Y arriba era todo un verdadero desastre. La
puntería del mutante con el rifle láser era mala, pero la de Albert no era
mucho mejor. Bolas de plasma verde brotaban desde la esquina donde el habitante
del refugio se había atrincherado, y líneas de láser rojo salían despedidas
desde la entrada del Almacén de Agua. Así y todo, el plan estaba funcionando:
la distracción había servido para eliminar al vigía de la calle, y ahora los
demás supermutantes, dando la alarma, estaban dejando su puesto dentro de la
base. Escaparse entre los edificios no sería difícil para los humanos, pero el
objetivo no era ni huir ni ganar ese conflicto: el tiroteo era una mera distracción;
mientras Albert sostuviera el fuego cruzado Ian tendría tiempo de registrar el
almacén buscando a Natasha.
Albert retrocede más entre los callejones
del área (que luego de sus anteriores recorridas ya le son familiares) y obliga
a los invasores a alejarse de su puesto. Es el momento que aprovecha Ian para
entrar al Almacén. No encuentra a Natasha, pero algo llama su atención en una
de las habitaciones.
Sobre el pavimento destrozado de las calles
de Necrópolis yacen un par de supermutantes muertos (en realidad, malheridos):
se han acercado demasiado a Albert, quien desde su escondite pudo descargar
varias bolas de plasma sobre ellos. Pero todavía son varios los supermutantes
que lo buscan. Harry, el supermutante a cargo, dispara sus láser en cada
callejón, mientras grita órdenes a sus subordinados (con nombres hasta el ridículo parecidos al suyo:
Barry, Larry, Sally y otros de ese tipo; mutantes femeninos y masculinos casi
no se distinguen). Ninguno de ellos está tan bien armado como él. Excepto por
el que tiene el lanzallamas.
El fuego y los láser se pierden en la nada o
aciertan sólo a algún desafortunado espectro que deambula por la zona, ahora
convertida en un campo de batalla. Pero el círculo de invasores, que conocen
mejor el terreno, se cierra sobre el aventurero. Él ha visto a Ian internarse
en la construcción principal pero no sabe si ha salido, y mucho menos si ha
encontrado a su compañera. No tiene manera de corroborar una u otra cosa, y
sabe que éste es el punto más flojo en su débil estrategia.
Cercado por los invasores, inicia el último
paso del plan, rezando que funcione el reencuentro en el punto convenido.
No hay rastros de Natasha, pero la búsqueda
de Ian no ha sido del todo inútil: el arsenal de los supermutantes es más que
interesante, aunque la mayoría de las municiones no sirve para el poder de
fuego de los aventureros. No obstante, entre muchas que Ian no llega a
comprender para qué arma podrían funcionar, se asoman unas humildes balas de 10
mm, como una plateada bendición. También encuentra algunas sorpresas más en los
estantes… y sonríe mientras toma todo lo que puede.
Con un pedazo de lona, envuelve su botín en
un atado que se cuelga al hombro. A lo lejos, escucha los gritos de los
invasores y el extraño tiroteo de las armas de energía. Eso le indica que al
menos hasta ahora su amigo resiste.
El antiguo guardián de caravanas termina de
cargar su H & K, dejándola lista para largar una buena ráfaga a lo primero
que se acerque. Se dispone a salir para hacer su aporte al fuego cruzado... y
es entonces cuando escucha, lejano, un grito de mujer.
En la superficie, los supermutantes
patrullan el área. Bajo la superficie, Albert logró esconderse y espera a su
amigo; el punto de encuentro convenido es la alcantarilla más cercana a la
entrada del Almacén de Agua. No fue difícil definir esa como una posible vía de
escape subterránea: era razonable que los supermutantes, dado su tamaño, no
hayan transitado el laberinto de cloacas, de entradas angostas. En realidad los
gigantes no sólo ignoran los caminos bajo tierra, ni siquiera los tienen en
cuenta.
Albert reflexiona en su escondite, para que
no lo consuma la desesperación: “Desde
su punto de vista, las bocas de alcantarilla son apenas unos agujeros para ratas,
y ellos son unos mastodontes que no conciben esconderse”. Recuerda las palabras
de un nazi de película, que razonaba parecido: “los alemanes comparten el
instinto depredador del halcón, y los judíos comparten atributos con las
ratas”. Ese villano, siguiendo su línea de pensamiento, cazaba judíos en los
sótanos que sus soldados pasaban por alto.
Albert sigue pensando. La Segunda Guerra
Mundial… la Tercera… todo parte de un pasado remoto. ¿Qué raza de monstruos
verdes era ésta? ¿Qué accidente o qué guerra los pudo mutar de esa manera…? ¿De
dónde salieron, y de qué lado estaban? Ahora, escucha a lo lejos alguna
descarga de láser y varios insultos. Sube por la escalera de metal y acerca la
cara a la tapa… le parece un buen momento para echar una mirada al exterior, y
tal vez notar algún indicio del regreso de Ian.
A punto
de levantar el disco de metal, un pie descomunal cubre los agujeros por donde
se filtra la luz, casi aplastando los dedos que Albert había insertado en
algunos de ellos. Desde abajo, puede ver perfectamente cómo pasa sobre él el
supermutante del lanzallamas, que se acerca nuevamente a la base… cuando la
mole deja atrás la boca de alcantarilla, el viajero levanta la tapa y confirma
sus temores: el supermutante se dirige directamente al interior del Almacén de
Agua… si Ian todavía tiene chances de salir, está a punto de perderlas.
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