CAPÍTULO 24: “Racconto de una expedición en los nuevos primeros días"

   La cara despellejada de Harold va ganando toda la imagen, que se funde con otras de los primeros bombardeos de la Gran Guerra.
   “Bueno, todavía me acuerdo el ruido de las sirenas antibombas. Yo era chico, pero no tanto como para olvidar los hongos a lo lejos, y la gente corriendo hacia los refugios. Mi Bóveda quedaba… en… la verdad, eso no lo recuerdo. Después vinieron los largos años bajo tierra”.
   ¿Podemos visualizar un cambio radical en la imagen? Porque La cara de Harold se convierte en otra: joven, perfectamente humana… y de dibujo animado: todo el fragmento siguiente, que narra la voz del viejo mutante, puede imaginarse ilustrada a la manera de las antiguas historietas de ciencia ficción, quizás las de Frank Frazetta, y coloreada con tonos saturados y brillantes (quien tenga menos imaginación, trate de pensar en tonos sepia, o incluso en blanco y negro). Vemos al personaje recorriendo el desierto con el traje de las bóvedas; con su pelo rubio y cara redondeada, se ve como una versión realista del muñeco que tiene de amuleto Albert, esa caricatura del habitante de los búnker de Vault-Tec:
   “Cuando dejamos el refugio, no tardé en organizar una buena red de comercio entre los supervivientes. Toda buena gente, la de esos días. Hasta que unos cuantos bichos empezaron a atacarnos. Animales mutantes, quiero decir, verdaderos monstruos que nadie sabía de dónde salían, pero nos tenían a todos preocupados.
   Entonces tuve una larga charla con el doctor Richard Grey. Cuando él llegó a El Eje, lo tomamos al principio como un simple médico, pero no tardé en ver que el hombre era un genio, un científico que entendía mucho mejor que nosotros este nuevo mundo que nos rodeaba. Un visionario.
   Con él y muchos más, montamos una expedición para encontrar el origen de esos monstruos. El buen Richard estaba convencido que debían salir de algún lugar al norte, o quizás el oeste, así que cruzamos el desierto con lo que pensamos que era un grupo suficientemente armado para acabar con ellos. Nos equivocamos. ¡No estábamos en absoluto preparados para lo que íbamos a encontrar!
   Más tarde o más temprano llegamos a algo así como un gran edificio del ejército. Estaba abierto y desprotegido, así que pudimos entrar sin que nada nos detenga. Lo difícil, claro, fue salir.
   El bueno de Richard decía que algo debía haber ahí que cambiaba a los animales en los monstruos que poblaban la zona… en todo caso, nunca llegó a elaborar una teoría al respecto: en uno de los primeros niveles, nos atacaron unos robots de seguridad, que se activaron de alguna maner: unos aparatos con cabezotas de pecera que nos disparaban y nos atrapaban con sus brazos como tentáculos…  cuando pudimos escapar hacia los pisos principales, sólo quedábamos cuatro de nosotros. Richard y yo descubrimos unos enormes tanques llenos de ácido o alguna cosa tóxica; el último recuerdo que tengo del buen doctor es cayéndose a uno de esos tanques, empujado por uno de los robots cabezones. Nunca volví a verlo… espero que no haya tenido una muerte muy horrible.
   Los otros dos… ¡honestamente, no me acuerdo! Las alarmas estaban sonando fuera de control, y yo corrí hacia afuera sin mirar atrás. Los disparos se dejaron de escuchar en algún momento, y yo me sentía muy, muy mareado. Eventualmente me desmayé, y cuando desperté estaba afuera de esas instalaciones del ejército”.

-Momento, momento-Interrumpe de golpe Albert, y la escena vuelve abruptamente al oscuro cuartucho del presente. Él y Natasha ya están muy acomodados en el montón de cajas, siguiendo la historia- ¿Y cómo sobreviviste a todos esos peligros?
-No lo hice. ¡Já!- se ríe Harold, y se atraganta con un ataque de tos- Me encanta ese chiste… la cuestión es que al emprender el regreso, solo e indefenso, ya empezaba a notar los cambios. Lo que hubiera allí, me transformó para siempre en lo que ven…  
-¿Podrá ser un efecto de la radiación?- Arriesgó Natasha, tratando de demostrar algo de interés en el relato.
-¿Cómo voy a saberlo? Richard sí que tendría una respuesta, ese tipo era un genio.
-¿Y no se supo nada más de él?
- ¿¡No les dije que jamás-lo-volví-a-ver!? Pongamos un poco de atención: no, ni a él ni a ningún otro de la expedición. Pensé en regresar alguna vez, pero ya al llegar de nuevo a El Eje, estaba muy cambiado, tan débil… y mis viejos amigos me rehuían. No los culpo, no soy la belleza que solía ser.
- Harold, ¿Esos Necrófagos de los que hablan, son así como vos?- preguntó Albert, tratando de no sonar hiriente.
- Necrófagos, Espectros… pónganle como quieran. Somos, en definitiva, mutantes. Pero la mayoría de la gente por aquí no se detiene a tratarnos con tanta amabilidad.
-Gracias por la historia, Harold.
-¡Gracias a ustedes por dejarme contarla!
   Albert le da unas chapas más y consigue las indicaciones para volver al centro. Natasha se incorpora con claras intenciones de mostrar que se iban sin demora. Llama a albóndiga y se despide. Antes de salir por la puerta, se sobrepone al asco y se vuelve para mirar a la cara al viejo mutante.
-¿Y se supone que esa era la versión corta?
-¡Lo fue para mí!- responde Harold, sacudiéndose la mandíbula desdentada con la risa.
   Cuando ya están afuera, todavía se lo escucha reírse y canturrear. No mucho después encuentran finalmente las calles del centro.

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