CAPÍTULO 46: “Der Untergang”

   Set no llegó muy lejos. Después de abandonar a sus hombres a su suerte, recorre las alcantarillas escapando miserablemente. En un recodo de las cloacas, lo sorprende el grupo de espectros que él mismo exilió.
-Escapándote como una rata- lo insulta la vocera de los exiliados.
 Saben lo que está pasando arriba. Y no tienen miedo. Y no están solos: terrible y armada, la habitante del refugio 13 sale de la oscuridad de un túnel. Se entiende o se comenta que alcanzó la seguridad de las cloacas y ha convenciendo a sus habitantes de sumarse a la lucha. La presencia de Set allá abajo es una señal clara de que la batalla no es favorable para los ciudadanos de la ciudad muerta, pero si pudiera contactarse con su compañero, ella y los exiliados revertirían la situación.
   Set agarra con firmeza su rifle, sin apuntar a nadie aún: “Ya no queda nada arriba. Si quieren pueden seguirme, o quedarse acá escondiéndose, que supongo que es lo que mejor saben hacer. O pueden subir, a ser fusilados como los otros imbéciles que no supieron defender mi Salón. Hasta su amiguito normal en este momento debe estar con ellos, todos juntos con la espalda contra la pared”.
   Natasha le apunta con su fusil, pero los espectros pacifistas le piden que no dispare, que lo deje ir con su vergüenza.
-El rifle- le exige la humana- El rifle se queda. Los que tenemos dignidad vamos a salir a rescatarlos.
  Set se ríe, pero la obedece. Les arroja el rifle a sus antiguos subordinados, y se aleja insultándolos “Quédense con sus amigos normales. No se puede confiar en ustedes ni para vigilar una bolsa de mierda…”.
   A punto de doblar por uno de los recodos, la vocera le advierte:
-¡Por ahí no! Hay un nido de ratas enormes en ese tramo del desagüe.
  Set gira y toma el camino opuesto, sin dejar de reírse despreciándolos. “Lamentables hasta el último minuto…”
   Da unos pasos en la otra dirección, y unas garras lo arrastran hasta el fondo del túnel. Entre los gruñidos de las ratatopos, los exiliados y Natasha pueden escuchan los gritos finales del antiguo líder de Necrópolis.
 -Creí que se merecía más una muerte de ese tipo- murmura la vocera, mientras lleva al grupo hacia la boca de alcantarilla que los dejará en las cercanías del ayuntamiento- Además, tenemos que ahorrar las balas para los invasores…

…………………………………

   Harry entró en el “Salón de la Muerte” (que ahora se había ganado el nombre, aunque no como lo hubiera querido Set) una vez que los espectros no ofrecían ya ninguna resistencia. A los que quedaban vivos, que no eran tan pocos, los supermutantes los empujaban contra el muro del fondo del ayuntamiento. Como había predicho Set, en breve comenzarían los fusilamientos. Albert, de pie y con la punta del lanzallamas de Barry sobre el pecho, mira desafiante a sus captores. Harry se muestra contrariado sobre si dispararle o no.
 “Harry queriendo aplastarrte la cabeza contrra el zuelo”  reconoce finalmente la abominación, pero sabe que las órdenes de su Teniente son llevarle a los “humanos puros” intactos. Así que dispone mejor llevarlo con su jefe.
   Sus hombres se mostraron decepcionados. Uno de ellos argumenta que si ya venían disparándole antes por qué no darle ahora. Harry le encaja una trompada en la cara al cuestionador, pero les concede que pueden matar al perro, si lo encuentran. Albert sonríe.
-“Suerte con eso”- Se arriesgó a decir, atrayendo de nuevo la atención de Harry sobre él- ¿Para qué nos precisa tu superior?
   Harry, honestamente, no lo sabe. Según él, los normales son bastante inútiles, pero la admiración hacia su jefe es mucha, y está poniendo toda su fuerza de voluntad en cumplir con él. Albert insiste:
-¿Qué hacen con los humanos como yo?
   El supermutante le advierte que si sigue preguntando irá a conocer a “Mite”  sin la lengua. Si el normal se queda callado, promete, podrá preguntarle al Jefe en persona. Sabe que le gustan los interrogatorios: “Él hablar bonito. Pero también pegando fuerte”.
   Albert mira el exterior a lo lejos, a través del agujero de la puerta. Allí, la oscuridad se disipa un poco, por el fuego que todavía consume las maderas usadas para las defensas. Harry lo arrastra junto a él y Barry indica a los otros soldados cómo alinear al resto de los espectros contra la pared, con un obvio propósito. A ellos sí van a interrogarlos en el momento, y por cada uno que no les dé información útil, habrá un cadáver en el paredón. Albert trata de ganar tiempo, y se arriesga a retomar la charla.
-¿Qué ganan matando a estos pobres infelices? ¿No alcanza con sacarles su agua y su ciudad?
   Esta vez, Harry lo calla con una trompada en el estómago. Albert se dobla del dolor aunque, para el supermutante, el golpe había sido bastante delicado. El líder de los invasores lo encuentra divertido, y quizás por eso le ofrece una respuesta predecible: los espectros son débiles, y el agua es para los fuertes. Pero agrega: “Ciudad Ezpektrro siendo ahora de la Flema Sangrada del Maestrro”.
   A Albert le llaman la atención esas últimas palabras. Le recuerdan otra charla, ya lejana. "Será 'Flama Sagrada', imbécil" piensa, riéndose para sus adentros mientras tose algo de sangre. Quizás por "Maestro" se refiriera a ese tal “Mi Teniente”, el obvio superior al que menciona siempre… pero el título no suena para nada militar, más bien religioso.
-¿Maestro?- pregunta desde el suelo, arriesgándose a recibir otro golpe, (pero esperando que Harry no cumpla la promesa de sacarle la lengua)- ¿Quién es? ¿El “Mite-niente”?
   El supermutante se desconcierta… como si tuviera necesidad de explicar algo que sabe importante, pero que no termina de comprender. Entiende que el Maestro es otro líder… “komo un Zuper-Jefe…”
   Abusando de la repentina verborragia de su enemigo, insiste en preguntar.
-¿El mismo super-jefe de los Hijos de la Catedral?

