Detengamos ahí la imagen. Volvamos unos
capítulos atrás. Lo que sigue puede haber sido narrado por Natasha mientras se
ven en pantalla las imágenes, pero aquí lo pondremos en tercera persona, y en
vez de la voz puede imaginarse con música de fondo (quizás "On te
run", de Pink Floyd).
Cuando Natasha vio prenderse fuego a la
espectro que había liberado de la celda, también pensó en un primer momento que
era Ian (quien había empujado a Natasha para salvarla de la llamarada). A lo
largo del pasillo, la necrófaga baila enloquecida hasta morir, consumiéndose
como un grotesco fósforo gigante. Esa misma escena, vista desde otra
habitación, bastó para convencer a Albert de la muerte de su amigo;
afortunadamente también lo creyó así el supermutante que había disparado el
lanzallamas, por lo que salió en inmediata persecución del habitante del
refugio sin quedarse a ver cómo su anterior víctima terminaba la danza macabra.
Pero Natasha tardó un tiempo en saber la
verdad. El ataque del invasor (y la supuesta transformación de su amigo en un
cuerpo ardiente) la había aterrado, pero no paralizado: “sin demorarme mucho en
el suelo, donde había caído, me levanté y corrí hacia el lugar que me pareció
más seguro en esas circunstancias: la bóveda subterránea que había encontrado
debajo del almacén de agua”.
-¡Entonces sí
hay un refugio ahí abajo!-interrumpe Albert. Él está escuchando atentamente
cada palabra que sale de la boca de Natasha, y se alivia al saber que tuvo
razón todo ese tiempo.
El
chip de agua… Albert no deja de interrogar a Natasha sobre cómo lo había
conseguido, en pleno éxtasis por la posibilidad de regresar victoriosos a la
Bóveda 13. Pero ella no abunda en detalles, resume el hecho diciéndole que pudo
llevarse el chip prometiéndoles a los espectros del refugio arreglar la bomba
de agua. Ahora, con el chip en sus manos y la bomba funcionando, aconsejaba
salir cuanto antes de esa ciudad. Su compañero estuvo de acuerdo: una vez que
Ian tuviera el suficiente estado de salud para caminar, no había razón para
retrasar el regreso a su propio refugio. Además, el tiempo que quedaba no era
mucho… las alarmas y recordatorios de los Pip-boys sobre el plazo para el
regreso se disparaban cada vez más seguido…
El antiguo guía ya caminaba un poco un par
de días después, sin disimular el dolor de sus partes quemadas (aunque curadas
con dedicación por los recursos de los Hijos de la Catedral). En un verdadero
milagro médico, habían sanado las llagas y ampollas sin dejar demasiadas cicatrices
en la espalda y la nuca del viajero… aunque su pelo largo, quemado casi
totalmente en la parte de la nuca, tardaría en crecer, y la expresión sombría
de su rostro aún más en ablandarse.
Durante esos días que le llevó recuperarse,
el grupo sintió algo de la paz que había alcanzado a Albert la primera vez que
entró en un templo de los Hijos de la Catedral, allá en El Eje, en un momento
de su viaje que ahora parecía haber sido en otra vida.
Pero esa sensación estaba opacada por la
actitud de los monjes frente a los invasores: antes de partir, Albert les
preguntó a los religiosos cuál había sido su relación con los supermutantes, y
cómo habían sobrevivido a su búsqueda de humanos “normales” (teniendo ese
hospital a la sombra de su base principal). Ellos le respondieron con un sermón que no lo conformó: “Nuestra
misión es sanar las heridas de este mundo, llevando la palabra y las bondades
de la Flama Sagrada a todas las criaturas, sean humanos o mutantes de cualquier
tipo”.
Entonces, su humilde hospital había servido,
también, a los espantosos invasores. La falta de diferenciación entre los
viajeros y sus enemigos le restaba confianza en esa religión, de una
conveniente imparcialidad en el conflicto. En caso de haber terminado la
batalla de manera opuesta, los supermutantes estarían ahora curando sus heridas
en esos mismos cuartos, y los viajeros irían prisioneros, camino a ver a ese
Teniente del que los mutantes hablaban (en lugar de emprender el regreso junto
a su propio líder, el Supervisor, llevándole la salvación del nuevo chip).
De todas formas, agradecidos por su atención
a Ian, no les pidieron ningún tipo de explicación.
-El Maestro
tiene planes para todos nosotros- Les dijeron los monjes al despedirse de
ellos- Y a ustedes seguramente les tiene reservado uno muy especial, ya que han
sobrevivido a numerosos peligros…
Por pedido de Natasha, casi no salieron del
hospital hasta el momento de partir definitivamente de la ciudad. Los
espectros, plenamente dueños de Necrópolis, festejaban el triunfo y el arreglo
de la bomba de agua, hecho que también atribuían a los “salvadores” del Refugio
13, sin llegar a comprender el motivo de su ausencia en los festejos.
