La cara despellejada de Harold va ganando
toda la imagen, que se funde con otras de los primeros bombardeos de la Gran
Guerra.
“Bueno, todavía me acuerdo el ruido de las
sirenas antibombas. Yo era chico, pero no tanto como para olvidar los hongos a
lo lejos, y la gente corriendo hacia los refugios. Mi Bóveda quedaba… en… la
verdad, eso no lo recuerdo. Después vinieron los largos años bajo tierra”.
¿Podemos visualizar un cambio radical en la
imagen? Porque La cara de Harold se convierte en otra: joven, perfectamente
humana… y de dibujo animado: todo el fragmento siguiente, que narra la voz del
viejo mutante, puede imaginarse ilustrada a la manera de las antiguas
historietas de ciencia ficción, quizás las de Frank Frazetta, y coloreada con
tonos saturados y brillantes (quien tenga menos imaginación, trate de pensar en
tonos sepia, o incluso en blanco y negro). Vemos al personaje recorriendo el
desierto con el traje de las bóvedas; con su pelo rubio y cara redondeada, se
ve como una versión realista del muñeco que tiene de amuleto Albert, esa
caricatura del habitante de los búnker de Vault-Tec:
“Cuando dejamos el refugio, no tardé en
organizar una buena red de comercio entre los supervivientes. Toda buena gente,
la de esos días. Hasta que unos cuantos bichos empezaron a atacarnos. Animales
mutantes, quiero decir, verdaderos monstruos que nadie sabía de dónde salían,
pero nos tenían a todos preocupados.
Entonces tuve una larga charla con el doctor
Richard Grey. Cuando él llegó a El Eje, lo tomamos al principio como un simple
médico, pero no tardé en ver que el hombre era un genio, un científico que
entendía mucho mejor que nosotros este nuevo mundo que nos rodeaba. Un
visionario.
Con él y muchos más, montamos una expedición
para encontrar el origen de esos monstruos. El buen Richard estaba convencido
que debían salir de algún lugar al norte, o quizás el oeste, así que cruzamos
el desierto con lo que pensamos que era un grupo suficientemente armado para
acabar con ellos. Nos equivocamos. ¡No estábamos en absoluto preparados para lo
que íbamos a encontrar!
Más tarde o más temprano llegamos a algo así
como un gran edificio del ejército. Estaba abierto y desprotegido, así que
pudimos entrar sin que nada nos detenga. Lo difícil, claro, fue salir.
El bueno de Richard decía que algo debía
haber ahí que cambiaba a los animales en los monstruos que poblaban la zona… en
todo caso, nunca llegó a elaborar una teoría al respecto: en uno de los
primeros niveles, nos atacaron unos robots de seguridad, que se activaron de
alguna maner: unos aparatos con cabezotas de pecera que nos disparaban y nos
atrapaban con sus brazos como tentáculos…
cuando pudimos escapar hacia los pisos principales, sólo quedábamos
cuatro de nosotros. Richard y yo descubrimos unos enormes tanques llenos de
ácido o alguna cosa tóxica; el último recuerdo que tengo del buen doctor es
cayéndose a uno de esos tanques, empujado por uno de los robots cabezones.
Nunca volví a verlo… espero que no haya tenido una muerte muy horrible.
Los otros dos… ¡honestamente, no me acuerdo!
Las alarmas estaban sonando fuera de control, y yo corrí hacia afuera sin mirar
atrás. Los disparos se dejaron de escuchar en algún momento, y yo me sentía
muy, muy mareado. Eventualmente me desmayé, y cuando desperté estaba afuera de
esas instalaciones del ejército”.
-Momento,
momento-Interrumpe de golpe Albert, y la escena vuelve abruptamente al oscuro
cuartucho del presente. Él y Natasha ya están muy acomodados en el montón de
cajas, siguiendo la historia- ¿Y cómo sobreviviste a todos esos peligros?
-No lo hice.
¡Já!- se ríe Harold, y se atraganta con un ataque de tos- Me encanta ese
chiste… la cuestión es que al emprender el regreso, solo e indefenso, ya
empezaba a notar los cambios. Lo que hubiera allí, me transformó para siempre
en lo que ven…
-¿Podrá ser
un efecto de la radiación?- Arriesgó Natasha, tratando de demostrar algo de
interés en el relato.
-¿Cómo voy a
saberlo? Richard sí que tendría una respuesta, ese tipo era un genio.
-¿Y no se
supo nada más de él?
- ¿¡No les
dije que jamás-lo-volví-a-ver!? Pongamos un poco de atención: no, ni a él ni a
ningún otro de la expedición. Pensé en regresar alguna vez, pero ya al llegar
de nuevo a El Eje, estaba muy cambiado, tan débil… y mis viejos amigos me
rehuían. No los culpo, no soy la belleza que solía ser.
- Harold,
¿Esos Necrófagos de los que hablan, son así como vos?- preguntó Albert,
tratando de no sonar hiriente.
- Necrófagos,
Espectros… pónganle como quieran. Somos, en definitiva, mutantes. Pero la
mayoría de la gente por aquí no se detiene a tratarnos con tanta amabilidad.
-Gracias por
la historia, Harold.
-¡Gracias a
ustedes por dejarme contarla!
Albert le da unas chapas más y consigue
las indicaciones para volver al centro. Natasha se incorpora con claras
intenciones de mostrar que se iban sin demora. Llama a albóndiga y se despide.
Antes de salir por la puerta, se sobrepone al asco y se vuelve para mirar a la
cara al viejo mutante.
-¿Y se supone
que esa era la versión corta?
-¡Lo fue para
mí!- responde Harold, sacudiéndose la mandíbula desdentada con la risa.
Cuando ya están afuera, todavía se lo
escucha reírse y canturrear. No mucho después encuentran finalmente las calles
del centro.
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