CAPÍTULO 38: “El Almacén de Agua”


   Natasha, siguiendo a Albóndiga (que ha seguido su instinto) corrió hacia adelante, metiéndose de lleno en el enorme edificio del Almacén de Agua. Fue, desde luego, un error.
   Más monstruosa que la anterior criatura, en el interior del almacén vemos de pie otra gigantesca gárgola viviente, bien despierta. Este ser desproporcionado no demora en reaccionar ni pierde tiempo en formalidades: ni bien los ve entrar, los apunta con una pesada estructura oxidada, llena de cables y botones luminosos. Un rifle descomunal, como Natasha no ha visto nunca antes. El mutante, (el súper-mutante) tiene porte militar, y cubre gran parte de su cuerpo verdoso con un traje de cuero negro, muy gastado, que pareciera ser algo así como un uniforme. El tono también parece una grotesca imitación castrense, de alguien acostumbrado a dar y recibir órdenes. Le grita la voz de ¡ALTO!, gruñendo y remarcando mucho las erres, y a veces poniendo zetas donde debería haber eses. Tampoco conjuga bien los verbos, pero no le hace falta hablar bonito para hacerse entender. Suena como algo así:
-¡Tu NO ezpectrro!- alcanza a modular mientras apunta firmemente con el arma, permitiéndose dudar sobre la identidad de Natasha.
-Sí, yo sí “ezpectro”- afirma ella, incrementándole la duda- ¿Estoy en problemas?- Su propia duda es si podrá correr antes de que el mutante dispare. Albóndiga ha retrocedido gruñendo hasta quedar detrás suyo, inmóvil también, obstaculizando la puerta. Natasha calcula su situación, y se convence de que no podrá escapar. El monstruo no baja su arma, pero algo en él se afloja:
   “No, tú no ezpectro, Harry sabe... tú ‘norrmal’… linda chika normal”  se convence a su vez el supermutante (“Harry”, según sabemos por su mal uso de los pronombres). Con su dicción gutural le aclara que sólo los espectros pueden entrar, a buscar su ración de agua. Señala hacia el interior del edificio, hacia otra habitación donde se ven los caños de la inoperante bomba de agua… y le indica que “A los norrmales Harry debe llevarlos con Mite… chika linda viniendo con Harry a ver a Mite…”
   Natasha no tiene ninguna gana de conocer a ese “Mite”. Decide cambiar de estrategia. Este soldado, aún monstruoso de cuerpo y limitado de mente, tiene la mirada lasciva de cualquier soldado lejos de su hogar. Jugando la carta de la seducción, empuja a Harry por su lado más humano, para ablandar su voluntad.
-Pero “chica linda” se pone triste si tiene que irse con Mite- se lamenta con falsedad Natasha, entrando también en el juego de la tercera persona. Abre los ojos y aprieta los labios como en un berrinche, fingiendo una inocencia inmadura -… “chica linda” quiere quedarse con… ¿Harry?
   Harry duda. Aclara que se metería en problemas si Mite se enterara.
- ¿Pero Mite no está muy cerca, no?- arriesga Natasha, haciendo círculos con el pie mientras se encoge de hombros y se aprieta el busto con los antebrazos.
   El soldado saca pecho, orgulloso de estar a cargo. Ostentando la porción de poder que le ha dejado su superior ausente, permite que la “chica linda” pase a donde los espectros sacan agua… mientras lo haga callada, y al regresar lo acompañe a ver al famoso Mite.
   Difícil de matar la costumbre humana de pensar con la entrepierna, murmura Natasha fastidiada: sobrevive a una guerra atómica, décadas de invierno nuclear y mutaciones radioactivas. La exploradora avanza por el pasillo que lleva al centro del almacén de agua, consciente de dónde ha puesto el otro el foco de atención mientras le da la espalda. Su ritmo cardíaco está acelerado y las manos le empiezan a temblar perceptiblemente, pero Harry no deja su puesto, y sin seguirla mira hasta donde puede la parte trasera de Natasha.
 Albóndiga avanza pegado a los talones de su dueña, por primera vez intimidado por algún ser viviente. El pasillo no es largo, pero ambos lo recorren en un lapso de tiempo que parece eterno. Detrás de una puerta entrecerrada, se oyen las voces toscas de otros supermutantes. Natasha no sabe cuántos son, pero prefiere no descubrirlo mientras pueda evitarlo. Tampoco sabe dónde estarán sus compañeros, pero eso no es una preocupación ahora.
   Finalmente llega a la sala principal, donde la mole herrumbrosa de la bomba de agua domina la vista. Sus caños se extienden por las paredes como las patas de una gran araña de metal oxidado. Tal como dijeron los espectros de las alcantarillas, se ve por completo inactiva. Pero ella tantea en su bolso las piezas halladas en los drenajes, y en un rápido análisis nota que son compatibles, y no serían difíciles de instalar. El lugar está atestado de cajas rotas y bidones vacíos; en otra fugaz reflexión se pregunta dónde está entonces el agua en ese almacén de agua... Pero ahora cualquier pensamiento al respecto es irrelevante: la prioridad es encontrar una salida y escapar. Desde un rincón, alguien chista con fuerza a Natasha, que gira sobre sus talones.

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