CAPÍTULO 51: “Héroes”

    Los aventureros fueron los únicos que no habían querido seguir el minuto a minuto de su logro. Han esperado el resultado bajo el aparatoso pedestal del Supervisor. Cuando estalla la alegría general, éste, rompiendo su costumbre, baja en persona a sumarse a su abrazo. “Nos salvaron, parecía imposible pero nos salvaron”,  grita, agregando infinidad de “gracias”.
   Se recompone bastante rápido y, disculpándose por empañar el entusiasmo, les pide que entreguen sus informes de inmediato, porque quiere  “Leer cuanto antes los detalles de su expedición.”
   Aunque el anciano no quería decir “ya, ahora mismo”, Natasha acata enseguida, yendo a la biblioteca a descargar sus crónicas guardadas en el Pip-boy. Albert se demora un momento más. El Supervisor lo alienta a ir con el resto, que ya está comenzando los festejos, pero Albert no quiere desperdiciar la oportunidad de hablarle, teniéndolo a su disposición:
-Creo que no sería mala idea, de todas formas, contemplar la posibilidad de expandirnos hacia el mundo exterior…
   El Supervisor carraspea, y alega que “Si bien se han ganado el derecho a esa opinión…”, antes él debe leer con detenimiento los informes. Albert trata de insistir sobre el tema, pero él y su mascota son arrastrados a la sala común por una multitud que irrumpe en ese momento para llevarlo en andas.
   Los festejos comenzaron a desarrollarse sin demora.      
   Lo sacan del Centro de Mandos y lo dejan sobre una mesa para vitorearlo, donde otros habitantes no tardan en arrastrar a Natasha desde la biblioteca. Albóndiga disfrutaba de las golosinas y caricias que le dedica todo el que lo ve (quizás algo inconsciente tratándose de un salvaje perro callejero, pero sólo le gruñó a un niño y nadie le dio importancia, porque era un chico muy molesto).
   La aventurera estaba rodeada por su numerosa familia –incluso la nonagenaria abuela, que en su ausencia había cumplido un año más- y hasta el último de sus primos lejanos lloraba de emoción, empezando a tratarla como un ángel salvador, valiente y compasiva más allá de lo humanamente posible. A Natasha la incomodó bastante el cariz que tomaban algunos de esos cumplidos… pero se dejó llevar.
   Los héroes se permiten disfrutar de esos momentos: dijeron algunas palabras a la multitud, aceptaron todos los regalos que les dedicaban y apretaron muchísimas manos. Contaron varias veces las mejores anécdotas del viaje. Brindaron constantemente con la, ahora, abundante agua potable. Mostraron sus armas. Y, en cuanto pudieron, se borraron de la fiesta.
   A medida que bajaba su entusiasmo, empezaban a sentir la incertidumbre de la realidad. Convinieron en hablar con el Supervisor ni bien terminara de leer sus informes… quizás leyéndolos entendiera la situación del poblado cercano, y les permitiera una nueva expedición para verificar su estado.

   No fue necesario. Mientras el resto del refugio se entregaba a los festejos, el Supervisor devoró los archivos de sus exploradores, y lo leído no lo ha tranquilizado. Ahora su horror abstracto al mundo exterior se profundiza, toma cuerpo y nombre al ir informándose sobre esos super-mutantes… saca apresurados cálculos y analiza algunas hipótesis al respecto. Las conclusiones lo preocupan más. Antes de que los aventureros decidan con exactitud cómo plantearle su situación, el Supervisor ya los ha mandado a llamar. No ha terminado la celebración, y ellos se encuentran otra vez bajo su pedestal.

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