CAPÍTULO 39: “Beyond the Watershed”

   Más allá del Almacén de agua, Ian y Albert planean su siguiente movida. No descartan la posibilidad de que Natasha esté, como ellos, escondida en alguno de los callejones de los alrededores, pero luego de recorrerlos evitando el peligro (aparte de los supermutantes, algunos espectros deambulan por la zona) se convencen de que su compañera está dentro del edificio que sirve de base a los invasores. En un reconocimiento más profundo del área, cuentan más de cuatro “supermutantes” en una construcción aledaña, y desconocen cuántos habrá dentro de la principal. Las perspectivas de un rescate exitoso son casi nulas, pero así y todo…
   Dentro del Almacén de agua, Albóndiga olfatea nervioso en torno suyo, el aire está lleno del olor penetrante de los supermutantes. Él tampoco sabe cuántas de esas personas descomunales hay en las piezas contiguas, pero todo el lugar huele a peligro. Ha perdido de vista a Natasha, que esquivando cajas y pilas de chatarra fue hacia el fondo del edificio. Alguien había chistado hace un momento, desde la oscuridad de ese rincón, pero no era uno de los gigantes verdes. El perro escucha una voz distinta a la de su dueña.
    Fuera del Almacén de agua, Ian y Albert están en una encrucijada. El enfrentamiento con esos supermutantes es inevitable. Lo saben, aunque no hay muchas esperanzas de ganar. Han podido espiar dentro de la construcción y, ya en la primera sala, un centinela a pocos pasos de la puerta ostenta un rifle que ni siquiera Ian puede identificar: “Sin dudas un arma láser”, deduce. A él ya no le queda sino el mísero cuchillo. La pistola de plasma de Albert, aunque bien cargada, parece insuficiente contra tantos enemigos bien provistos. Continúan rodeando el edificio… en un momento creen escuchar un ladrido de Albóndiga, pero en la oscuridad del interior no distinguen nada, y enseguida el silencio vuelve a reinar en la zona más peligrosa de la ciudad muerta.
   En un extremo del almacén de agua, Natasha escuchó alguien chistando con fuerza, pero en un volumen contenido. Corriendo las pilas de basura amontonada, descubre unos pequeños cuartos en el fondo, no más grandes que un armario. Están clausurados con puertas de rejas. Dentro de uno de ellos, una figura olvidada se pudre aferrada a los barrotes.
   Alrededor del almacén de agua, Ian y Albert desesperan de incertidumbre. Aún quedan casas por revisar, pero la dirección del ladrido fue clara: prisioneros o no, los otros miembros del grupo están en las instalaciones de los invasores. Y, rescate o no, eliminar los invasores era el motivo que los llevó hasta allá. El abanico de opciones se acota. Anochece, pero el centinela en la calle no se mueve de su puesto. Albert revisa la carga de su nueva arma.
   Contra el fondo del Almacén de Agua hay varias celdas, y Natasha descubre que una está habitada. La delgada necrófaga que la ocupa se sorprende de ver un humano normal, y con timidez le pide ayuda para salir. Natasha cree poder aprovechar la situación. "¿Y cómo es que fue usted a parar ahí", pregunta. "Prisionera por entrar a robar algo de agua", le responde. "¿Y por qué tenía que buscar más de la ración que le toca?" La mutante se encoge de hombros, algo ofendida. “¿Y además, para qué, no sabe que la bomba no funciona?” dice Natasha. “¡Mas bien que no funciona!" "¿Y entonces?" "Pues que me descubrieron intentando meterme en el pozo de aquí junto” aclara la prisionera, señalando la celda contigua. "¿Y a dónde se pensaba que iba a ir usted ahí?" La necrófaga ya se siente tomada por idiota "¡Pues a la Bóveda!" le contesta, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
   Natasha hace oídos sordos a los nuevos pedidos de la condenada para que la libere de su celda, y se adentra sin dudar en la de al lado. Ésa no está con llave, y en el medio puede verse la boca profunda de una alcantarilla abierta, un pozo negro del que asoma una gastada escalera de mano.
   Albóndiga ladra cuando Natasha lo arrastra hacia la oscuridad del túnel subterráneo.
    Frente al Almacén de Agua, el centinela observa las calles desiertas. Ya ha caído la noche, y la oscuridad dificultaría su tarea si no fuera porque igual la cumple con desgano. Su corta inteligencia le alcanza para entender que los espectros no son una amenaza. De repente, algo cruza entre los edificios cercanos, un objeto pequeño y colorido. Cae en medio de la calle, y rebota chillando. Cuando lo toma entre sus enormes dedos, nota que es un juguete con forma de hombrecito vestido de azul. Le recuerda algo que viera esa misma tarde: los otros hombrecitos, los que salieron corriendo antes de identificarse. Lo aprieta suavemente (para ser un supermutante) y el juguete chilla. Sonreír es lo último que hace el guardia, antes que dos disparos de plasma, salidos desde el extremo opuesto de la calle, le derritan la espalda hasta dejar su columna vertebral a la intemperie. Un tercer disparo le derrite el corazón y varios órganos vitales. El gigante cae como un árbol derribado, pero sus gritos atraen a la calle al resto de los suyos. 
   Debajo del Almacén de Agua, la escalera llevaba a un nivel subterráneo, más bajo incluso que el de las alcantarillas. El primer tramo de la escalera de mano atraviesa una cloaca aislada del resto del drenaje, pero los peldaños seguían bajando por otro agujero hasta terminar en un túnel excavado con mucho cuidado.
   Adelante, al final de ese túnel, Natasha contempla la puerta abierta de un refugio antiatómico.

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