Mientras Albert veía arder a su amigo, sin
tiempo de lamentarlo o de vengar su muerte, ya escuchaba los gritos de los
soldados regresando hacia ellos. Mucho antes de que el cuerpo en llamas se
termine de consumir, Albert ya estaba de nuevo esquivando los disparos láser de
Harry, el supermutante a cargo de los invasores de Necrópolis. Volviendo sobre
sus pasos, regresó a las calles, y ahora corre hacia las ruinas de los
suburbios últimos, ya que ni a la seguridad de las alcantarillas podría
acercarse. Sin mirar hacia atrás, sale de la ciudad y no para de correr hasta
que deja de escuchar los gritos y los disparos.
Entonces, cuando cree que ya ningún enemigo
lo sigue, siente un chillido a sus espaldas. Apunta su arma, ya casi sin carga,
hacia un bulto que se acerca, apenas definido por las primeras luces del nuevo
día. Era Albóndiga. En su boca apretaba con firmeza el amuleto de Albert.
Abrazando a su perro, quizás el único
sobreviviente de la compañía que salió de El Eje, el viajero se descarga y
llora. Una vez que le saca el juguete de la boca, la mascota le lame la cara
(en un gesto muy emotivo pero nada higiénico, teniendo en cuenta la cantidad de
mutantes que ha estado mordiendo).
Desde una autopista derrumbada, con la ruta
de acceso a la ciudad vacía pero la de salida atestada de vehículos casi
centenarios, el habitante del refugio 13 y su perro ven salir el sol entre los
edificios esqueléticos de la ciudad muerta.
Albert limpia y atiende como puede las
heridas de su compañero. Entre las ruinas de la ciudad, se ven luces que van y
vienen: los supermutantes están expandiendo su territorio. Quizás tratan de
encontrar a Albert; quizás también Natasha está escapando… si la mascota del
grupo ha logrado escapar, tal vez, tal vez, su compañera esté todavía viva, ya
sea libre o en poder de los supermutantes.
Le debe esa duda a Natasha. Volviendo podría
al menos distraer las tropas mutantes, y regalarle una posibilidad de escape. A
esta altura, morir no le preocupa. La búsqueda del chip es una tarea ya
impensable, con esos enemigos en el medio. Hasta ahora había tenido mucha
suerte, pero si como explorador dejaba bastante que desear, como guerrero
estaba sobrepasado. Y si esto era una guerra, lo que se precisaba era soldados.
Aunque… aún podría tener una pieza que mover.
Con algo de habilidad, podía llevar la situación a su propio terreno. Con suma
determinación, y con Albóndiga a su lado, emprende el regreso hacia Necrópolis.
Los
vemos a ambos, de espaldas, meterse entre los pocos autos que obstruyen la
entrada a la ciudad, entre una bruma gris que se levanta en el amanecer.
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