CAPÍTULO 36: “The ugliest Ghoul in town”

   La escalera daba a una habitación cerrada, muy estrecha, completamente oscura y con el aire viciado por décadas de encierro.
   Los aventureros tardaron bastante hasta entender que ninguna pared tenía puertas ni ventanas. Pero, tropezando con montones de basura en lenta y silenciosa descomposición, al rato encontraron una grieta casi imperceptible: no pasaba por ella ni un mínimo de luz, pero al tantear la superficie notaron cierta brisa, que delataba una conexión con algún cuarto contiguo. Más por casualidad que por ingenio, en algún momento de la tanteada uno de los tres aprieta una palanca secreta (o uno de los cuatro: quizás el mecanismo oculto era un pedal, que pudo haber accionado Albóndiga) y la mole de la pared se empieza a mover, con el chirrido de engranajes oxidados.
   Claro que ya sabemos qué los esperaba del otro lado (aunque quizás ya esté olvidado, el avance ocurrió hace un par de capítulos). Retomando: vemos un fundido a blanco al correrse la puerta secreta, y a nuestros héroes cubriéndose los ojos (luego de haber estado algunas horas recorriendo la oscuridad de las cloacas, la luz debe haberlos cegado unos momentos). La imagen vuelve a la iluminación natural, y continuamos la escena donde quedó hace unas páginas: varios necrófagos, armados con lanzas, cuchillos y (pocas) escopetas, los reciben en pleno centro del “Salón de la Muerte”. Uno de ellos, con el gesto más repulsivo que los demás, toma la palabra mientras los apunta con su rifle. Le habla al resto de los espectros, sin dejar de mirar con odio a los aventureros:
-Miren bien, muchachos: a ver si entienden cuando les digo que me sobran razones para no bajar la guardia… ¿Por qué tengo tres normalitos parados en mi sombra? Respondan quién los manda, y les prometo que no les arranco la piel antes de matarlos…
   Los aventureros comprenden enseguida que están frente a Set, el paranoico líder de los Necropolitanos, y al hablarle tratan de demostrar un excesivo respeto a su cuestionable autoridad. Pero recalcando su título de “indiscutido líder de Necrópolis”, le responden que vienen a proponerles un plan contra los invasores.
-¿Ustedes? ¿Una propuesta? ¿Sobre los invasores?
-Eso dijimos.
-No me tomen por estúpido, normalitos, o se acaba la charla acá y ahora. ¿Qué saben ustedes de esos mutantes en el almacén de agua? Hasta donde yo sé, ustedes podrían ser espías suyos… los he visto tratar con algunos pieles-limpias antes…
   Los viajeros, con las manos en alto (habían arrojado a sus pies las armas, aunque Albert había escondido lo mejor posible su nueva pistola) avanzan hasta el centro del hall. El círculo de necrófagos se cierra en torno suyo, y Set se les acerca tanto que pueden oler la podredumbre de su piel marrón verdosa. La pupila rojiza de su único ojo les recorre la cara. Un párpado prácticamente derretido cubre su otra órbita, y lleva algunas piezas de metal oxidado incrustadas en diversas partes de su cuerpo (una hombrera con remaches, una vincha atornillada al cráneo, un altoparlante que cuelga de ella remplazando una oreja...).
-Nosotros no venimos de parte de ningún mutante, aunque nos cruzamos con unos en las alcantarillas. Ellos nos dijeron que podríamos ayudarte a eliminar algunos enemigos que te están complicando las cosas…
   Set se lamenta de no haberles sacado la lengua a “esas ratas cagonas”. Sostiene que esa información es inexacta: “¡Mi sombra sigue creciendo sobre la ciudad, esos invasores son apenas una molestia que podría eliminar sin ayuda de nadie!” pero admite que “esos patéticos rebeldes de las cloacas” pueden haberle hecho un favor al mandarlos: “Si lo que buscan es un poco de trabajo mercenario, mejor que sea de mi lado: créanme, no podrían contra mí y mis muchachos”.
   Albert ve, alrededor, los pocos mutantes armados que los amenazan. Quizás fueran difíciles de eliminar por un grupo reducido, como ellos, pero tomándolos por sorpresa cualquier partida de piratas los destrozaría en poco tiempo. El concepto que Set tiene sobre sí mismo y sus hombres está sostenido sólo por sus delirios de grandeza.
   Natasha ha notado lo mismo, pero responde humildemente. Por la recompensa suficiente, un poco de ayuda de sus espectros, algo de información y las municiones necesarias, podrían hacer un trato.
   Set sonríe con la mitad de la boca, mostrando una horrible dentadura entre los labios marchitos: “La recompensa que les dé va a ser la que me parezca, una vez que hagan su tarea. Y toda la ayuda que van a tener de mis espectros es ésta: atacarlos si se cruzan con ustedes, de modo que los invasores no se den cuenta que están de mi lado”. Por su propio bien, les aconseja evitar “a mis muchachos” aunque aclara que “si matan alguno de los míos… bueno, cualquier necrófago que no pueda vencer a un normalito, merece morir”.
 Luego  los apura a irse por donde llegaron, avisándoles que en las alcantarillas encontrarían alguna escalera que los deje cerca del edificio de la bomba de agua, donde se juntan los invasores.
   Lentamente, los viajeros giran y bajan por el agujero de la pieza secreta, de nuevo a los desagües. No tardaron en encontrar la boca de alcantarilla adecuada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario