CAPÍTULO 25: “The underworld”

   Las luces de neón del Halcón maltés se extendían sobre los restos de asfalto en la avenida principal, seduciendo a los viajeros a entrar. La noche estaba avanzadísima, pero no tenían sueño. La sugerencia de Ian de pasar el rato allí se convertía en una idea razonable...
   Lo encontraron ya entonado en la barra del bar, festejando su regreso a la gran ciudad, y lo invitaron a volver a agruparse en una mesa apartada.
-Perfecto, encantado de volver a la acción- dijo dejándose caer en una silla mientras le giñaba un ojo a Natasha.
   Pidieron algo para tomar, lo cual fue muy necesario para ayudarse a digerir la cena de iguana, que desde hace horas tenían atravesada en la garganta. Albert ordenó un poco de agua, y le trajeron un líquido bastante parecido (Albóndiga lo rechazó cuando le dieron un poco) Natasha, desconfiando de la bebida de Albert, prefirió una botella de cerveza, que resultó aceptable. Ian siguió pidiendo “el alcohol más fuerte que tuvieran”, lo cual probablemente fuera el trago más sano de los tres.
   El Halcón Maltés era un lugar amplio y ruidoso, óptimo para hablar sin ser escuchado. Varios grupos de personas estaban sentados más o menos cómodos, sin que nadie los moleste. Algunos de esos grupos eran en especial oscuros, peligrosos pero de una manera menos obvia que los pandilleros de Pueblochatarra o los piratas del desierto.
   Ya instalados, ponen a Ian al tanto de su recorrido, pero sin explayarse mucho, especialmente en el detalle de la desorientación (ya bastante se burló cuando le contaron su trueque en la biblioteca). Mientras beben, repasan la cuenta de los días que les quedan por delante para salvar a los otros habitantes del refugio de una horrible muerte por deshidratación. También, por recomendación de Ian, hacen un recuento de su inventario, estipulando cuántas chapas tenían y qué cosas podían trocar para conseguir más: si los mercaderes de agua podían ayudarlos, se imaginaban que sería una ayuda cara.
     Concentrados en esa operación, no perciben de inmediato la mirada de un hombre rudo que los observa desde su puesto junto a una puerta. Cuando Natasha finalmente lo nota, codea a sus compañeros para indicárselo. Ian, al reconocer al curioso, se muestra visiblemente perturbado.
-No hagan contacto visual con ese tipo -les dice por lo bajo, sin dar mayores explicaciones.
   Pero fue inútil. Ninguno de los dos pudo dejar de echar rápidas miradas hacia ese rincón. Cuando el extraño se aseguró que lo habían visto, les indica por gestos que se acerquen. Entonces Ian se rinde, y les dice que lo mejor era acercarse. Cambia su gesto de preocupación a una sonrisa forzada y se levanta, seguido de los habitantes del refugio.
-Yo sé quiénes son ustedes- suelta el matón sin mucho protocolo- Son los que lo bajaron a Gizmo. Killian les debe haber pagado una fortuna por hacerle ese trabajo… al Jefe no le gustaría saber que van a hacer lo mismo por acá, para el bando equivocado.
   El tono de amenaza era evidente, y Natasha y Albert intentan excusarse. Entonces el matón insiste, invitándolos a seguirlo: “el Jefe seguro ya tiene algo en lo que podrían ser útiles”. Ian, que sin duda sabe bastante bien quién es ese “jefe” al que el otro se refiere, les indica por lo bajo que era preferible aceptar la invitación por las buenas.
   El matón los conduce hasta una habitación retirada, en los sótanos del club nocturno, donde poco tiempo después conocieron al amo del bajo mundo.
   Se llamaba Decker, y era un hombre sombrío, de rasgos firmes y voz calmada, pero intimidante. Se me hizo parecido a Kurt Russel, pero sin nada de simpático.
  Lejos de la caricatura de mafioso que era Gizmo, este criminal se mostraba frío y calculador, casi amable, aunque justamente por eso más amenazante. Gobernaba el hampa del mayor centro de comercio desde sus oficinas inaccesibles, rodeado de matones profesionales.
   Ostentando sus buenos modales, se presenta mostrándose sorprendido de la "fama que los precede", y pregunta los nombres de sus “invitados”.

-Las formalidades han concluido- determina una vez que los sabe- Mi asistente me dice que lo han impresionado bien, y que no debería dejar de encargarles cierto trabajo que tengo pendiente.
   Los pone sobre aviso de “cierto mercader” que entorpece su poder en la ciudad, y que debía ser eliminado. Él, su mujer y sus guardias. Todo por un buen precio, desde luego.
   Albert y Natasha intercambian miradas nerviosas. Nunca hubieran creído ganarse una reputación de asesinos a sueldo. Ian, nervioso también aunque no podría decir de verdad cuánto, evaluaba las posibilidades de aceptar la oferta para luego volver a borrarse de la ciudad sin dejar rastros.
   Albert decide tomar la palabra. Carraspea aclarándose la voz y, tratando de sonar relajado, explica que ellos sólo están de paso por El Eje. Que tienen otros intereses en la ciudad. Pero Decker se muestra gravemente decepcionado ante la perspectiva de rechazo. Natasha, tomando la actitud que funcionara con Gizmo en su momento, hace las preguntas comunes del oficio. Cuanto es la paga, nombre de la víctima, ubicación y cantidad de guardias. Lo usual.
   La paga es buena, y una parte es por adelantado. El objetivo es un tal Daren Hightower, comerciante enriquecido, dueño del negocio más rentable de las Tierras Baldías: las torres de agua. Mientras Decker responde todo esto con su voz pausada y profunda, figurémonos el panorama que va describiendo. En primer plano, la cara preocupada del mercader, luego la imagen se amplía y vemos de fondo a su esposa, ambos en una casa tan adornada como es posible en un mundo postnuclear.
   “La víctima y su esposa habitaban en Los Altos, la zona elitista de El Eje” -cuando la imagen se aleja todavía más, incluyendo el exterior, vemos por fuera la mansión donde ellos se protegen detrás de unos gruesos muros… y por supuesto, de “un ejército personal de custodios bien armados”.
   Natasha acepta en nombre de todo el grupo. El amo del bajo mundo ahora sí parece satisfecho. Les recomienda no llamar la atención al llevar a cabo el trabajo. Les permite irse sin amenazas ni ultimátums… lo cual tiene un efecto aún más siniestro.
   Decker le indica a su mano derecha (Kane, el matón que los llevó hasta allí) que los escolte hasta la puerta. Kane así lo hace, y mientras les paga las quinientas chapas de adelanto, les recuerda que lo dicho en la entrevista ha sido confidencial. Luego, vuelve a su puesto junto a la puerta cerrada, como si nunca hubieran charlado del asunto.
-¿Así nomás?- le pregunta Albert a Ian cuando están de nuevo en la superficie.
-No creo. A lo mejor tendríamos que haber dicho que no... a partir de ahora tenemos que vigilar mejor nuestras espaldas. Ni se les ocurra hablar de esto con nadie, y menos con la policía. Lo antes posible, resolvamos sus asuntos en El Eje.
   Estos asuntos muy pronto se complicarían todavía más.

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