Están los tres viajeros (y Albóndiga) en la
biblioteca. Hubieran preferido el Halcón Maltés como punto de reunión, pero por
obvias razones evitaban circular por allí.
Susurrando, para no incomodar a la
bibliotecaria (que ya los amonestó en al menos dos ocasiones, cada vez que la
charla subía de tono) analizan sus opciones.
Las tres cabezas se juntan alrededor del
Pip-boy 2000 puesto sobre una mesa, observándolo con gesto pensativo, y
señalando diferentes puntos de la pantalla.
La cámara toma la escena desde abajo, en una vista subjetiva desde el
aparato (desde donde se ven en primer plano las caras iluminadas por la luz
verde de la pantalla), o alterna con un escorzo bastante cerrado que nos
muestra, desde arriba, las tres nucas y las imágenes en la pequeña computadora
(diferentes anotaciones, cuentas e indicaciones en el mapa)
Cuando ya no quedan más datos que revisar,
se incorporan decididos a definir el
próximo paso. La postura de Ian sigue siendo “conseguir chapas como sea y pagar
una de esas putas caravanas de agua”. Pero a Natasha ese “como sea” la pone
incómoda… la única oferta laboral recibida estaría bien remunerada, pero también
a un alto riesgo físico (y moral).
Arriesga, como una posibilidad, ayudar en la
investigación de las caravanas desaparecidas, de modo que pueda abaratarse el
costo de su encargo. Pero su opinión cae en saco roto: nadie cree que ese
asunto se resuelva rápido.
Albert, sentencioso pero sin levantar mucho
el volumen de su voz, toma aire y comienza a preparar el terreno para la
alternativa que nadie más está teniendo en cuenta:
-Contratar
una caravana no es una opción. No hay dinero para pagarlas, ni tiempo para
juntarlo. Desde luego, no vamos a aceptar el trabajo sucio de ese mafioso… “ya
sabemos quién”- termina la frase bajando aún más la voz. Y continúa en ese
tono- Aunque pague bien y de inmediato,
contratar una caravana con dinero manchado con sangre (¡la sangre de su propio
jefe!) sería una… ironía peligrosa. Además, todos en esta ciudad me dan
desconfianza. ¿Quién nos garantiza que los comerciantes no serán peor que el
mafioso, cuando no podamos pagarles un envío? No podemos exponer nuestra gente
a unos usureros. Sólo veo una solución definitiva.
Hace una pausa, sin necesidad de aclarar lo
que piensa:
-Encontrar un
chip de agua- se resigna a completar Natasha- Es volver al casillero uno… no
tenemos a dónde ir.
- Yo digo que
podemos llegar “valientemente a donde ningún hombre ha ido antes”.
Ian se cansa de las vueltas y las
referencias que no entiende.
- Al grano,
“Alberto”[1]. ¿Tenés un plan nuevo? Porque si no, es cosa de tirar una chapa al
aire y lo resolvemos.
-¿Nuevo? No.
¿Plan? Sí: el mismo de siempre. Volvemos al casillero uno, es verdad, pero esta
vez nuestro tablero tiene otro punto de llegada.
Albert señala un cuadrante en el mapa del
Pip-boy, y Natasha no esconde su desagrado.
-¿Necrópolis…
la ciudad de los Espectros?
-Exacto. La
pista es… vaga, lo admito, pero tiene sentido. Es la única ciudad que, según
los Mercaderes, no precisa caravanas para conseguir agua. Y, según nuestro
“sobrevalorado” holodisco, sabemos que hay un refugio escondido en alguna de
estas ciudades. Yo creo que Necrópolis está bastante cerca como para ir a echar
un vistazo. Y llevarnos un chip de agua, si es que tienen.
-Pero, los
mutantes…
-¿Los
mutantes, qué? ¿Te dan miedo? Harold es un mutante y no parece una amenaza. Y
no estamos de viaje para ver caras bonitas. Entiendo que quizás no tengan un
chip de repuesto esperándonos, pero… si son todos como él, tiene más motivos
para temernos a nosotros que nosotros para... en fin, ¿se entiende la idea?
-Yo voto en
contra- dice Natasha cruzando los brazos- No voy a ir a ciegas hasta la ciudad
que evitan todos los viajeros.
Ian se ríe, y la bibliotecaria lo silencia.
-No sabía que esto fuera una democracia, pero si
hay que votar… voto a favor de ir a revisar la ciudad de los mutantes- Los dos
habitantes del refugio se sorprenden, aunque no los dos para bien- pero no
vamos a ir a ciegas: conozco la gente que podría llevarnos.
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