Set no llegó muy lejos. Después de abandonar
a sus hombres a su suerte, recorre las alcantarillas escapando miserablemente.
En un recodo de las cloacas, lo sorprende el grupo de espectros que él mismo
exilió.
-Escapándote
como una rata- lo insulta la vocera de los exiliados.
Saben lo que está pasando arriba. Y no tienen
miedo. Y no están solos: terrible y armada, la habitante del refugio 13 sale de
la oscuridad de un túnel. Se entiende o se comenta que alcanzó la seguridad de
las cloacas y ha convenciendo a sus habitantes de sumarse a la lucha. La presencia
de Set allá abajo es una señal clara de que la batalla no es favorable para los
ciudadanos de la ciudad muerta, pero si pudiera contactarse con su compañero,
ella y los exiliados revertirían la situación.
Set agarra con firmeza su rifle, sin apuntar
a nadie aún: “Ya no queda nada arriba. Si quieren pueden seguirme, o quedarse
acá escondiéndose, que supongo que es lo que mejor saben hacer. O pueden subir,
a ser fusilados como los otros imbéciles que no supieron defender mi Salón.
Hasta su amiguito normal en este momento debe estar con ellos, todos juntos con
la espalda contra la pared”.
Natasha le apunta con su fusil, pero los
espectros pacifistas le piden que no dispare, que lo deje ir con su vergüenza.
-El rifle- le
exige la humana- El rifle se queda. Los que tenemos dignidad vamos a salir a
rescatarlos.
Set se ríe, pero la obedece. Les arroja el
rifle a sus antiguos subordinados, y se aleja insultándolos “Quédense con sus
amigos normales. No se puede confiar en ustedes ni para vigilar una bolsa de
mierda…”.
A punto de doblar por uno de los recodos, la
vocera le advierte:
-¡Por ahí no!
Hay un nido de ratas enormes en ese tramo del desagüe.
Set gira y toma el camino opuesto, sin dejar
de reírse despreciándolos. “Lamentables hasta el último minuto…”
Da unos pasos en la otra dirección, y unas
garras lo arrastran hasta el fondo del túnel. Entre los gruñidos de las
ratatopos, los exiliados y Natasha pueden escuchan los gritos finales del
antiguo líder de Necrópolis.
-Creí que se merecía más una muerte de ese
tipo- murmura la vocera, mientras lleva al grupo hacia la boca de alcantarilla
que los dejará en las cercanías del ayuntamiento- Además, tenemos que ahorrar
las balas para los invasores…
…………………………………
Harry entró en el “Salón de la Muerte” (que
ahora se había ganado el nombre, aunque no como lo hubiera querido Set) una vez
que los espectros no ofrecían ya ninguna resistencia. A los que quedaban vivos,
que no eran tan pocos, los supermutantes los empujaban contra el muro del fondo
del ayuntamiento. Como había predicho Set, en breve comenzarían los
fusilamientos. Albert, de pie y con la punta del lanzallamas de Barry sobre el
pecho, mira desafiante a sus captores. Harry se muestra contrariado sobre si
dispararle o no.
“Harry queriendo aplastarrte la cabeza contrra
el zuelo” reconoce finalmente la
abominación, pero sabe que las órdenes de su Teniente son llevarle a los
“humanos puros” intactos. Así que dispone mejor llevarlo con su jefe.
Sus hombres se mostraron decepcionados. Uno
de ellos argumenta que si ya venían disparándole antes por qué no darle ahora.
Harry le encaja una trompada en la cara al cuestionador, pero les concede que
pueden matar al perro, si lo encuentran. Albert sonríe.
-“Suerte con
eso”- Se arriesgó a decir, atrayendo de nuevo la atención de Harry sobre él-
¿Para qué nos precisa tu superior?
Harry, honestamente, no lo sabe. Según él,
los normales son bastante inútiles, pero la admiración hacia su jefe es mucha,
y está poniendo toda su fuerza de voluntad en cumplir con él. Albert insiste:
-¿Qué hacen
con los humanos como yo?
El supermutante le advierte que si sigue
preguntando irá a conocer a “Mite” sin
la lengua. Si el normal se queda callado, promete, podrá preguntarle al Jefe en
persona. Sabe que le gustan los interrogatorios: “Él hablar bonito. Pero
también pegando fuerte”.
Albert mira el exterior a lo lejos, a través
del agujero de la puerta. Allí, la oscuridad se disipa un poco, por el fuego
que todavía consume las maderas usadas para las defensas. Harry lo arrastra
junto a él y Barry indica a los otros soldados cómo alinear al resto de los
espectros contra la pared, con un obvio propósito. A ellos sí van a
interrogarlos en el momento, y por cada uno que no les dé información útil,
habrá un cadáver en el paredón. Albert trata de ganar tiempo, y se arriesga a
retomar la charla.
