Los aventureros fueron los únicos que no
habían querido seguir el minuto a minuto de su logro. Han esperado el resultado
bajo el aparatoso pedestal del Supervisor. Cuando estalla la alegría general,
éste, rompiendo su costumbre, baja en persona a sumarse a su abrazo. “Nos
salvaron, parecía imposible pero nos salvaron”,
grita, agregando infinidad de “gracias”.
Se recompone bastante rápido y,
disculpándose por empañar el entusiasmo, les pide que entreguen sus informes de
inmediato, porque quiere “Leer cuanto
antes los detalles de su expedición.”
Aunque el anciano no quería decir “ya, ahora
mismo”, Natasha acata enseguida, yendo a la biblioteca a descargar sus crónicas
guardadas en el Pip-boy. Albert se demora un momento más. El Supervisor lo
alienta a ir con el resto, que ya está comenzando los festejos, pero Albert no
quiere desperdiciar la oportunidad de hablarle, teniéndolo a su disposición:
-Creo que no
sería mala idea, de todas formas, contemplar la posibilidad de expandirnos
hacia el mundo exterior…
El Supervisor carraspea, y alega que “Si
bien se han ganado el derecho a esa opinión…”, antes él debe leer con
detenimiento los informes. Albert trata de insistir sobre el tema, pero él y su
mascota son arrastrados a la sala común por una multitud que irrumpe en ese
momento para llevarlo en andas.
Los festejos comenzaron a desarrollarse sin
demora.
Lo sacan del Centro de Mandos y lo dejan
sobre una mesa para vitorearlo, donde otros habitantes no tardan en arrastrar a
Natasha desde la biblioteca. Albóndiga disfrutaba de las golosinas y caricias
que le dedica todo el que lo ve (quizás algo inconsciente tratándose de un
salvaje perro callejero, pero sólo le gruñó a un niño y nadie le dio
importancia, porque era un chico muy molesto).
La aventurera estaba rodeada por su numerosa
familia –incluso la nonagenaria abuela, que en su ausencia había cumplido un
año más- y hasta el último de sus primos lejanos lloraba de emoción, empezando
a tratarla como un ángel salvador, valiente y compasiva más allá de lo
humanamente posible. A Natasha la incomodó bastante el cariz que tomaban
algunos de esos cumplidos… pero se dejó llevar.
Los héroes se permiten disfrutar de esos
momentos: dijeron algunas palabras a la multitud, aceptaron todos los regalos
que les dedicaban y apretaron muchísimas manos. Contaron varias veces las
mejores anécdotas del viaje. Brindaron constantemente con la, ahora, abundante
agua potable. Mostraron sus armas. Y, en cuanto pudieron, se borraron de la
fiesta.
A medida que bajaba su entusiasmo, empezaban
a sentir la incertidumbre de la realidad. Convinieron en hablar con el
Supervisor ni bien terminara de leer sus informes… quizás leyéndolos entendiera
la situación del poblado cercano, y les permitiera una nueva expedición para
verificar su estado.
No fue necesario. Mientras el resto del
refugio se entregaba a los festejos, el Supervisor devoró los archivos de sus
exploradores, y lo leído no lo ha tranquilizado. Ahora su horror abstracto al
mundo exterior se profundiza, toma cuerpo y nombre al ir informándose sobre
esos super-mutantes… saca apresurados cálculos y analiza algunas hipótesis al
respecto. Las conclusiones lo preocupan más. Antes de que los aventureros
decidan con exactitud cómo plantearle su situación, el Supervisor ya los ha
mandado a llamar. No ha terminado la celebración, y ellos se encuentran otra
vez bajo su pedestal.
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