero lleno de ratas… si bien no he vuelto
desde el ataque. Debo haber estado protegida por el Dharma, porque fui
rescatada por la gente de aquí, de Arenas Sombreadas. Deberían hablar con
Aradesh, nuestro líder. Quizás él pueda darles algún dato útil. Además, le
encanta conocer a todos los que pasan por la aldea…
Fueron. En el centro del pueblo había un
monolito con jeroglíficos que representaban la pacífica vida de la comunidad
(escenas de pastoreo, de cultivo, de cosecha). Alrededor, algunas casas de
adobe, perros vagando y niños corriendo. La vida en el exterior no parecía nada
mal. Vieron unos pozos de agua, pero no se les ocurrió cómo comunicarlos con el
refugio. Un mugido llamó su atención, y vieron un corral con vacas poco
comunes.
-Pero… esas
vacas tienen dos cabezas- dijo Natasha en voz no muy baja.
-Y cagan como
si tuvieran cuatro culos, hija… - dijo sonriendo un campesino, que estaba
cuidándolas, y les aclaró- Les decimos brahmin, si quieren saberlo.
No hay muchas otras cosas para ver. La casa
más grande, frente al monolito, era la de Aradesh, cabeza de la comunidad.
Resultó ser un hombre no muy viejo, curtido por el sol, de pelo oscuro y
grasiento. A mí me recordó al actor que hizo de Salieri en “Amadeus”. Iba
vestido con una túnica de pelo de brahmin, y, salvo por un adorno en la oreja,
tan austero como el resto de los Arenasombrenses (o como se diga). Cuando se
presentan ante él, les responde con una voz pausada y ceceosa.
-Viajeros,
voy a creerles por esta vez. Pero aquí no conseguirán un aparato como ese. Sé
que hay un par de poblaciones al sur, quizás allí consigan lo que buscan.
Pueblochatarra podría serles útil, o más probablemente el Eje, que es el centro
de comercio de las Tierras Baldías. Por estos días tenemos un viajero de allí,
recuperándose en nuestra comunidad…
-¿Qué tan
lejos quedan esas ciudades?- pregunta alguno de los habitantes del refugio.
-Varios días
al sur, cruzando el desierto, no lo sé con certeza. Lo cierto es que yo no
suelo alejarme de estos muros: estamos muy aislados y la vida afuera es
inhóspita.
-¿No podría
alguno de sus hombres orientarnos, quizás guiarnos hasta allí?
Aradesh se
niega con cortesía.
-No sería
prudente. Por estos días, necesito todos los guardias posibles para defendernos
de los piratas y los escorpiones rad…
-¿Escorpiones
rad?- pregunta Natasha- ¿Unos escorpiones gigantes? ¿Hay muchos de esos?
Aradesh exclama, abriendo los ojos y
remarcando las eses: “¡Oh, Gran, si!”. Les explica que los bichos deben tener
un nido cerca, porque siempre vuelven, no importa cuántos maten:
-Nuestro
médico, Razlo, está tratando de crear un antídoto, pero precisa más tiempo…
Seth cree saber dónde está su cueva, pero precisaríamos más voluntarios
para eliminarlos…
-Nosotros
matamos uno de camino hacia aquí, sin mucho problema- exagera Albert- no
parecían tan feroces después de un par de disparos. Qué tal esto: si los
ayudamos a destruir ese nido, nos da un guía hasta esas ciudades del sur.
“Oh, sí, sí, sí, sí” repite el viejo, esta
vez con un seseo de entusiasmo.
-Hablen con
Seth en la entrada, y si quieren con Razlo, que es quien más sabe de esos
monstruos. Ya mismo los envío con mi hija, Tandi…
Aradesh pegó dos gritos llamándola, y
corriendo un cortinado que separaba la sala de los dormitorios- detrás de los
cuales ya estaba seguramente espiando a los recién llegados- apareció una
jovencita, sencilla (como todo alrededor) pero con una expresión despierta y
curiosa. Albert se la queda mirando con demasiada atención. Natasha se da
cuenta, pero por suerte Aradesh no. Y Tandi tampoco, aunque les dedicó una
mirada parecida:
-Gente de afuera…
que bien, al fin pasa algo en este pueblo.
Cuando los tres hubieron salido, Albert
aprovecha para proponerle a Natasha que dividan tareas: ella podría ir avisando
a Seth sobre la excursión a la cueva, y él desviarse con Tandi a lo del doctor,
“para ganar tiempo”.
Natasha entiende la indirecta, pero acepta
adelantarse dedicándole una cara de “cuidado-lo-que-hacés”.
La chica lo guía sin apuro hasta una choza
cercana.
-Así que…
Tandi… qué pueblo lindo el que tienen acá.
-Yo lo
detesto, no hay nada divertido para hacer (dice bajando la cabeza).
-Bueno,
claro. Es decir… nada, aparte de ver comer a las Brahmins, ¿No? (Tandi levanta
la cabeza y sonríe, mostrando una línea de dientes todavía blancos. Albert
siente en ese momento que se le afloja el cuerpo).
-Claro. En
cambio ustedes, las cosas que habrán visto. (Comenta entusiasmada).
- (Albert
tartamudea) Si, si claro, de todo (Carraspea, y agrega queriendo parecer
importante) Y ahora, con el asunto éste de los Escorpiones…
-Sí, una
pena, son lo único interesante que pasa por acá (patea una piedra, se limpia la
nariz con el brazo).
- Claro, eso,
una pena. Y… ¿si tanto te molesta este lugar, por qué no te vas?
- Ojalá. Pero
sola no podría, y a mi Padre le daría un infarto si saliera del pueblo…
-¿Y entonces…?
(No se anima a, o no sabe cómo terminar la frase).
La hija del
líder de la aldea corta el diálogo con un anuncio inevitable:
-Llegamos a
lo de Razlo.
-¿A lo de
quién? Ah, sí, el médico, claro…
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