-¿Qué ganan
matando a estos pobres infelices? ¿No alcanza con sacarles su agua y su ciudad?
Esta vez, Harry lo calla con una trompada en
el estómago. Albert se dobla del dolor aunque, para el supermutante, el golpe
había sido bastante delicado. El líder de los invasores lo encuentra divertido,
y quizás por eso le ofrece una respuesta predecible: los espectros son débiles,
y el agua es para los fuertes. Pero agrega: “Ciudad Ezpektrro siendo ahora de
la Flema Sangrada del Maestrro”.
A Albert le llaman la atención esas últimas
palabras. Le recuerdan otra charla, ya lejana. "Será 'Flama Sagrada',
imbécil" piensa, riéndose para sus adentros mientras tose algo de sangre.
Quizás por "Maestro" se refiriera a ese tal “Mi Teniente”, el obvio
superior al que menciona siempre… pero el título no suena para nada militar,
más bien religioso.
-¿Maestro?-
pregunta desde el suelo, arriesgándose a recibir otro golpe, (pero esperando
que Harry no cumpla la promesa de sacarle la lengua)- ¿Quién es? ¿El
“Mite-niente”?
El supermutante se desconcierta… como si
tuviera necesidad de explicar algo que sabe importante, pero que no termina de
comprender. Entiende que el Maestro es otro líder… “komo un Zuper-Jefe…”
Abusando de la repentina verborragia de su
enemigo, insiste en preguntar.
-¿El mismo
super-jefe de los Hijos de la Catedral?
Harry se ríe, y muestra una cicatriz
especialmente larga en su pecho. Conoce a Los Hijos de la Catedral, le parecen
unas personitas amables y delicadas, de quienes tiene un buen recuerdo: “Harry
lastimarse feo una vez y ellos arreglarlo. Ahora, todo entero…”. De repente su gesto cambia a una expresión
oscura: se acordó de golpe de su promesa de mutilar a Albert- “En kambio el
norrmal preguntón…”
El ladrido de albóndiga, desde algún lugar
fuera del Ayuntamiento, los sorprendió a todos. Los supermutantes miran
anhelantes a su líder, recordándole su permiso para darle muerte. Harry se
preguntó cuántos sobrevivientes más habría alrededor. Les ordenó a sus hombres
que revisen el perímetro del edificio. Luego, él y Barry se prepararon para la
ejecución. Deciden que el normal los vea arder, así puede gritar con ellos.
Pero ningún espectro más sería fusilado ese
día. Lo siguiente se ve en cámara lenta. No me acuerdo la música de fondo, pero
podría ser un aria de ópera como “Un bel di vedremo”[1].
El oscuro agujero de la demolida puerta
principal se ilumina desde afuera por el fogonazo de una ráfaga de municiones
de 5mm, que se descarga sobre los dos supermutantes principales. No mata a
ninguno, pero ambos giran, y Harry dispara su arma hacia el origen del ataque:
los láser rojos, en un vuelo ralentizado, se pierden en la boca negra de la
entrada, y sólo iluminan por un momento el arco vacío.
Pero detrás de los invasores, en el momento
en que giraron su cuerpo hacia la puerta principal, la pared del fondo (contra
la que se apoyaban los condenados) cede lentamente mostrando el pasaje secreto.
De la oscuridad viciada saltan varios espectros más, guiados por una que tenía
el rifle de Set, pero que no era Set. Lejos de serlo. Se arrojan sobre Harry y
Barry, y también en cámara lenta se cuelgan de ellos los que hasta segundos
antes esperaban su fusilamiento.
Albert estira el brazo y recupera su pistola
de plasma. Sabe que apenas tiene carga, aunque con un disparo alcanzaría: Barry
intenta disparar su lanzallamas sobre alguno de sus anteriores cautivos, hasta
que siente la fría punta del arma en la nuca. Aquí se corta el tema lírico y
vuelve todo a velocidad normal. Albert rechaza en su mente muchas frases
hechas, y prefiere liquidarlo con una que venía guardando para la ocasión:
-Ésta es por
Ian, mutante de mierda.
Le descarga lo que quedaba del plasma en la
cabeza, apretando el gatillo tantas veces como pudo en menos de tres segundos.
En pocos segundos más, todo el cráneo del invasor se había convertido en la
esperada masa derretida. El cuerpo cae, acéfalo, frente al frustrado paredón de
fusilamiento.
