CAPÍTULO 41: “Luz de Láser, plasma y lanzallamas”

   Y arriba era todo un verdadero desastre. La puntería del mutante con el rifle láser era mala, pero la de Albert no era mucho mejor. Bolas de plasma verde brotaban desde la esquina donde el habitante del refugio se había atrincherado, y líneas de láser rojo salían despedidas desde la entrada del Almacén de Agua. Así y todo, el plan estaba funcionando: la distracción había servido para eliminar al vigía de la calle, y ahora los demás supermutantes, dando la alarma, estaban dejando su puesto dentro de la base. Escaparse entre los edificios no sería difícil para los humanos, pero el objetivo no era ni huir ni ganar ese conflicto: el tiroteo era una mera distracción; mientras Albert sostuviera el fuego cruzado Ian tendría tiempo de registrar el almacén buscando a Natasha.
   Albert retrocede más entre los callejones del área (que luego de sus anteriores recorridas ya le son familiares) y obliga a los invasores a alejarse de su puesto. Es el momento que aprovecha Ian para entrar al Almacén. No encuentra a Natasha, pero algo llama su atención en una de las habitaciones.
   Sobre el pavimento destrozado de las calles de Necrópolis yacen un par de supermutantes muertos (en realidad, malheridos): se han acercado demasiado a Albert, quien desde su escondite pudo descargar varias bolas de plasma sobre ellos. Pero todavía son varios los supermutantes que lo buscan. Harry, el supermutante a cargo, dispara sus láser en cada callejón, mientras grita órdenes a sus subordinados (con  nombres hasta el ridículo parecidos al suyo: Barry, Larry, Sally y otros de ese tipo; mutantes femeninos y masculinos casi no se distinguen). Ninguno de ellos está tan bien armado como él. Excepto por el que tiene el lanzallamas.
   El fuego y los láser se pierden en la nada o aciertan sólo a algún desafortunado espectro que deambula por la zona, ahora convertida en un campo de batalla. Pero el círculo de invasores, que conocen mejor el terreno, se cierra sobre el aventurero. Él ha visto a Ian internarse en la construcción principal pero no sabe si ha salido, y mucho menos si ha encontrado a su compañera. No tiene manera de corroborar una u otra cosa, y sabe que éste es el punto más flojo en su débil estrategia.
   Cercado por los invasores, inicia el último paso del plan, rezando que funcione el reencuentro en el punto convenido. 
    No hay rastros de Natasha, pero la búsqueda de Ian no ha sido del todo inútil: el arsenal de los supermutantes es más que interesante, aunque la mayoría de las municiones no sirve para el poder de fuego de los aventureros. No obstante, entre muchas que Ian no llega a comprender para qué arma podrían funcionar, se asoman unas humildes balas de 10 mm, como una plateada bendición. También encuentra algunas sorpresas más en los estantes… y sonríe mientras toma todo lo que puede.
   Con un pedazo de lona, envuelve su botín en un atado que se cuelga al hombro. A lo lejos, escucha los gritos de los invasores y el extraño tiroteo de las armas de energía. Eso le indica que al menos hasta ahora su amigo resiste.
    El antiguo guardián de caravanas termina de cargar su H & K, dejándola lista para largar una buena ráfaga a lo primero que se acerque. Se dispone a salir para hacer su aporte al fuego cruzado... y es entonces cuando escucha, lejano, un grito de mujer.     
   En la superficie, los supermutantes patrullan el área. Bajo la superficie, Albert logró esconderse y espera a su amigo; el punto de encuentro convenido es la alcantarilla más cercana a la entrada del Almacén de Agua. No fue difícil definir esa como una posible vía de escape subterránea: era razonable que los supermutantes, dado su tamaño, no hayan transitado el laberinto de cloacas, de entradas angostas. En realidad los gigantes no sólo ignoran los caminos bajo tierra, ni siquiera los tienen en cuenta.
    Albert reflexiona en su escondite, para que no lo consuma la  desesperación: “Desde su punto de vista, las bocas de alcantarilla son apenas unos agujeros para ratas, y ellos son unos mastodontes que no conciben esconderse”. Recuerda las palabras de un nazi de película, que razonaba parecido: “los alemanes comparten el instinto depredador del halcón, y los judíos comparten atributos con las ratas”. Ese villano, siguiendo su línea de pensamiento, cazaba judíos en los sótanos que sus soldados pasaban por alto.
   Albert sigue pensando. La Segunda Guerra Mundial… la Tercera… todo parte de un pasado remoto. ¿Qué raza de monstruos verdes era ésta? ¿Qué accidente o qué guerra los pudo mutar de esa manera…? ¿De dónde salieron, y de qué lado estaban? Ahora, escucha a lo lejos alguna descarga de láser y varios insultos. Sube por la escalera de metal y acerca la cara a la tapa… le parece un buen momento para echar una mirada al exterior, y tal vez notar algún indicio del regreso de Ian.
   A punto de levantar el disco de metal, un pie descomunal cubre los agujeros por donde se filtra la luz, casi aplastando los dedos que Albert había insertado en algunos de ellos. Desde abajo, puede ver perfectamente cómo pasa sobre él el supermutante del lanzallamas, que se acerca nuevamente a la base… cuando la mole deja atrás la boca de alcantarilla, el viajero levanta la tapa y confirma sus temores: el supermutante se dirige directamente al interior del Almacén de Agua… si Ian todavía tiene chances de salir, está a punto de perderlas.

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