Cuando abre los ojos, la mañana ya ha
avanzado mucho. Los primeros momentos no entiende muy bien donde está. Después
de un pésimo descanso y aún sin despertar del todo, gira la cabeza mirando a
todas partes. La cama de Natasha está vacía. Entonces se le acomodan los
recuerdos.
La esposa de Razlo está en la puerta,
despidiendo a alguien. Albert va a correr hacia ella, cuando nota que la
persona a quien saluda es el hermano de Seth, Jarvis, suficientemente
recuperado como para caminar por sí mismo. Seth, emocionado, ha dejado su
puesto de guardia y llega para tomar a su hermano del brazo y llevárselo consigo.
La esposa de Razlo nota la presencia del
extranjero, y le sonríe tristemente.
-El antídoto…
funciona- afirma Albert, aunque quizás pregunta.
-Funcionó
para Jarvis, si- La respuesta de la señora no descarta todos los interrogantes.
Albert señala la cama vacía, ahora sí,
indudablemente, preguntando:
-¿Pero, y
Natasha?
-Bueno, le
dimos el suero, claro. Los efectos fueron… algo abruptos. Razlo tuvo que
ponerse muy firme para controlarla. Quizás no sea yo quien tenga que contarte
esto.
-Entonces… Natasha
está…
-Natasha está
perfectamente- Responde la propia Natasha, saliendo aún mojada del cuarto donde
se tomó un baño. Razlo la llevaba de nuevo a su cama, envuelta en una manta.
Albert corre a abrazarla, aunque se contiene
a último momento y simplemente la toma de las manos.
-Así me
gusta, compañera. De verdad, una “dura de matar”.
-Así parece.
Ya podemos seguir nuestro camino, y el doctor ya pude patentar ese antídoto.
El doctor le dice que sí a todo, pero
después le aclara a Albert que en realidad ni loco, que tiene como para una
semana de descanso, que ni se les ocurra retomar ya mismo el viaje. Les cuenta
que, además de la salud perdida en la convalecencia, su cuerpo reaccionó con
violencia al fármaco, porque tuvieron que aplicarle una fuerte dosis. Sólo
después del baño empezaba a normalizarse su ritmo cardíaco. Pero el veneno
estaba definitivamente fuera de su sistema.
A pesar del diagnóstico, no demoraron tanto
en ponerse en movimiento. Las noticias de la recuperación y la pronta partida
de los viajeros corrieron enseguida por todas las bocas, y los ojos de Arenas
Sombreadas los siguieron desde la choza del médico hasta la casa de Aradesh,
donde anunciaron su partida.
“Viajeros, el
favor que le han hecho a este pueblo, nunca podré pagárselos debidamente. En
principio, cumplo con mi palabra: busquen a Ian, el guardián de caravanas de El
Eje, quien los espera en la Casa de Guardias. Él ha aceptado llevarlos hasta
otras ciudades donde puedan cumplir con su misión. Pero siempre serán bienvenidos
entre nosotros, si desean volver. Que el agua nunca brille en la oscuridad para
ustedes…”
Antes de salir de la casa principal, Albert
se volvió buscando a Tandi con la mirada. No alcanzó a verla ni delante ni
detrás de ninguna cortina.
Ian tenía la misma actitud con que lo viera
Albert la noche anterior. Los estaba esperando en el medio de la Casa de
Guardias, muy a la vista, pero fingiendo estar ocupado en otra cosa. Natasha
nota enseguida la soberbia del hombre de chaqueta de cuero, y no se molesta en
disimular su desagrado. Cuando se presentan, Ian tampoco disimula su agrado por
la silueta de Natasha, que examina con un vistazo rápido pero abarcativo.
Albert se
explica: “Tenemos que viajar al Sur, y Aradesh nos dice que sos la persona que
necesitamos: tu experiencia puede sernos útil”. Ian responde sonriendo y
alisándose el pelo:
-Muy bien,
teniendo en cuenta que este lugar ya se está poniendo aburrido, podemos hacer
una tarifa estándar: por cien chapas, me pongo en camino con ustedes.
-¿Cien qué?-
se sorprende Natasha. Albert recuenta mentalmente las pocas que le regalaron.
-Después te
explico. Mirá, Ian, Aradesh no nos dijo que había que pagarte nada y además no
tenemos tantas chapas. ¿En vez de eso, que tal un poco de acción?
La mirada de Ian se desvía rápida y casi
imperceptiblemente hacia Natasha, en un movimiento fugaz pero que no pasa
desapercibido. El viajero de El Eje tose, y responde haciéndose el
desentendido: “OK muchachos, los acompaño por parte del botín. Suena muy bien
volver de nuevo a la acción…”
Y agrega,
forzando un tono severo:
-Agarren lo
que tengan que agarrar, nos vamos al amanecer.
Tímidos para las despedidas, la mayoría de
los aldeanos saludan desde lejos, asomándose a las puertas y ventanas de sus
chozas. Aradesh, lejano y solemne, se deja ver frente al monolito, apoyado en
una lanza, con la capucha de su túnica cubriéndole el rostro. Como todo gesto
de adiós, inclina la cabeza lentamente. Albert, una vez más, busca alrededor
suyo a Tandi.
Cuando ya están a unos pasos de la entrada,
la ve al fin, apoyada en la pared de la última (o la primera) casa de la aldea.
Aprovecha mientras Seth y Katrina, firmes en sus puestos bajo el arco de las
murallas, les dan unas últimas palabras a sus compañeros, para alejarse del grupo
y despedirse de ella.
-Así que se
van (se lamenta Tandi).Y se llevan a Ian, encima. Ahora sí no queda nadie
interesante por acá.
-Sí, vas a
tener que pensar en algo para divertirte (dice Albert, muriéndose de culpa. Se
le acerca un poco). Yo preferiría quedarme, pero me arrepentiría. “Quizás no
hoy, quizás no mañana”, pero, ya sabés…
-No, no sé.
-Bueno, no
importa (él se le acerca un poco más) Cuando terminemos lo que tenemos que
hacer, podríamos volver. O quizás, vos podrías animarte a...
-¡Albert!-grita
Natasha desde la entrada- ¿Vamos?
-Bueno,
“siempre tendremos Arenas Sombreadas”, je.- termina de decir con nerviosismo
Albert, y se une al grupo.
Detrás de las murallas amanece. La luz
enrojece la llanura árida en el horizonte. Ian, desde atrás de ellos, señala el
desierto teñido por las luces del sol naciente.
- Tratemos de
alcanzar esa zona roja allá adelante, para estar realmente en camino a tiempo.
-No sé mucho
de viajes- protesta Natasha- ¿Pero el guía no debería ir adelante?
-Si- contestó
Ian, tomando la delantera- pero desde atrás se aprecia mejor cómo te queda ese
traje tan ajustado.
Natasha abre la boca sin poder responder,
tan ofendida que no resuelve qué decir. En la Bóveda, sólo ese comentario
hubiera merecido una sanción y una disculpa pública. Busca ayuda en la mirada
de Albert que, nervioso, intenta sin éxito una frase conciliadora.
-“Me parece
que este es el comienzo de una hermosa amistad”.
El grupo sigue, con el guía ahora adelante,
pero los otros dos van inquietos sobre la naturaleza del desconocido, a quien
confiaron sus vidas para cruzar el páramo.
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