El operario anónimo que estaba de guardia
cuando los viajeros se anunciaron en la cueva, los atendió incrédulo desde el
otro lado del comunicador. Tardó unos
momentos en poder pronunciar la simple frase: “¿Quién es…?”.
No hubo nadie que quedara indiferente al
difundirse la noticia del regreso. Los aventureros no terminan de atravesar la
puerta blindada (que rodó de nuevo hacia un costado para darles paso), y ya
estaba buena parte de la población del refugio esperándolos alrededor del
ascensor que los dejaría en el Centro de Mandos. Cuando llegan allí, una oleada
de preguntas los acosa. De entre la multitud surge Stone, el amigo grandote de
Albert, que no le corresponde los gestos de su saludo personal y directamente
lo envuelve en un abrazo. Se lo ve desmejorado, consumido, hasta podría decirse
avejentado. Quizá por una avanzada deshidratación. Aun así tiene fuerza como
para ir apartando a los curiosos. Aunque no tan graves, tampoco se ven nada
bien los otros habitantes: desalineados y sucios, dan un espectáculo lamentable
en contraste con la última imagen que se llevaron los viajeros de su gente.
Stone escolta a los exploradores abriéndoles el paso hasta la Sala de Control.
De camino se acerca el Oficial de Racionamiento de Agua (que tiene un gran
golpe entre las motas de su cabeza, señal evidente de que se había puesto más
difícil controlar el suministro) y también el Oficial de Seguridad. Su mirada,
al igual que todas las demás, va alternadamente del perro que sigue a los
viajeros al paquete que llevaban con mucho cuidado: envuelto en diferentes
telas, el chip avanzaba hasta la nueva consola que lo habrá de recibir.
Sin demostrar su ansiedad extrema (aunque
mejor deberíamos decir presión, la que se nota como nunca en las venas de su
frente) el Supervisor los recibe desde su pedestal. Hace la vista gorda sobre
el cuadrúpedo que los acompaña, y les da la bienvenida. “Están vivos. La
primera buena noticia. Ahora, lo principal…”. Sus dedos tiemblan al apretar los
botones que inician el protocolo de recambio del chip. Se lo ve más flaco y, si
fuera posible, más canoso que antes.
Los aventureros desenvuelven el chip de
agua. Una breve exclamación se escapa de la boca del Supervisor cuando lo ve.
Su asistente toma la pieza electrónica con un cuidado religioso, y la coloca en
la consola correspondiente.
“Llegamos al momento de la verdad”, murmura
el mayor responsable del refugio, tenso, con la vista clavada en sus
ordenadores. Fuera, en los pasillos y cuartos del refugio, cientos de ojos
también siguen la actualización de datos que se reproduce en cada dispositivo
disponible. La cámara atraviesa paredes y pisos, para mostrarnos cada sector
del búnker, en un recorrido ininterrumpido:
Las familias con hijos pequeños, desde las
mesas de la Sala Común en el último nivel, ven en la pantalla grande (donde
usualmente se proyectan las películas) cómo aumentan los porcentajes de cada
balance…
…un montón de adolescentes, también en ese
nivel pero reunidos lejos de sus padres, alientan ruidosamente el avance de las
barras de instalación desde las computadoras de la Biblioteca Virtual, donde
hoy nadie estudia ni pide silencio…
...grupos de viejos, sin ganas de salir del
segundo nivel (el de los Dormitorios), se han sentado cómodamente en un
pasillo. Despliegan sus reposeras alrededor de los monitores más amplios, donde
para su mayor entendimiento una voz describe los gráficos con las etapas del
proceso…
… dentro del ascensor, camino al nivel uno,
Max “Stone” aprovecha la confusión para un encuentro íntimo con una joven, pero
ambos (sin dejar de decirse al oído cómo prefiere cada uno ser tocado o lamido)
revisan el pequeño lente del intercomunicador en la pared, esperando el
resultado de la configuración…
…en la Enfermería, junto al ascensor del
primer nivel, un par de pacientes (una señora conectada a un respirador y un
hombre demasiado obeso como para dejar su cama) son atendidos por el Oficial
Médico, inhalando y exhalando con dificultad mientras ojean en sus Pip-Boy cómo
parpadea el estado del chequeo, aún incierto…
…de nuevo en el último nivel (la cámara
vuelve al Centro de Mandos, en un rápido recorrido que nos muestra la tierra y
los caños del interior de la montaña) cada técnico disponible, convocados todos
en la Sala de Control, está pegado a su consola verificando alguna de las
operaciones en funcionamiento, moviendo ágilmente los dedos sobre los botones y
pidiéndose entre ellos información que precisen para el paso siguiente.
En silencio sobre su pedestal, rígido,
verificando todas y cada una de las variables, comprobando el desempeño de sus
operarios, atento a las reacciones de cada habitante del refugio, el Supervisor
parece una estatua que transpira.
A medida que los análisis van dando
diagnósticos positivos, se va reactivando él mismo: golpea primero los dedos
contra el tablero, resopla luego cada vez más fuerte, y cuando se enciende la
luz verde de la activación del chip de purificación de agua, sus murmullos se
convierten en un eufórico grito de triunfo, que se hace eco enseguida en todas
las gargantas de los habitantes del refugio 13: los técnicos a pleno se chocan
las palmas de consola a consola, los pacientes de la enfermería tosen y se
atragantan de entusiasmo, la pareja del
ascensor gime, también llegando al clímax, los viejos aplauden en el nivel de
los dormitorios, los adolescentes saltan en la biblioteca, y las familias
golpean las mesas en la Sala Común.
Los aventureros, apartados de todo, se
abrazan en silencio y lloran.
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