Set, el cobarde líder de los necrófagos, no
había vuelto a ser mencionado luego de abandonarlos en el peor momento de la
batalla. Los espectros de las alcantarillas habían tomado el control de la
ciudad, y estaban muy ocupados reorganizando el ayuntamiento. Habían liberado a
los espectros flourescentes encarcelados por Set, y los enviaron como
mensajeros a dar las buenas nuevas a los de la Bóveda. Pero ninguno de ellos
volvió a subir, y las relaciones entre los espectros del refugio y la
superficie se enfriaron, por alguna razón.
Los extranjeros que los habían ayudado se
negaron a cualquier tipo de homenaje. Ni bien fue posible se fueron, de
madrugada, evitando toda clase de despedida.
………………………………………………
-Entonces,
volviste a ese refugio escapándote de Barry y su lanzallamas- insiste Albert a
Natasha, para que retome su relato. Están en el primer descanso del camino, ya
teniendo lejos, a sus espaldas, la ciudad muerta. Sentado junto al fuego de la
hoguera del campamento que habían levantado, acaricia suavemente los circuitos
del chip (gesto que repetía varias veces al día, como si no creyera que el
objeto sea real)- Me decía Ian que allá abajo los atacaron unos espectros
fluorescentes…
-Sí- le
responde Natasha, luego de una pausa- Había bajado antes, pero no pude entrar:
varios espectros protegían la puerta, ya que sin la bomba arreglada el refugio
era su verdadera fuente de agua…
-Me hubiera
encantado ver esa bóveda... ¿Y qué diferencia hubo esta vez, entre tu primer y
tu segundo intento por entrar?
Natasha hace otra pausa antes de retomar su
historia. Esta parte se veía descolorida y medio fuera de foco; el relato se
muestra algo borroso, como un recuerdo vago.
“Volví a bajar, y les mostré las piezas que
había encontrado en las alcantarillas. Me llevaron al Centro de Mandos, donde
las analizamos con sus técnicos. Todos coincidieron en que pertenecían a la
bomba de agua. Como te dije, pude convencerlos de que, si me daban el chip la
arreglaría. Me lo dieron con esas condiciones”.
Albert no pide más detalles. Acepta el
relato, pero sospecha que no es del todo cierto. Es, de hecho, bastante falso.
Mientras Albert duerme, Ian le hace saber
que a él no podía engañarlo con esa ficción.
-La
diferencia entre tu primera y tu segunda bajada fue que tenías un arma…
¿Barriste a todos los "muertos vivos fluo", no? No te culpo, yo hubiera
hecho lo mismo desde un principio…
Natasha se sincera, angustiada, pero no se
quiebra. Lo que más le preocupa es su falta de arrepentimiento (a pesar de la
férrea educación familiar, que aún en el refugio mantenía ciertos antiguos
credos relacionados al culto de la culpa). El nuevo mundo debe haber cambiado
algo en su interior. Quizás un verdadero instinto de superviviente se abrió
paso en ella.
Después del ataque en el Almacén de Agua,
desesperada por la supuesta pérdida o desaparición de sus amigos (incluso de
Albóndiga, que luego de la confusión de las llamas salió corriendo detrás de su
otro amo) bajó al refugio sin piedad para nadie. Y esta vez tuvo un rifle en
las manos. Ian se acerca y la abraza mientras la escucha.
Cuando retoma su relato, las imágenes
verdaderas se superponen ahora a las falsas: ella no les muestra a los
guardianes las piezas encontradas en las cloacas, sino su arma, y los liquida
sin mayor problema. Una vez en el centro de mando, no analiza nada con los
técnicos: los barre con un par de ráfagas mientras ellos les piden clemencia.
Lejos de darle el chip purificador, algunos mutantes indefensos tratan de
proteger a toda costa la consola iluminada que lo guarda. Natasha pasó sobre
sus cadáveres para arrancar de la consola esa pieza fundamental para ambos
refugios. Al llevarse el chip, deja atrás un refugio arrasado, y apagado para
siempre el tablero, donde antes brillaban los botones indicando el flujo vital
del agua potable.
Fue recién al salir, con el chip bajo el
brazo, que encuentra el cuerpo vivo aunque inconsciente de Ian, y recupera algo
de su humanidad. Al arrastrarlo fuera, es recibida por los monjes, que pasado
el tiroteo del Almacén del Agua se acercaron en busca de heridos. Mientras deja
a su amigo al cuidado de ellos, escucha los nuevos disparos a la distancia; los
ecos de la batalla del ayuntamiento, que recién empieza.
Sí hubo una promesa, pero a sí misma:
liberará a los espectros de esos invasores, y arreglará la bomba de agua. Tal
vez, así compense la masacre que acaba de cometer.
Entonces guardó el chip entre las cosas de
Ian, tomó sus armas y partió hacia el centro de Necrópolis. El resto de la
historia la sabemos.
Al amanecer despiertan a Albert y retoman su
camino hacia el refugio. Está callado, y no pareciera haber dormido bien.
Quizás no haya dormido nada. Quizás haya escuchado todo. Pero la historia como
se la contó Natasha será la versión oficial, la que queda grabada en las
crónicas de sus Pip-boys.
Nunca más vuelven a hablar del tema entre
ellos.
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