   Harry se ríe, y muestra una cicatriz especialmente larga en su pecho. Conoce a Los Hijos de la Catedral, le parecen unas personitas amables y delicadas, de quienes tiene un buen recuerdo: “Harry lastimarse feo una vez y ellos arreglarlo. Ahora, todo entero…”.  De repente su gesto cambia a una expresión oscura: se acordó de golpe de su promesa de mutilar a Albert- “En kambio el norrmal preguntón…”
   El ladrido de albóndiga, desde algún lugar fuera del Ayuntamiento, los sorprendió a todos. Los supermutantes miran anhelantes a su líder, recordándole su permiso para darle muerte. Harry se preguntó cuántos sobrevivientes más habría alrededor. Les ordenó a sus hombres que revisen el perímetro del edificio. Luego, él y Barry se prepararon para la ejecución. Deciden que el normal los vea arder, así puede gritar con ellos.
   Pero ningún espectro más sería fusilado ese día. Lo siguiente se ve en cámara lenta. No me acuerdo la música de fondo, pero podría ser un aria de ópera como “Un bel di vedremo”[1].

   El oscuro agujero de la demolida puerta principal se ilumina desde afuera por el fogonazo de una ráfaga de municiones de 5mm, que se descarga sobre los dos supermutantes principales. No mata a ninguno, pero ambos giran, y Harry dispara su arma hacia el origen del ataque: los láser rojos, en un vuelo ralentizado, se pierden en la boca negra de la entrada, y sólo iluminan por un momento el arco vacío.
   Pero detrás de los invasores, en el momento en que giraron su cuerpo hacia la puerta principal, la pared del fondo (contra la que se apoyaban los condenados) cede lentamente mostrando el pasaje secreto. De la oscuridad viciada saltan varios espectros más, guiados por una que tenía el rifle de Set, pero que no era Set. Lejos de serlo. Se arrojan sobre Harry y Barry, y también en cámara lenta se cuelgan de ellos los que hasta segundos antes esperaban su fusilamiento.
  Albert estira el brazo y recupera su pistola de plasma. Sabe que apenas tiene carga, aunque con un disparo alcanzaría: Barry intenta disparar su lanzallamas sobre alguno de sus anteriores cautivos, hasta que siente la fría punta del arma en la nuca. Aquí se corta el tema lírico y vuelve todo a velocidad normal. Albert rechaza en su mente muchas frases hechas, y prefiere liquidarlo con una que venía guardando para la ocasión:
-Ésta es por Ian, mutante de mierda.
   Le descarga lo que quedaba del plasma en la cabeza, apretando el gatillo tantas veces como pudo en menos de tres segundos. En pocos segundos más, todo el cráneo del invasor se había convertido en la esperada masa derretida. El cuerpo cae, acéfalo, frente al frustrado paredón de fusilamiento.
     De las tinieblas nocturnas, que ya no tardarían mucho en dar paso a un nuevo día, surge una figura femenina, armada con un rifle de asalto y cubierta por manchas de sangre, de barro y de ceniza. Albóndiga ya estaba de nuevo junto a ella. Corren hacia los otros sobrevivientes, mientras desde los costados del edificio se oyen las botas de los últimos invasores, que han dejado de buscar al perro y corren hacia la entrada principal.
    Como le habían susurrado a Albert a través de la ranura de la puerta secreta, los espectros cumplen su parte del plan arreglado con Natasha: se encargan de Harry arrojándose todos sobre él, que dispara en vano láser tras láser, sin darle (casi) a nadie. Entre las manos y las lanzas de los mutantes radioactivos, Harry logra ver lo que queda de Barry. Lamentó ver el cadáver sin cabeza de su compañero, pero más lamentó que le faltara el lanzallamas. Para cuando sus enemigos logran reducirlo, ya ha perdido la vista y el uso de las piernas. Tiene varias cosas clavadas en el cuerpo y la cabeza, pero aún da pelea. Los defensores de Necrópolis lo liberan ante la indicación de Natasha.
