En el horizonte vemos las montañas del
norte, la zona de las Tierras Baldías en la que, según los mercaderes, se
perdían numerosas caravanas. El grupo ya había dejado atrás los rascacielos
oscuros de Necrópolis y se internaba en un territorio que, descontando los
peligros invisibles que temen los comerciantes, ellos sabían al menos poblada
de piratas del desierto.
Aunque eso parecía ahora una vieja amenaza
de otras épocas. Sin subestimar a los asaltantes de caminos, después de un
enfrentamiento con unas criaturas sobrehumanas, con armas láser y entrenamiento
militar, unos cuantos pandilleros sonaban menos terribles que al comienzo de su
aventura.
Y, sin embargo, los hombres de Garl
"Mano-de-la muerte" seguían siendo un peligro.
No estaban lejos de su guarida principal,
por lo cual era llamativo que no se hubieran encontrado con alguna patrulla.
Quizás las partidas de piratas estuvieran ocupadas en otros asuntos. No
tardaron mucho en suponer en cuáles: pronto vieron el humo levantándose a la
distancia… una gran humareda, que podría significar el incendio de un bosque o
un asentamiento. Y por allí no había bosques.
Natasha tuvo un pequeño acceso de esperanza:
“¿El campamento pirata…?”
Pero Ian se la arrancó de cuajo: “El humo
viene de un poco más lejos”. Todos sabían lo que eso significaba.
“Tandi…” pensó Albert, viendo arder a lo
lejos lo que muy probablemente era el pueblo de la joven.
Los habitantes del refugio redireccionan
automáticamente sus Pip-Boy, y tuercen el camino hacia donde el mapa en la
pantalla les indica que está la primera localidad que visitaran en su viaje.
Ian, autoritario, les lanza la pregunta “A
dónde van”, que sin dudas es en realidad una orden para que se detengan. Los
viajeros balbucean una explicación obvia sobre ayudar a la gente de Arenas
Sombreadas, pero su amigo los interrumpe, sin ánimos de discutir: “No pueden
ser los héroes de cada pueblo: están a un paso de salvar a su propia gente. Ni
tienen tiempo para hacer todo, ni pueden arriesgarse a perder ese chip”. Con
pocos rodeos, les da un buen baño de realidad: no podían desviarse, tal vez el
peligro hubiera pasado… o quizás ya no hubiera nada que rescatar. Ian insiste
hasta convencerlos de que sigan su camino. Él se acercaría a ver qué había
pasado en Arenas Sombreadas.
No fue fácil la despedida. Los habitantes
del refugio retrasaron esa decisión proponiendo otras alternativas, que hasta
incluían enviar a albóndiga sólo al refugio, con el chip atado al lomo. Al
final ganó el sentido común, y tuvieron que decirle a Ian que podía irse.
Se da un fuerte apretón de manos con Albert
y, poniéndole una mano en el hombro, le dice algo tranquilizador al oído
(Natasha creyó escuchar el nombre "Tandi") y, cuando su compañera de
viaje le tiende la mano, se inclina tanto como se lo permite su espalda (aún en
recuperación) y le da un elegante beso en los dedos.
-Cuántos
modales de repente… casi lamento no poder presentarte ante los habitantes del
refugio.
-No te hagas
ilusiones. Escuché que esos lugares son lindos y limpios. Quizá demasiado
limpios para mi gusto… no encajaría nunca.
Se prometen cuidarse, para un reencuentro lo
más urgente posible en Arenas Sombreadas. Pero los habitantes de la Bóveda
temen que, aun llegando a tiempo a su refugio, los demoren allí demasiado y
acudan tarde al rescate de la aldea de Aradesh. Y además, teniendo en cuenta
las condiciones de su Supervisor, siempre está presente el temor de que, una
vez adentro, la puerta blindada no vuelva a ser abierta. Ian no les da tiempo a
arrepentirse, y se aleja al trote lento, en dirección al humo.
Sus huellas en la arena se borrarán poco
después de que su figura se pierda entre las dunas. Sin ningún sobresalto, lo
que queda del grupo recorre el último tramo de su viaje.
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