De las tinieblas nocturnas, que ya no
tardarían mucho en dar paso a un nuevo día, surge una figura femenina, armada
con un rifle de asalto y cubierta por manchas de sangre, de barro y de ceniza.
Albóndiga ya estaba de nuevo junto a ella. Corren hacia los otros sobrevivientes,
mientras desde los costados del edificio se oyen las botas de los últimos
invasores, que han dejado de buscar al perro y corren hacia la entrada
principal.
Como le habían susurrado a Albert a través
de la ranura de la puerta secreta, los espectros cumplen su parte del plan
arreglado con Natasha: se encargan de Harry arrojándose todos sobre él, que
dispara en vano láser tras láser, sin darle (casi) a nadie. Entre las manos y
las lanzas de los mutantes radioactivos, Harry logra ver lo que queda de Barry.
Lamentó ver el cadáver sin cabeza de su compañero, pero más lamentó que le
faltara el lanzallamas. Para cuando sus enemigos logran reducirlo, ya ha
perdido la vista y el uso de las piernas. Tiene varias cosas clavadas en el
cuerpo y la cabeza, pero aún da pelea. Los defensores de Necrópolis lo liberan
ante la indicación de Natasha.
-¡Norrmales!- grita Harry, apuntando su cabeza
ciega hacia la nada circundante- Zupermutantes siempre llegando, una y otra vez
¡Harry espera que estén corriendo, porque un lanzallamas no va a alcanzar
contrra el resto de nosotros!
La llamarada lo alcanzó desde el ángulo
contrario al que estaba dirigiendo su amenaza.
-También
tenemos pensado usar tu rifle- le aclara
Natasha, mientras lo calcina.
El rifle láser cae al suelo cuando el
supermutante intenta apagar el fuego que lo envuelve.
Una vez muerto, siendo ya un cadáver
carbonizado, con la carne negra y cayéndose a pedazos, se ve mucho menor.
Reducido a brazas, era casi como un hombre normal.
-“El fuego
purifica… lo decía San Agustín”- recita lacónicamente Albert, removiendo los
restos de Harry para tomar el rifle láser. Sus soldados ya se han reagrupado, y
están apostados al otro lado del salón.
Natasha, parada estoicamente con el
lanzallamas, no dice nada. Y Albóndiga, crispado a su lado, ladra con fuerza.
Albert se suma al grupo, armado con su nueva adquisición. Habló en nombre de
los tres viajeros.
-¡Espectros!
Los invasores no son muchos. Pero no podemos dispararles a todos… ¿contamos con
ustedes?
Los necrófagos responden con un rugido. Los
invasores dejan la entrada del salón, y corren hacia el centro con los puños
listos. Cuando Natasha, Albert y Albóndiga se lanzan hacia adelante, los
ciudadanos de Necrópolis los siguen sin dudarlo. La cámara los enfoca a los
tres desde arriba, atravesando la nave central, cargados con sus enormes armas
y seguidos por un reducido grupo de necrófagos, que corre tras ellos a la
batalla.
El choque, en el medio del “Salón de la
muerte”, fue una victoria total para los defensores de Necrópolis. Los cinco o
seis supermutantes fueron cayendo, ya sea partidos a la mitad por los rayos
rojos que daban en el blanco (no tantos: Albert no podía controlar bien el
rifle descomunal, aunque se había acercado a ellos tanto como pudo), ya sea
corriendo en círculos, enloquecidos de dolor, mientras las llamas los devoraban
(mucho más fáciles de disparar que los lásers, aunque Natasha apenas pudiera
sostener la mole del lanzallamas y su alcance fuera poco). Uno sufría los
dientes de Albóndiga, que no lo soltaba. Y si algunos querían huir, la horda de
necrófagos enardecidos los reducía bajo un entramado de lanzas y puñales.
Ningún invasor logró salir con vida. Pasado
el amanecer, la luz del día ilumina el espectáculo horrible de los cadáveres,
de diversos tamaños y tonos de verde. Los espectros, malheridos en su mayoría,
se encargan de arrastrar los cuerpos afuera, acomodando sus muertos
prolijamente para enterrarlos en un ritual más íntimo, y apilando los despojos
de sus enemigos para quemarlos y dispersar sus cenizas.
Albóndiga quedó masticando un enorme hueso
que salvó de la hoguera (su botín de guerra), y Albert y Natasha finalmente
pudieron abrazarse y hablar.
Pero para
enterarse de lo importante, es necesario hacer un salto adelante.------------------------------------
[1] En realidad esa escena, en la película, estaba musicalizada con "La Misa de Réquiem", de Wolfgang Amadeus Mozart (N. del A.).
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