CAPÍTULO 50: “Honney, I’m home…”

   El operario anónimo que estaba de guardia cuando los viajeros se anunciaron en la cueva, los atendió incrédulo desde el otro lado del comunicador.  Tardó unos momentos en poder pronunciar la simple frase: “¿Quién es…?”.
   No hubo nadie que quedara indiferente al difundirse la noticia del regreso. Los aventureros no terminan de atravesar la puerta blindada (que rodó de nuevo hacia un costado para darles paso), y ya estaba buena parte de la población del refugio esperándolos alrededor del ascensor que los dejaría en el Centro de Mandos. Cuando llegan allí, una oleada de preguntas los acosa. De entre la multitud surge Stone, el amigo grandote de Albert, que no le corresponde los gestos de su saludo personal y directamente lo envuelve en un abrazo. Se lo ve desmejorado, consumido, hasta podría decirse avejentado. Quizá por una avanzada deshidratación. Aun así tiene fuerza como para ir apartando a los curiosos. Aunque no tan graves, tampoco se ven nada bien los otros habitantes: desalineados y sucios, dan un espectáculo lamentable en contraste con la última imagen que se llevaron los viajeros de su gente. Stone escolta a los exploradores abriéndoles el paso hasta la Sala de Control. De camino se acerca el Oficial de Racionamiento de Agua (que tiene un gran golpe entre las motas de su cabeza, señal evidente de que se había puesto más difícil controlar el suministro) y también el Oficial de Seguridad. Su mirada, al igual que todas las demás, va alternadamente del perro que sigue a los viajeros al paquete que llevaban con mucho cuidado: envuelto en diferentes telas, el chip avanzaba hasta la nueva consola que lo habrá de recibir.
   Sin demostrar su ansiedad extrema (aunque mejor deberíamos decir presión, la que se nota como nunca en las venas de su frente) el Supervisor los recibe desde su pedestal. Hace la vista gorda sobre el cuadrúpedo que los acompaña, y les da la bienvenida. “Están vivos. La primera buena noticia. Ahora, lo principal…”. Sus dedos tiemblan al apretar los botones que inician el protocolo de recambio del chip. Se lo ve más flaco y, si fuera posible, más canoso que antes.
   Los aventureros desenvuelven el chip de agua. Una breve exclamación se escapa de la boca del Supervisor cuando lo ve. Su asistente toma la pieza electrónica con un cuidado religioso, y la coloca en la consola correspondiente.
   “Llegamos al momento de la verdad”, murmura el mayor responsable del refugio, tenso, con la vista clavada en sus ordenadores. Fuera, en los pasillos y cuartos del refugio, cientos de ojos también siguen la actualización de datos que se reproduce en cada dispositivo disponible. La cámara atraviesa paredes y pisos, para mostrarnos cada sector del búnker, en un recorrido ininterrumpido:
   Las familias con hijos pequeños, desde las mesas de la Sala Común en el último nivel, ven en la pantalla grande (donde usualmente se proyectan las películas) cómo aumentan los porcentajes de cada balance…
   …un montón de adolescentes, también en ese nivel pero reunidos lejos de sus padres, alientan ruidosamente el avance de las barras de instalación desde las computadoras de la Biblioteca Virtual, donde hoy nadie estudia ni pide silencio…
   ...grupos de viejos, sin ganas de salir del segundo nivel (el de los Dormitorios), se han sentado cómodamente en un pasillo. Despliegan sus reposeras alrededor de los monitores más amplios, donde para su mayor entendimiento una voz describe los gráficos con las etapas del proceso…
   … dentro del ascensor, camino al nivel uno, Max “Stone” aprovecha la confusión para un encuentro íntimo con una joven, pero ambos (sin dejar de decirse al oído cómo prefiere cada uno ser tocado o lamido) revisan el pequeño lente del intercomunicador en la pared, esperando el resultado de la configuración…
   …en la Enfermería, junto al ascensor del primer nivel, un par de pacientes (una señora conectada a un respirador y un hombre demasiado obeso como para dejar su cama) son atendidos por el Oficial Médico, inhalando y exhalando con dificultad mientras ojean en sus Pip-Boy cómo parpadea el estado del chequeo, aún incierto…
   …de nuevo en el último nivel (la cámara vuelve al Centro de Mandos, en un rápido recorrido que nos muestra la tierra y los caños del interior de la montaña) cada técnico disponible, convocados todos en la Sala de Control, está pegado a su consola verificando alguna de las operaciones en funcionamiento, moviendo ágilmente los dedos sobre los botones y pidiéndose entre ellos información que precisen para el paso siguiente.
     En silencio sobre su pedestal, rígido, verificando todas y cada una de las variables, comprobando el desempeño de sus operarios, atento a las reacciones de cada habitante del refugio, el Supervisor parece una estatua que transpira.

   A medida que los análisis van dando diagnósticos positivos, se va reactivando él mismo: golpea primero los dedos contra el tablero, resopla luego cada vez más fuerte, y cuando se enciende la luz verde de la activación del chip de purificación de agua, sus murmullos se convierten en un eufórico grito de triunfo, que se hace eco enseguida en todas las gargantas de los habitantes del refugio 13: los técnicos a pleno se chocan las palmas de consola a consola, los pacientes de la enfermería tosen y se atragantan  de entusiasmo, la pareja del ascensor gime, también llegando al clímax, los viejos aplauden en el nivel de los dormitorios, los adolescentes saltan en la biblioteca, y las familias golpean las mesas en la Sala Común.
   Los aventureros, apartados de todo, se abrazan en silencio y lloran.

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