El silencio incómodo se transformó
rápidamente en un silencio tenso, y en seguida en un silencio hostil.
Albert ya estaba cansado. Mental, física y
emocionalmente cansado: tan cerca del objetivo, no quería demorarse en
protocolos con esos desafortunados. Las palabras le salieron lentamente, sin
mostrar emociones:
-Vinimos a
llevarnos el chip purificador de agua de su Bóveda.
Ian se adelantó, con el arma (inútil, sin
balas) apuntando a los espectros. Los habitantes de las cloacas, patéticamente
heroicos, dieron un paso hacia su vocera.
Antes que se abriera la puerta de un
combate, Natasha intercede, ya más allá del asco e incluso de la lástima, pero
consciente del pésimo karma que les traería atacar a esos pobres infelices.
-Calmémonos todos un momento. Nosotros tenemos
un refugio que salvar, pero no vamos a arruinar otro para hacerlo. A lo mejor
podemos ver cómo arreglar esa bomba de agua… estoy segura que hay una
alternativa. ¿Podemos hablar con su líder?
-Dudo que Set
tenga muchas ganas de recibir humanos normales. Está en el centro de la ciudad,
en el edificio del ayuntamiento… o “Salón de la muerte”, como él le dice, para
darles una idea de lo mucho que le gustan las visitas. Lo más probable es que
sus centinelas les disparen cuando se acerquen.
-Quizás
podríamos llegar hasta esos invasores y ganar su confianza.
-¿Su
confianza? Por lo que sabemos, todos los que se acercan a su territorio
terminan encerrados, con suerte. Pero quizás… quizás haya una manera de llegar
a Set y hacer un trato con él. Qué les parece esto:
Sin bajar del todo la guardia, los espectros
exiliados comentan a los viajeros cómo atravesar el laberinto de alcantarillas,
y con cuales palabras exactas dirigirse al líder de los necrófagos.
………………………………………………………
El “Salón de la Muerte”, visto desde afuera,
era imponente. No sólo por el tamaño y las esculturas que adornaban la fachada:
los ruinosos edificios diseminados alrededor, por contraste, le daban una
imagen de estructura firme y sólida, que ha sobrevivido a los bombardeos como
símbolo de las instituciones inmortales de orden y justicia.
Dentro, no era eso en absoluto. Filas de
bancos se amontonaban en pleno desorden a lo largo el salón, y a los costados
de la nave central se habían instalados varias celdas, que ocupaban los pocos
opositores al régimen de Set. Algunos de ellos brillaban en la penumbra con una
rara fosforescencia de peces abisales: otra especie de espectros, menos
afortunada.
Necrófagos armados recorrían los pasillos
por mero capricho de su líder, ocupados en una guardia exagerada, mientras
otros, al contrario, se agolpaban sobre los muebles arruinados de las oficinas,
entregados a una inercia digna del reino vegetal. Algunos intentaban dar una
apariencia de preocupados líderes de la comunidad, y se enfrascaban en
discusiones políticas aún más improductivas. Y, en un extremo de la nave
central, Set y sus mutantes de confianza confabulaban maldiciendo a todos.
Ese panorama de estancada decadencia se
altera, de golpe, cuando desde atrás de una pared (la del rincón desde donde
Set y su guardia personal controlan todo) se escucha un ladrido, que retumba en
los ladrillos. Los guardias de Set se acercan a escuchar, pero entonces ven
cómo la pared tiembla y se sacude: una entrada secreta (una puerta corrediza
camuflada hasta entonces en el muro) se abre chirriando… y deja a la vista un
pasadizo oculto del que salen los viajeros.
Pero para que pasara esto, antes tuvieron
que pasar otras cosas.
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