 -¡Norrmales!- grita Harry, apuntando su cabeza ciega hacia la nada circundante- Zupermutantes siempre llegando, una y otra vez ¡Harry espera que estén corriendo, porque un lanzallamas no va a alcanzar contrra el resto de nosotros!
   La llamarada lo alcanzó desde el ángulo contrario al que estaba dirigiendo su amenaza.
-También tenemos pensado usar  tu rifle- le aclara Natasha, mientras lo calcina.
   El rifle láser cae al suelo cuando el supermutante intenta apagar el fuego que lo envuelve.
   Una vez muerto, siendo ya un cadáver carbonizado, con la carne negra y cayéndose a pedazos, se ve mucho menor. Reducido a brazas, era casi como un hombre normal.
-“El fuego purifica… lo decía San Agustín”- recita lacónicamente Albert, removiendo los restos de Harry para tomar el rifle láser. Sus soldados ya se han reagrupado, y están apostados al otro lado del salón.
   Natasha, parada estoicamente con el lanzallamas, no dice nada. Y Albóndiga, crispado a su lado, ladra con fuerza. Albert se suma al grupo, armado con su nueva adquisición. Habló en nombre de los tres viajeros.
-¡Espectros! Los invasores no son muchos. Pero no podemos dispararles a todos… ¿contamos con ustedes?
   Los necrófagos responden con un rugido. Los invasores dejan la entrada del salón, y corren hacia el centro con los puños listos. Cuando Natasha, Albert y Albóndiga se lanzan hacia adelante, los ciudadanos de Necrópolis los siguen sin dudarlo. La cámara los enfoca a los tres desde arriba, atravesando la nave central, cargados con sus enormes armas y seguidos por un reducido grupo de necrófagos, que corre tras ellos a la batalla.
   El choque, en el medio del “Salón de la muerte”, fue una victoria total para los defensores de Necrópolis. Los cinco o seis supermutantes fueron cayendo, ya sea partidos a la mitad por los rayos rojos que daban en el blanco (no tantos: Albert no podía controlar bien el rifle descomunal, aunque se había acercado a ellos tanto como pudo), ya sea corriendo en círculos, enloquecidos de dolor, mientras las llamas los devoraban (mucho más fáciles de disparar que los lásers, aunque Natasha apenas pudiera sostener la mole del lanzallamas y su alcance fuera poco). Uno sufría los dientes de Albóndiga, que no lo soltaba. Y si algunos querían huir, la horda de necrófagos enardecidos los reducía bajo un entramado de lanzas y puñales.
   Ningún invasor logró salir con vida. Pasado el amanecer, la luz del día ilumina el espectáculo horrible de los cadáveres, de diversos tamaños y tonos de verde. Los espectros, malheridos en su mayoría, se encargan de arrastrar los cuerpos afuera, acomodando sus muertos prolijamente para enterrarlos en un ritual más íntimo, y apilando los despojos de sus enemigos para quemarlos y dispersar sus cenizas.
   Albóndiga quedó masticando un enorme hueso que salvó de la hoguera (su botín de guerra), y Albert y Natasha finalmente pudieron abrazarse y hablar.
 Pero para enterarse de lo importante, es necesario hacer un salto adelante.

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[1] En realidad esa escena, en la película, estaba musicalizada con "La Misa de Réquiem", de Wolfgang Amadeus Mozart (N. del A.). 

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