CAPÍTULO 26: “Los Mercaderes de Agua”

   Al amanecer, Ian los condujo a través de la ciudad hasta el lugar donde deberían solucionar cualquier problema relacionado con el elemento vital: las oficinas de los Mercaderes de Agua.
   Los mercaderes de agua… qué montón de buitres sin alma eran realmente. Apropiados desde los tiempos de la fundación de El Eje de la torre de agua potable (la cual abastecía todo el pueblo, los alrededores, y diversos puntos alejados a los que llegaban con las caravanas) su influencia no dejó de extenderse hasta que el resto de las compañías mercantiles les pudo poner un freno. Pero su ambición no conocía límites, y gracias a la habilidad de su líder, el magnate Hightower, no dejaban de acrecentar su poder y su fortuna.
   Pero, desde luego, el empresario no aparecía por las oficinas. Paranoico y desconfiado (por motivos que, como sabemos, no le faltan) jamás sale de su mansión. Así que los viajeros son recibidos por un conjunto de empleados despectivos, muy acostumbrados a sentirse los dueños de la empresa. Cuando los atendieron, una vez aclarado que ellos -“y hablamos por toda la ciudad al decirlo”- no tenían nada parecido a un chip de agua, les ofrecieron como alternativa pagar una (nada pequeña) cantidad de chapas por incluir su localidad en la ruta de caravanas. Para presionarlos aún más, les dijeron que enseguida podrían tener lista una, que lleve agua al menos para cien días de abastecimiento: “no más por ahora, somos gente ocupada”.
   La oferta es tentadora: un respiro de más de tres meses alejaría a casi el doble la fecha límite que les remarcó el Supervisor. Albert se regocijó imaginando la desconfianza del viejo al recibir la entrega, pero teniendo que tragarse su negación al contacto con el mundo exterior. Natasha, por otro lado, adivinó la satisfacción de su pequeño clan familiar sacándose la sed, las tías preparando sus platos tradicionales en las cocinas comunitarias (cada martes, cuando es su turno semanal) el padre organizando la limpieza general de sus habitaciones (el quince de cada mes), la madre bañando a los hermanos más chicos en las duchas colectivas del turno matutino, justo cuando vuelven de sus clases de educación física… “Si todavía vive, la abuela debe estar mugrienta”, piensa.
   Seguramente algo de eso notaron los Mercaderes (¡Ah, rápidos como culebras para reconocer las necesidades de la gente desesperada!) porque aprovecharon su ventaja. “El bienestar de los seres queridos no tiene precio”, sugieren. Seguro habría cosas de valor que trocar en su lugar de origen. Sólo tenían que abonar un adelanto e indicarles el destino…y al decirlo, extienden frente a ellos el mapa actualizado de las rutas de comercio que partían desde El Eje.
   Los viajeros calculan la distancia recorrida, y los Mercaderes de Agua comienzan a asentarla en sus registros para redondear el presupuesto. Siguieron especulando con el precio del encargo, hasta que los habitantes de la Bóveda 13 aclararon que su refugio quedaba en las montañas del noroeste. Entonces las anotaciones terminan abruptamente.
-Imposible- determina uno, visiblemente alterado- Esa zona no es para nada segura. Se han perdido demasiadas caravanas en las montañas, sin que se aclare la causa. Hasta que ese misterio se resuelva, no pensamos mandar nada fuera de las rutas establecidas.
   Desde luego, era una estrategia de mercado: no siendo ellos los que arriesgaban su vida cruzando el desierto, sólo era cuestión de poner precio a las vidas de los guardias y las brahmins involucradas; con un justificativo verosímil, podían sacar la mayor cifra posible del el bolsillo del cliente. Y la cifra era grande. Exorbitante. Miles de chapas que no tenían encima, y que no podrían conseguir… al menos no sin sacrificios. No hizo falta que reconozcan su pobreza. 
-Consigan esas chapas y vuelvan- les aconsejó con frialdad un mercader detrás del escritorio, pasando sus dedos por el mapa- Todos necesitan agua, y todos terminan dependiendo de nosotros. De Pueblochatarra hasta Adytum. Incluso esos desquiciados de la Hermandad de Acero suelen encargar envíos de nuestra torre. Todos. Excepto tal vez esos mutantes de Necrópolis, que de alguna manera repulsiva se las están arreglando sin nosotros… si quieren agua gratis, váyanse a vivir con los fenómenos. Nuestro precio es éste.
  Los nombres de los asentamientos se agolpan en las cabezas de Albert y Natasha, ya saturadas de datos. Los días, las chapas, las distancias. Demasiada información junta, y demasiado desequilibrada la balanza de la negociación. Pero los habitantes del refugio no se decidían a concretar el trato. ¿Cómo reunir esa cifra de varios ceros?
   Ian, que estaba contemplando sin intervenir, se adelanta para sacarlos del trance hipnótico en que los envolvían las lenguas viperinas de los Mercaderes de Agua. Los toma del brazo y les lanza a los comerciantes un seco “Gracias por la oferta, vamos a pensarlo” o alguna de esas frases que decimos para huir de un negocio donde probablemente no compremos nada.

   Ya fuera, se alejan de la oficina de los mercaderes para pensar con sangre fría. El clima era mucho más que desesperanzador. No me acuerdo bien la escena, pero me gusta imaginar que se sientan en un cordón de la vereda, al borde de la amplia avenida que muere ahí, en la frontera sur de El Eje. Sin transeúntes la mayor parte del tiempo, al mediodía es por lejos la zona más desierta de la ciudad. No hay viviendas, casi, apenas unos edificios solemnes. Y la torre de agua: omnipresente, silenciosa, negando hasta su sombra al asfalto seco, cubierto de polvo. Natasha estaría con la cabeza inclinada, cubriéndose la cara con el pelo, pero no llorando, sólo acariciando a Albóndiga, sin verlo. Ian, sin segundas intenciones, quizás arriesgase a su vez una caricia de consuelo, que empiece en el lomo del perro y siga por la mano de Natasha hasta apoyarse sobre el hombro de ella. Albert podría estar alrededor caminando pensativamente, midiendo las posibilidades.
  Caravanas impagables y caravanas perdidas en las montañas del refugio 13. El refugio 15 destruido, inservible, y también inservible ese refugio 12, misterioso, que mencionaba el holodisco.
  Pero allí, a la vista, la mole de la torre de agua. “Si la montaña no va a Mahoma…” se susurra a sí mismo. 
  Por primera vez pasa fugazmente por su cabeza la idea, antes inconcebible, de arrastrar fuera a la gente de la Bóveda, a través de animales mutantes, radiación y piratas del desierto, para darles de beber, para bañarlos en esa agua cruel e inamovible. Otras ciudades se habrán fundado así, buscando el agua. Cuántas habrá allá afuera. Sólo en esa mañana se mencionaron varias. La idea se aleja, por ahora: unas campanas próximas lo distraen de las especulaciones.

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