El resplandor pálido se acerca por el túnel
de la Bóveda hasta tomar la forma de dos espectros, diferentes de los anteriores:
lucen igual de consumidos y despellejados, pero éstos brillan en la oscuridad
con cierta fosforescencia radioactiva. Natasha asume que son los que nunca
dejaron el refugio para salir a la superficie… ignora si son hostiles,
amigables o al menos indiferentes a los humanos no mutados. No tardan en
demostrar sus intenciones: al ver que ninguno de los visitantes son de los de
su clase, se arrojan sobre ellos balbuceando amenazas.
Albóndiga los mantiene a raya a dentelladas,
mientras su dueña, completamente desarmada, vuelve sobre sus pasos y dobla por
el túnel hasta la escalera de manos por la que descendió hasta allí. Un momento
después, Albóndiga llega a su lado, con restos de sangre fluorescente en su
mandíbula. Pero no ha abatido a sus enemigos: los espectros pálidos avanzan
lentamente, resistiendo las heridas recibidas y el peso de sus años. No van a
abandonar fácilmente la defensa de su fuente de agua. Mientras los necrófagos
avanzan hacia ellos, Natasha comprende que, sin armas y sin saber cuántos
mutantes más hay dentro de la Bóveda, no
es nada seguro avanzar. Adivina allá adelante el chip debajo de la botonera
luminosa, atrás de la placa metálica del logo de Vault-teck… y detrás también
de los amenazantes necrófagos. No va a morir así, estúpida e inútilmente.
Natasha se reprime un grito, pero no de miedo, ya a esta altura de su viaje no
la horroriza ver unos espectros por mucho que brillen.
Se traga un grito de ira, de rabia, de
impotencia por no poder alcanzar lo que vino a buscar, teniéndolo casi al
alcance de la mano… tan rápido como puede, sube a su perro escaleras arriba.
Cuando por fin lo logra y empieza a subir ella, unas manos flacas pero firmes
la toman por los pies… y entonces sí, grita llena de espanto.
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