CAPÍTULO 33: “El salón de la muerte”


   El silencio incómodo se transformó rápidamente en un silencio tenso, y en seguida en un silencio hostil.
   Albert ya estaba cansado. Mental, física y emocionalmente cansado: tan cerca del objetivo, no quería demorarse en protocolos con esos desafortunados. Las palabras le salieron lentamente, sin mostrar emociones:
-Vinimos a llevarnos el chip purificador de agua de su Bóveda.
   Ian se adelantó, con el arma (inútil, sin balas) apuntando a los espectros. Los habitantes de las cloacas, patéticamente heroicos, dieron un paso hacia su vocera.
   Antes que se abriera la puerta de un combate, Natasha intercede, ya más allá del asco e incluso de la lástima, pero consciente del pésimo karma que les traería atacar a esos pobres infelices.
 -Calmémonos todos un momento. Nosotros tenemos un refugio que salvar, pero no vamos a arruinar otro para hacerlo. A lo mejor podemos ver cómo arreglar esa bomba de agua… estoy segura que hay una alternativa. ¿Podemos hablar con su líder?
-Dudo que Set tenga muchas ganas de recibir humanos normales. Está en el centro de la ciudad, en el edificio del ayuntamiento… o “Salón de la muerte”, como él le dice, para darles una idea de lo mucho que le gustan las visitas. Lo más probable es que sus centinelas les disparen cuando se acerquen.
-Quizás podríamos llegar hasta esos invasores y ganar su confianza.
-¿Su confianza? Por lo que sabemos, todos los que se acercan a su territorio terminan encerrados, con suerte. Pero quizás… quizás haya una manera de llegar a Set y hacer un trato con él. Qué les parece esto:
   Sin bajar del todo la guardia, los espectros exiliados comentan a los viajeros cómo atravesar el laberinto de alcantarillas, y con cuales palabras exactas dirigirse al líder de los necrófagos.

………………………………………………………

   El “Salón de la Muerte”, visto desde afuera, era imponente. No sólo por el tamaño y las esculturas que adornaban la fachada: los ruinosos edificios diseminados alrededor, por contraste, le daban una imagen de estructura firme y sólida, que ha sobrevivido a los bombardeos como símbolo de las instituciones inmortales de orden y justicia.
   Dentro, no era eso en absoluto. Filas de bancos se amontonaban en pleno desorden a lo largo el salón, y a los costados de la nave central se habían instalados varias celdas, que ocupaban los pocos opositores al régimen de Set. Algunos de ellos brillaban en la penumbra con una rara fosforescencia de peces abisales: otra especie de espectros, menos afortunada.
   Necrófagos armados recorrían los pasillos por mero capricho de su líder, ocupados en una guardia exagerada, mientras otros, al contrario, se agolpaban sobre los muebles arruinados de las oficinas, entregados a una inercia digna del reino vegetal. Algunos intentaban dar una apariencia de preocupados líderes de la comunidad, y se enfrascaban en discusiones políticas aún más improductivas. Y, en un extremo de la nave central, Set y sus mutantes de confianza confabulaban maldiciendo a todos.
   Ese panorama de estancada decadencia se altera, de golpe, cuando desde atrás de una pared (la del rincón desde donde Set y su guardia personal controlan todo) se escucha un ladrido, que retumba en los ladrillos. Los guardias de Set se acercan a escuchar, pero entonces ven cómo la pared tiembla y se sacude: una entrada secreta (una puerta corrediza camuflada hasta entonces en el muro) se abre chirriando… y deja a la vista un pasadizo oculto del que salen los viajeros.
    Pero para que pasara esto, antes tuvieron que pasar otras cosas.

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