CAPÍTULO 8- “Auf wiedersehen goodbye”


   Cuando abre los ojos, la mañana ya ha avanzado mucho. Los primeros momentos no entiende muy bien donde está. Después de un pésimo descanso y aún sin despertar del todo, gira la cabeza mirando a todas partes. La cama de Natasha está vacía. Entonces se le acomodan los recuerdos.
   La esposa de Razlo está en la puerta, despidiendo a alguien. Albert va a correr hacia ella, cuando nota que la persona a quien saluda es el hermano de Seth, Jarvis, suficientemente recuperado como para caminar por sí mismo. Seth, emocionado, ha dejado su puesto de guardia y llega para tomar a su hermano del brazo y llevárselo consigo.
   La esposa de Razlo nota la presencia del extranjero, y le sonríe tristemente.
-El antídoto… funciona- afirma Albert, aunque quizás pregunta.
-Funcionó para Jarvis, si- La respuesta de la señora no descarta todos los interrogantes.
   Albert señala la cama vacía, ahora sí, indudablemente, preguntando:
-¿Pero, y Natasha?
-Bueno, le dimos el suero, claro. Los efectos fueron… algo abruptos. Razlo tuvo que ponerse muy firme para controlarla. Quizás no sea yo quien tenga que contarte esto.
-Entonces… Natasha está…
-Natasha está perfectamente- Responde la propia Natasha, saliendo aún mojada del cuarto donde se tomó un baño. Razlo la llevaba de nuevo a su cama, envuelta en una manta.
   Albert corre a abrazarla, aunque se contiene a último momento y simplemente la toma de las manos.
-Así me gusta, compañera. De verdad, una “dura de matar”.
-Así parece. Ya podemos seguir nuestro camino, y el doctor ya pude patentar ese antídoto.
   El doctor le dice que sí a todo, pero después le aclara a Albert que en realidad ni loco, que tiene como para una semana de descanso, que ni se les ocurra retomar ya mismo el viaje. Les cuenta que, además de la salud perdida en la convalecencia, su cuerpo reaccionó con violencia al fármaco, porque tuvieron que aplicarle una fuerte dosis. Sólo después del baño empezaba a normalizarse su ritmo cardíaco. Pero el veneno estaba definitivamente fuera de su sistema.
    A pesar del diagnóstico, no demoraron tanto en ponerse en movimiento. Las noticias de la recuperación y la pronta partida de los viajeros corrieron enseguida por todas las bocas, y los ojos de Arenas Sombreadas los siguieron desde la choza del médico hasta la casa de Aradesh, donde anunciaron su partida.
“Viajeros, el favor que le han hecho a este pueblo, nunca podré pagárselos debidamente. En principio, cumplo con mi palabra: busquen a Ian, el guardián de caravanas de El Eje, quien los espera en la Casa de Guardias. Él ha aceptado llevarlos hasta otras ciudades donde puedan cumplir con su misión. Pero siempre serán bienvenidos entre nosotros, si desean volver. Que el agua nunca brille en la oscuridad para ustedes…”
   Antes de salir de la casa principal, Albert se volvió buscando a Tandi con la mirada. No alcanzó a verla ni delante ni detrás de ninguna cortina.

   Ian tenía la misma actitud con que lo viera Albert la noche anterior. Los estaba esperando en el medio de la Casa de Guardias, muy a la vista, pero fingiendo estar ocupado en otra cosa. Natasha nota enseguida la soberbia del hombre de chaqueta de cuero, y no se molesta en disimular su desagrado. Cuando se presentan, Ian tampoco disimula su agrado por la silueta de Natasha, que examina con un vistazo rápido pero abarcativo.
Albert se explica: “Tenemos que viajar al Sur, y Aradesh nos dice que sos la persona que necesitamos: tu experiencia puede sernos útil”. Ian responde sonriendo y alisándose el pelo:
-Muy bien, teniendo en cuenta que este lugar ya se está poniendo aburrido, podemos hacer una tarifa estándar: por cien chapas, me pongo en camino con ustedes.
-¿Cien qué?- se sorprende Natasha. Albert recuenta mentalmente las pocas que le regalaron.
-Después te explico. Mirá, Ian, Aradesh no nos dijo que había que pagarte nada y además no tenemos tantas chapas. ¿En vez de eso, que tal un poco de acción?
   La mirada de Ian se desvía rápida y casi imperceptiblemente hacia Natasha, en un movimiento fugaz pero que no pasa desapercibido. El viajero de El Eje tose, y responde haciéndose el desentendido: “OK muchachos, los acompaño por parte del botín. Suena muy bien volver de nuevo a la acción…”
Y agrega, forzando un tono severo:
-Agarren lo que tengan que agarrar, nos vamos al amanecer.
   Tímidos para las despedidas, la mayoría de los aldeanos saludan desde lejos, asomándose a las puertas y ventanas de sus chozas. Aradesh, lejano y solemne, se deja ver frente al monolito, apoyado en una lanza, con la capucha de su túnica cubriéndole el rostro. Como todo gesto de adiós, inclina la cabeza lentamente. Albert, una vez más, busca alrededor suyo a Tandi.
   Cuando ya están a unos pasos de la entrada, la ve al fin, apoyada en la pared de la última (o la primera) casa de la aldea. Aprovecha mientras Seth y Katrina, firmes en sus puestos bajo el arco de las murallas, les dan unas últimas palabras a sus compañeros, para alejarse del grupo y despedirse de ella.

-Así que se van (se lamenta Tandi).Y se llevan a Ian, encima. Ahora sí no queda nadie interesante por acá.
-Sí, vas a tener que pensar en algo para divertirte (dice Albert, muriéndose de culpa. Se le acerca un poco). Yo preferiría quedarme, pero me arrepentiría. “Quizás no hoy, quizás no mañana”, pero, ya sabés…
-No, no sé.
-Bueno, no importa (él se le acerca un poco más) Cuando terminemos lo que tenemos que hacer, podríamos volver. O quizás, vos podrías animarte a...
-¡Albert!-grita Natasha desde la entrada- ¿Vamos?  
-Bueno, “siempre tendremos Arenas Sombreadas”, je.- termina de decir con nerviosismo Albert, y se une al grupo.
   Detrás de las murallas amanece. La luz enrojece la llanura árida en el horizonte. Ian, desde atrás de ellos, señala el desierto teñido por las luces del sol naciente.
- Tratemos de alcanzar esa zona roja allá adelante, para estar realmente en camino a tiempo.
-No sé mucho de viajes- protesta Natasha- ¿Pero el guía no debería ir adelante?
-Si- contestó Ian, tomando la delantera- pero desde atrás se aprecia mejor cómo te queda ese traje tan ajustado.
   Natasha abre la boca sin poder responder, tan ofendida que no resuelve qué decir. En la Bóveda, sólo ese comentario hubiera merecido una sanción y una disculpa pública. Busca ayuda en la mirada de Albert que, nervioso, intenta sin éxito una frase conciliadora.
-“Me parece que este es el comienzo de una hermosa amistad”.
   El grupo sigue, con el guía ahora adelante, pero los otros dos van inquietos sobre la naturaleza del desconocido, a quien confiaron sus vidas para cruzar el páramo.

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