CAPÍTULO 35: "Un tesoro entre lo podrido"

   Cuando Albert fue arrojado hacia un costado, se desparramaron los cuerpos descompuestos que amortiguaron su caída. Luego explicó, mostrando el terreno a sus amigos, que tanteó el suelo buscando su maza… pero encontrando en su lugar algo más conveniente. Mientras relata, les deja examinar el arma con la que había derretido al “Sensei Splinter”. El habitante del refugio la había sacado “from the cold, dead hands”[1] del cadáver de un necrófago, sin distinguirla bien en medio de la penumbra y la desesperación, pero entendiendo al tacto que era una pistola. Sólo que su disparo, una bola de combustible verde, fue mucho más efectivo de lo que hubiera pensado jamás.
   El hallazgo era una aparatosa pieza metálica, muy liviana, con una sustancia verde que brillaba en su interior. Una pequeña célula de energía, algo así como una batería, servía para recargarla… y por suerte, se veía con la carga completa.

-Es una pistola de plasma- sentencia Ian, devolviéndole a Albert el arma luego de un análisis profundo. Sin demostrar su envidia por el hallazgo, se pone a revisar los montones de huesos con la esperanza de que hubiera otro tesoro oculto entre la podredumbre- Según escuché, fanáticos de la tecnología como esa “Hermandad del Acero” hacen armas así de raras: rayos que te electrocutan, lásers que si te cruzan te queman… o bolas que te derriten, como ésta. Pero nunca había visto ninguna, y menos lo que pueden hacer… Guardala bien, no quiero que se te escape un tiro de plasma caliente y me derritas un glúteo.
   “Si, sería una lástima”, se sorprende pensando para sí misma Natasha, al mirar de  reojo a Ian agachándose en su búsqueda. Se desentiende de ese pensamiento, y de inmediato se dedica a orientarse para encontrar el camino perdido hacia la superficie.
-Creo que es por allá- dice, señalando hacia un punto específico en la red de drenajes- ¿Podemos ir, o van a seguir revolviendo ese charco de mugre?
   Ian se da por aludido.
-No creo que tengamos suerte- Se lamenta, con una decepción casi infantil- Solamente queda un montón de basura inservible.
   Y se descarga pateando unos cuantos metales retorcidos cubiertos de óxido. Justo antes de que se sumerjan en un pozo, Natasha los detiene con el pie. Desde luego no eran un arma de tecnología avanzada… pero los guarda igual, siguiendo un pensamiento que no compartió con el resto. Los demás ya avanzaban hacia una escalera de mano, clavada en la pared en el lugar donde, más o menos, debería estar la salida indicada por los espectros de las cloacas.


   Resultó ser, efectivamente, una salida. O una entrada, dependiendo del punto de vista.



[1] “De sus manos frías y muertas”. Frase muy común en inglés, que aparece en muchas películas y libros, por lo que decidimos dejarla en su idioma original, como una posible referencia (N. del T.).

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