Más allá del Almacén de agua, Ian y Albert
planean su siguiente movida. No descartan la posibilidad de que Natasha esté,
como ellos, escondida en alguno de los callejones de los alrededores, pero
luego de recorrerlos evitando el peligro (aparte de los supermutantes, algunos
espectros deambulan por la zona) se convencen de que su compañera está dentro
del edificio que sirve de base a los invasores. En un reconocimiento más
profundo del área, cuentan más de cuatro “supermutantes” en una construcción
aledaña, y desconocen cuántos habrá dentro de la principal. Las perspectivas de
un rescate exitoso son casi nulas, pero así y todo…
Dentro del Almacén de agua, Albóndiga
olfatea nervioso en torno suyo, el aire está lleno del olor penetrante de los
supermutantes. Él tampoco sabe cuántas de esas personas descomunales hay en las
piezas contiguas, pero todo el lugar huele a peligro. Ha perdido de vista a
Natasha, que esquivando cajas y pilas de chatarra fue hacia el fondo del
edificio. Alguien había chistado hace un momento, desde la oscuridad de ese
rincón, pero no era uno de los gigantes verdes. El perro escucha una voz
distinta a la de su dueña.
Fuera del Almacén de agua, Ian y Albert
están en una encrucijada. El enfrentamiento con esos supermutantes es
inevitable. Lo saben, aunque no hay muchas esperanzas de ganar. Han podido
espiar dentro de la construcción y, ya en la primera sala, un centinela a pocos
pasos de la puerta ostenta un rifle que ni siquiera Ian puede identificar: “Sin
dudas un arma láser”, deduce. A él ya no le queda sino el mísero cuchillo. La
pistola de plasma de Albert, aunque bien cargada, parece insuficiente contra
tantos enemigos bien provistos. Continúan rodeando el edificio… en un momento
creen escuchar un ladrido de Albóndiga, pero en la oscuridad del interior no
distinguen nada, y enseguida el silencio vuelve a reinar en la zona más
peligrosa de la ciudad muerta.
En un extremo del almacén de agua, Natasha
escuchó alguien chistando con fuerza, pero en un volumen contenido. Corriendo
las pilas de basura amontonada, descubre unos pequeños cuartos en el fondo, no
más grandes que un armario. Están clausurados con puertas de rejas. Dentro de
uno de ellos, una figura olvidada se pudre aferrada a los barrotes.
Alrededor del almacén de agua, Ian y Albert
desesperan de incertidumbre. Aún quedan casas por revisar, pero la dirección
del ladrido fue clara: prisioneros o no, los otros miembros del grupo están en
las instalaciones de los invasores. Y, rescate o no, eliminar los invasores era
el motivo que los llevó hasta allá. El abanico de opciones se acota. Anochece,
pero el centinela en la calle no se mueve de su puesto. Albert revisa la carga
de su nueva arma.
Contra el fondo del Almacén de Agua hay
varias celdas, y Natasha descubre que una está habitada. La delgada necrófaga
que la ocupa se sorprende de ver un humano normal, y con timidez le pide ayuda
para salir. Natasha cree poder aprovechar la situación. "¿Y cómo es que
fue usted a parar ahí", pregunta. "Prisionera por entrar a robar algo
de agua", le responde. "¿Y por qué tenía que buscar más de la ración
que le toca?" La mutante se encoge de hombros, algo ofendida. “¿Y además,
para qué, no sabe que la bomba no funciona?” dice Natasha. “¡Mas bien que no
funciona!" "¿Y entonces?" "Pues que me descubrieron intentando
meterme en el pozo de aquí junto” aclara la prisionera, señalando la celda
contigua. "¿Y a dónde se pensaba que iba a ir usted ahí?" La
necrófaga ya se siente tomada por idiota "¡Pues a la Bóveda!" le
contesta, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Natasha hace oídos sordos a los nuevos
pedidos de la condenada para que la libere de su celda, y se adentra sin dudar
en la de al lado. Ésa no está con llave, y en el medio puede verse la boca
profunda de una alcantarilla abierta, un pozo negro del que asoma una gastada escalera
de mano.
Albóndiga ladra cuando Natasha lo arrastra
hacia la oscuridad del túnel subterráneo.
Frente al Almacén de Agua, el centinela
observa las calles desiertas. Ya ha caído la noche, y la oscuridad dificultaría
su tarea si no fuera porque igual la cumple con desgano. Su corta inteligencia
le alcanza para entender que los espectros no son una amenaza. De repente, algo
cruza entre los edificios cercanos, un objeto pequeño y colorido. Cae en medio
de la calle, y rebota chillando. Cuando lo toma entre sus enormes dedos, nota
que es un juguete con forma de hombrecito vestido de azul. Le recuerda algo que
viera esa misma tarde: los otros hombrecitos, los que salieron corriendo antes
de identificarse. Lo aprieta suavemente (para ser un supermutante) y el juguete
chilla. Sonreír es lo último que hace el guardia, antes que dos disparos de
plasma, salidos desde el extremo opuesto de la calle, le derritan la espalda
hasta dejar su columna vertebral a la intemperie. Un tercer disparo le derrite
el corazón y varios órganos vitales. El gigante cae como un árbol derribado,
pero sus gritos atraen a la calle al resto de los suyos.
Debajo del Almacén de Agua, la escalera
llevaba a un nivel subterráneo, más bajo incluso que el de las alcantarillas.
El primer tramo de la escalera de mano atraviesa una cloaca aislada del resto
del drenaje, pero los peldaños seguían bajando por otro agujero hasta terminar
en un túnel excavado con mucho cuidado.
Adelante, al final de ese túnel, Natasha
contempla la puerta abierta de un refugio antiatómico.
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