CAPÍTULO 52: “De nuevo en la brecha”

   El Supervisor fue categórico: “No me gustan nada estos reportes. Es decir, lo que hay en ellos…” aclaró, creyendo leer en las cejas de Natasha un gesto de disgusto, como si ella hubiera entendido una crítica a su estilo narrativo.
   Albert trató de introducir algunos comentarios sobre ciertas experiencias favorables en sus viajes, pero el Supervisor fue más específico: “Es sobre esos super-mutantes: su obsesión con los seres humanos y su entrenamiento militar los señalan como una clara amenaza a la vida como la conocemos… estos soldados siguen el liderazgo de alguna voluntad que carga un gran odio por los que ellos llaman “normales”… y a diferencia de esos otros desgraciados seres radioactivos, que ustedes llaman “necrófagos”, han demostrado claras intenciones de conquista… incluso quizás exterminio. Además, he realizado unos cálculos y, aunque es una hipótesis apresurada, no creo que sean mutaciones accidentales: no veo cómo la radioactividad por sí sola puede provocar cambios tan grotescos… se me ocurre que esos “supermutantes” han sido manipulados a propósito mediante algún proceso”.
   Albert se perdió un poco en la última parte del discurso del anciano. Natasha tradujo por lo bajo:
-Alguien está armando un ejército de mutantes…
    El Supervisor tomó aire, y soltó una última indicación determinante:
-Odio tener que decir esto: el líder de estos seres debe ser encontrado y detenido. Y la fuente de sus criaturas, destruida. Por nuestra seguridad, debo pedirles que vuelvan a salir.
   Albert reprimió cualquier expresión de alegría.  Miró a su compañera de reojo, pero ella había ocultado la cara debajo de su crecida melena oscura. Entre algunos mechones, pudo ver un gesto duro y sus ojos enrojecidos. Tal vez ella no se sintiera tan comprometida con volver a Arenas Sombreadas… o al menos, no tan enseguida. 
      El Supervisor presionó algunos botones en un tablero a su derecha, quizás para hacer tiempo mientras estudiaba cómo había sido recibida su opinión. Albert, siempre enemigo de los momentos incómodos, rompió el silencio.
-”Otra vez en la brecha”, amigo…
     No sonó como una queja, pero el Supervisor volvió a pedirles disculpas por el nuevo encargo al que los sometía, y dejó a su criterio en cuanto tiempo deberían partir. Esta vez, Natasha tomó la palabra:
-Salimos enseguida.
   Sus padres tardaron mucho más que la primera vez en entender por qué no estaría con ellos durante la cena, que habían preparado en su honor con especial cuidado. Sus hermanos y primos menores comprendieron más rápido, y sólo lamentaron no poder volver a escuchar sus historias y jugar con el perro. Su ancianísima abuela no entendió nunca ni a quién estaba felicitando. En esta oportunidad, no fue tan difícil para Natasha despedirse de ellos.
      Los del grupo de estudio de Albert apenas tuvieron tiempo de mostrarle el material que habían realizado para él como homenaje, según lo que imaginaban de sus aventuras: dibujos, videojuegos, incluso  muñecos ("figuras de acción") hechos con restos de comida. A Max Stone, su amigo musculoso ahora no tan imponente, no lo volvió a encontrar una vez que se perdió en la multitud de los festejos, y no tuvo oportunidad de despedirse de él. Los otros jóvenes le prometieron saludarlo por él, y hacer una versión animada de sus aventuras, al menos de la información no confidencial.
    Las órdenes eran no hablar sobre la posible amenaza mutante, así que los viajeros tuvieron que recurrir a una verdad a medias: para justificar su nuevo viaje, alegaron compromisos con quienes los ayudaron a conseguir el chip, y dejaron que una multitud (ya no tan grande) los acompañe hasta el primer nivel. Algunos empezaban a intimidarse con sus ropas polvorientas, su mascota inquieta y sus extrañas armas. Ciertos padres no estaban muy seguros de que les gustara  la idea de que sus hijos quieran “ser como ellos cuando crezcan”, como aseguraban los chicos que corrían por los pasillos con cajas de cartón como corazas, para jugar  a la “guerra contra los piratas”.
   Una vez más, cuando la anteúltima compuerta se cerró a sus espaldas, quedaron solos en el pasillo que terminaba en la entrada, herméticamente cerrada por el enorme engranaje de metal de la Bóveda 13. Momentos después la última puerta rodaba a un costado. Los volvió a recibir el esqueleto de Ed el muerto, desde las primeras piedras de la cueva. La banda sonora crece, épica, como un aviso del final.
  Albert se cuelga sus armas y prepara un cuchillo, ya que no pensaba gastar municiones en alguna miserable rata que se les cruce. Albóndiga caza una que se acerca desprevenida. Natasha da el primer paso hacia adelante:
-Muy bien. Confiemos en El Padrino y Don Quijote.
-¿Y qué sabés vos de esos clásicos?
-Que también tienen buenas segundas partes.
   A sus espaldas, la puerta del refugio se cierra de nuevo.
    La pantalla se nos pone negra abruptamente, empiezan a pasar los créditos, y vemos subir las luces de la sala del cine.

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