La escalera daba a una habitación cerrada,
muy estrecha, completamente oscura y con el aire viciado por décadas de
encierro.
Los aventureros tardaron bastante hasta
entender que ninguna pared tenía puertas ni ventanas. Pero, tropezando con
montones de basura en lenta y silenciosa descomposición, al rato encontraron
una grieta casi imperceptible: no pasaba por ella ni un mínimo de luz, pero al
tantear la superficie notaron cierta brisa, que delataba una conexión con algún
cuarto contiguo. Más por casualidad que por ingenio, en algún momento de la
tanteada uno de los tres aprieta una palanca secreta (o uno de los cuatro:
quizás el mecanismo oculto era un pedal, que pudo haber accionado Albóndiga) y
la mole de la pared se empieza a mover, con el chirrido de engranajes oxidados.
Claro que ya sabemos qué los esperaba del
otro lado (aunque quizás ya esté olvidado, el avance ocurrió hace un par de
capítulos). Retomando: vemos un fundido a blanco al correrse la puerta secreta,
y a nuestros héroes cubriéndose los ojos (luego de haber estado algunas horas
recorriendo la oscuridad de las cloacas, la luz debe haberlos cegado unos
momentos). La imagen vuelve a la iluminación natural, y continuamos la escena
donde quedó hace unas páginas: varios necrófagos, armados con lanzas, cuchillos
y (pocas) escopetas, los reciben en pleno centro del “Salón de la Muerte”. Uno
de ellos, con el gesto más repulsivo que los demás, toma la palabra mientras
los apunta con su rifle. Le habla al resto de los espectros, sin dejar de mirar
con odio a los aventureros:
-Miren bien,
muchachos: a ver si entienden cuando les digo que me sobran razones para no
bajar la guardia… ¿Por qué tengo tres normalitos parados en mi sombra?
Respondan quién los manda, y les prometo que no les arranco la piel antes de
matarlos…
Los aventureros comprenden enseguida que
están frente a Set, el paranoico líder de los Necropolitanos, y al hablarle
tratan de demostrar un excesivo respeto a su cuestionable autoridad. Pero
recalcando su título de “indiscutido líder de Necrópolis”, le responden que
vienen a proponerles un plan contra los invasores.
-¿Ustedes?
¿Una propuesta? ¿Sobre los invasores?
-Eso dijimos.
-No me tomen
por estúpido, normalitos, o se acaba la charla acá y ahora. ¿Qué saben ustedes
de esos mutantes en el almacén de agua? Hasta donde yo sé, ustedes podrían ser
espías suyos… los he visto tratar con algunos pieles-limpias antes…
Los viajeros, con las manos en alto (habían
arrojado a sus pies las armas, aunque Albert había escondido lo mejor posible
su nueva pistola) avanzan hasta el centro del hall. El círculo de necrófagos se
cierra en torno suyo, y Set se les acerca tanto que pueden oler la podredumbre
de su piel marrón verdosa. La pupila rojiza de su único ojo les recorre la
cara. Un párpado prácticamente derretido cubre su otra órbita, y lleva algunas
piezas de metal oxidado incrustadas en diversas partes de su cuerpo (una
hombrera con remaches, una vincha atornillada al cráneo, un altoparlante que
cuelga de ella remplazando una oreja...).
-Nosotros no
venimos de parte de ningún mutante, aunque nos cruzamos con unos en las
alcantarillas. Ellos nos dijeron que podríamos ayudarte a eliminar algunos
enemigos que te están complicando las cosas…
Set se lamenta de no haberles sacado la
lengua a “esas ratas cagonas”. Sostiene que esa información es inexacta: “¡Mi
sombra sigue creciendo sobre la ciudad, esos invasores son apenas una molestia
que podría eliminar sin ayuda de nadie!” pero admite que “esos patéticos
rebeldes de las cloacas” pueden haberle hecho un favor al mandarlos: “Si lo que
buscan es un poco de trabajo mercenario, mejor que sea de mi lado: créanme, no
podrían contra mí y mis muchachos”.
Albert ve, alrededor, los pocos mutantes
armados que los amenazan. Quizás fueran difíciles de eliminar por un grupo
reducido, como ellos, pero tomándolos por sorpresa cualquier partida de piratas
los destrozaría en poco tiempo. El concepto que Set tiene sobre sí mismo y sus
hombres está sostenido sólo por sus delirios de grandeza.
Natasha ha notado lo mismo, pero responde
humildemente. Por la recompensa suficiente, un poco de ayuda de sus espectros,
algo de información y las municiones necesarias, podrían hacer un trato.
Set sonríe con la mitad de la boca,
mostrando una horrible dentadura entre los labios marchitos: “La recompensa que
les dé va a ser la que me parezca, una vez que hagan su tarea. Y toda la ayuda
que van a tener de mis espectros es ésta: atacarlos si se cruzan con ustedes,
de modo que los invasores no se den cuenta que están de mi lado”. Por su propio
bien, les aconseja evitar “a mis muchachos” aunque aclara que “si matan alguno
de los míos… bueno, cualquier necrófago que no pueda vencer a un normalito,
merece morir”.
Luego
los apura a irse por donde llegaron, avisándoles que en las
alcantarillas encontrarían alguna escalera que los deje cerca del edificio de
la bomba de agua, donde se juntan los invasores.
Lentamente, los viajeros giran y bajan por
el agujero de la pieza secreta, de nuevo a los desagües. No tardaron en
encontrar la boca de alcantarilla adecuada.
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