CAPÍTULO 45: “Defensas”

   Albert y Albóndiga entraron decididos por la zona del hotel. Desde luego, ya no había rastros de la caravana con la que llegaron. Los espectros rondantes eran poquísimos y no los molestaron en ningún momento, pero se los veía más inquietos.
   Sin detenerse, los viajeros se metieron en la conocida red de desagües, buscando la entrada (ya no secreta) del “Salón de la muerte” de Set. No encontraron esa, sino otra que daba a la puerta principal del ruinoso ayuntamiento. Pero no se preocuparon, después del enfrentamiento con los supermutantes, sonaba absurdo ver a Set y sus hombres como una verdadera amenaza .
   Esta vez, Set los esperaba con ansiedad mal disimulada. Tampoco disimula su placer al ver al grupo reducido, pero no quiere perderse las novedades. Le exige al viajero saber sobre los invasores.
-Herimos a varios y matamos unos cuantos-exagera Albert- pero también cayeron algunos de los nuestros- Albert hace una pausa dramática que los espectros respetan- La fuerza de los invasores es peor de lo que piensan, Set.    
-Para ustedes, quizás, normalitos, pero Set y sus necrófagos…
-A vos y a tus mutantes los van a pasar por arriba ni bien se les ocurra, Set- lo interrumpe abruptamente el humano. Entonces, comienza a hablar para todos los presentes- ¡Les aconsejo que enfrenten la realidad y se preparen para un ataque serio! Estos super-mutantes, o como les digan ustedes, tienen un poder de fuego impresionante, están organizados militarmente y su preparación física es superior a cualquier otra criatura conocida. No sé exactamente cuántos son, pero también podrían venir más de donde sea que salieron…
   Desde luego, el jefe de los necrófagos nunca fue bueno aceptando sugerencias, pero las críticas directas las recibía todavía peor. Le apunta a Albert con su rifle, y sus hombres, siguiendo un gesto de su líder, toman a Albert por los brazos y lo desarman. El líder de los espectros habla:
- Yo digo que si los invasores se alteraron, es por culpa de ustedes. Yo no sé de dónde vienen esos imbéciles, o quien los manda, pero una cosa me dijeron bien claro, normalito: están muy interesados en conseguir humanos… “humanos puros”, fueron sus palabras. Quizás todavía podamos entregarte a ellos, y calmarlos. A lo mejor les gusta comerse la jugosa piel de un humano normal… no los culpo - dice relamiéndose-… quizás en este momento están haciéndose un guiso con lo que quede de tus amigos...
   Pero Albert nota que sus palabras anteriores hicieron mella en el ánimo de todos los demás. Se sacude e insiste en que no subestime el poder de sus enemigos. Set se ríe entre dientes, entre sus pocos y amarillentos dientes, pero no deja de estar nervioso.
-Si esos invasores se deciden a atacarnos, normalito, estaremos preparados. Y les mostraremos quienes mandan en esta ciudad. Y vos vas a estar vivo para verlo. ¡Que convoquen a todos! Vamos a poner al día el “Salón de la Muerte”… redoblen las guardias, y denle y un arma a todo el que pueda manejar por lo menos un palo - Revisa, extrañado, la pistola de plasma que le han sacado al humano- llévense al normalito a una jaula… déjenlo a la vista, así lo encuentran fácil cuando lo vengan a buscar.
   Durante el resto de la jornada, los necrófagos de Set estuvieron muy ocupados organizando las defensas. Ninguna se veía muy resistente. Las tablas podridas cubriendo las ventanas del Hall, los espectros armados (en su mayoría) de lanzas endebles, las pocas municiones racionadas al máximo… pero al menos era bueno verlos activos, sacudidos de su apatía vegetal, conscientes de alguna manera de que el futuro de su ciudad dependía de ellos mismos. Set no accedió a convocar a los espectros “rebeldes” de las cloacas, pero les envió mensajes para que estén alertas en caso de una posible invasión subterránea (lo cual era ridículo para cualquiera, pero desde luego no en la mente del líder de Necrópolis).
    Cuando la tarde estaba ya muy avanzada, sintieron los primeros ecos de las botas avanzando por el asfalto.
   Lo vigías, apostados en el techo y los alrededores del ayuntamiento, volvieron adentro gritando que los invasores se acercaban. Los que volvieron. Algunos murieron antes de llegar, incinerados por el fuego del lanzallamas de Barry (que así se llamaba, según los gritos que le dedicaba su superior). Un vigía del techo cayó partido en dos, atravesado por los láser rojos del rifle de Harry, y los rezagados fueron aplastados por los puños y las botas de los supermutantes de la vanguardia. Los invasores heridos en el enfrentamiento anterior habían sido sanados con una llamativa rapidez; sin embargo en el escuadrón no eran más de diez, y la mayoría seguía sin llevar armas de fuego. Pero los defensores tampoco eran muchos, su arsenal era inferior y su preparación bélica era de por sí lamentable.
   Aún ante el desastroso panorama, Albert no pudo contener una sonrisa viendo invertidos los roles de las clásicas películas de terror: los propios “cadáveres vivientes” claveteando las tablas en las ventanas, acosados por los brazos que tratan de entrar…
   Fue entonces que alguien le abrió la puerta de la celda, y tiraron adentro su pistola de plasma casi descargada. Era la manera en que Set le pedía ayuda y le daba la razón. Sin perder tiempo, Albert se preparó para la batalla, con todo lo que encontró a mano. 
   Vemos una secuencia rápida: varias correas y hebillas que se ajustan al cuerpo de Albert: las que sujetan la pistola de plasma a su cintura, las que atan a su pierna un cuchillo no tan malo, y la del bolso del viaje que cuelga a un costado, dentro del que coloca varios cartuchos. Éstos últimos son para una vieja escopeta de doble caño que encontró en el reducido arsenal de los necrófagos. En la última imagen de la secuencia, Albert prueba el mecanismo de recarga y muestra una sonrisa de satisfacción. “Groovy”, murmura para sí.
   Las puertas resisten bastante: las bisagras siguen firmes aún, y las vigas que las traban son de lo mejor que se había conseguido. Además, la mayoría de los bancos del hall se habían apilado sobre ellas en una sólida estructura. Pero las numerosas ventanas van siendo fácilmente despedazadas; unos brazos enormes, gruesos y verdes, se cuelan entre los postigos, las ventanas y las tablas que intentan detenerlos.
   Desde adentro, los espectros de Set disparan sobre las manos y las caras que se asoman entre las defensas destrozadas, sin buena puntería quizás, pero con mucho coraje: ninguno se mueve de su puesto, ni aun cuando alguno de los gigantes lograra entrar por las ventanas de las oficinas laterales. Entonces los necrófagos lo enfrentaban hasta rechazarlo, aunque en el intento varios fueran aplastados por el invasor.
   Set está imperturbable, por primera vez callado, mordiéndose el labio (o el pellejo que tenía sobre las encías). No deja escapar siquiera una orden. No suelta su rifle, pero sigue la batalla desde el rincón más cercano a la salida secreta… hacia la cual echa cada tanto una mirada furtiva.
   Albert, seguido por Albóndiga, corre de un lado a otro dando las órdenes que Set no parecía interesado en dar. Refuerza él mismo las ventanas desprotegidas, reparte las armas que quedaban sin dueño, alienta a los habitantes de Necrópolis a mantener sus puestos, y organiza las defensas en general. Peores que el enemigo allá afuera (que con pocos soldados tenía rodeado el edificio, y no se cansaba de asediarlo) serían el miedo y la desorganización que pudieran crecer dentro: aunque valientes, no faltaban espectros que disparaban sus armas por accidente, ni los que arrojaban una molotov con demasiada lentitud, provocando su propia incineración.
   El habitante del refugio vació varias veces su escopeta por entre las ventanas, pero especialmente en la puerta principal: debía alejar a toda costa a Harry y a Barry, disparándoles para evitar que sus láser y llamaradas consuman la barricada. Ésta se derrumbaba constantemente, y los espectros apenas podían volver a reconstruir entre los disparos, apoyando todos los bancos posibles contra las tablas (que ya están casi consumidas de todas formas). Albert deja a cargo a un par de necrófagos armados con rifles, y vuelve a recorrer las defensas laterales. En su camino hacia el ala derecha (donde dos supermutantes están arrancando las maderas de una ventana) cruza una fría mirada con Set, que no ha gastado ni una bala de su rifle de caza.
   De repente, un ruido más fuerte que los otros recorre todo el salón. Albert se tira al suelo creyendo que hubo una explosión. Los dos monstruos a los que les estaba disparando abandonan las ventanas.
  Las puertas de entrada se sacuden violentamente y los bancos caen sobre los necrófagos que trataban de mantenerlos en su lugar.
  Un supermutante especialmente grande había irrumpido al fin en la nave central del “Salón de la muerte”, y los espectros fallan en detenerlo. Aunque le dispararan con sus rifles de caza, aunque le clavaran sus cuchillos y sus frágiles lanzas, aunque se colgaran de sus brazos y piernas, el supermutante derriba todo a su paso. Albóndiga le hace frente, y logra arrancarle un buen pedazo de pierna antes de que lo arroje lejos. Finalmente el monstruo verde cae, pero ya nadie llega a cerrar las puertas.
   Entre breves fogonazos, Barry limpia la entrada de los pocos defensores que quedaban en pie. Detrás de él vienen algunos invasores más, los que antes intentaban entrar por los costados. No había indicios aún de Harry y su rifle láser, seguramente asegurando el perímetro. Pero ya no era necesaria la presencia del supermutante a cargo: oficialmente, el ayuntamiento había caído.
      Un grupo de espectros se reagrupa en el fondo del salón; los habitantes de la ciudad muerta buscaban demandantes a su líder, en el rincón desde donde había estado observando la batalla… pero Set ya no estaba. El grupo de sobrevivientes llega justo para ver cerrase delante de ellos la pared de la habitación secreta.
   El cobarde los había abandonado.
   Albert corre hacia el hall central. Al llegar, ve cómo Set escapa y sus hombres comienzan a tirar las armas. Escucha los gritos de Barry tomando el lugar, y las últimas maderas de las puertas cayendo al suelo por los manotazos de los invasores. El aventurero comprende que defender la alcaldía ya no tiene objeto. Que rompan lo que quieran.
   Se suma al grupo de los derrotados, preparándose para un final heroico de pie contra la pared trucada. Pero entonces un susurro se filtra por la ranura de la puerta oculta, y cambia completamente de opinión: de repente arroja las armas y levanta las manos.
      Los espectros sobrevivientes lo imitan. El escuadrón de supermutantes, apenas reducido, se cierra sobre ellos.

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