CAPÍTULO 32: “Los otros espectros”

    La tapa de la cloaca había cedido en el momento justo. Natasha, luego de correr hasta ella, casi se desgarra un músculo levantando el pesado disco de metal. Pero valió la pena, sin esa idea salvadora no hubieran escapado. Sus compañeros llegaron a tiempo para bajar por la resbalosa escalera de manos, luego de hacer retroceder a los necrófagos con sus últimas balas. Ella rugió la orden de que la esperen abajo, y desde los escalones más altos siguió disparando a la boca de la alcantarilla abierta, llamando a Albóndiga entre balazo y balazo. Cuando finalmente el perro cayó sobre ella, se hundieron los dos en la blanda inmundicia del fondo del desagüe.
   Pero los cuatro estaban vivos. Ningún atacante bajó tras ellos, lo cual no los llega a  tranquilizar: si algo mantenía a los necrófagos fuera de ese laberinto de cloacas, debía ser muy peligroso.
   Se recomponen y caminan en silencio, chapoteando sobre el agua estancada, pisando restos de ratas y montones de mierda acumulada. La oscuridad no era total, ya que otras bocas de alcantarilla iluminan los túneles de tanto en tanto. Casi todas están vigiladas desde arriba por grupos de mutantes. En un giro súbito vieron, justo delante de sus ojos, la luz de una fogata.
   Había unos bultos esparcidos alrededor del fuego… los viajeros intentan retroceder sin hacerse notar, pero Albóndiga suelta un ladrido que resonó en todas las paredes de las cloacas: algunos de los bultos se mueven, y uno de ellos se incorpora, levantando dos manos esqueléticas:
-¡Por favor, no disparen!- Les ruega el espectro al ver sus armas desenfundadas (las cuales, por cierto, ya no tienen balas).
   Los viajeros, aprovechando esa ventaja falsa, se acercan midiendo la posible amenaza.
   Era un campamento de cuatro o cinco mutantes, aún más miserables que los de arriba, pero claramente más civilizados: sin ánimo de iniciar una pelea, se muestran dispuestos a hablar. La necrófaga que se había adelantado a pedirles piedad, les explica sus intenciones pacíficas, las cuales les habían valido la expulsión de la superficie, por orden del cruel líder de los necrófagos de Necrópolis.
-¿Entonces hay alguien a cargo de esta ciudad?- pregunta Natasha, ya menos invadida por el asco hacia los humanos desfigurados- Pensé que vivían en la anarquía total… ¿Qué saben de él?
   “Set es un necrófago que maneja la ciudad con mano de hierro”, le dicen. “Aunque mantiene cierto orden entre los habitantes, y ha organizado una constante defensa contra posibles amenazas externas, no duda en castigar a quienes se le opongan”. Ellos, como seres todavía razonables y conciliadores, lo habían “hartado con sus quejas”, decía, y resultaron exiliados donde se encontraban. Se habían opuesto a ciertas medidas tomadas por Set para defender la ciudad de “los invasores…”
   Ian le pregunta sobre esos invasores.
“Desde hace un tiempo, una clase distinta de mutantes se instaló en el este de Necrópolis, y desde ahí le quitaron mucho poder a Set. Eso lo hace enfadar: no los hemos visto, pero parecen mejor armados que sus guardias. Set tiene a todos los ciudadanos en pie de guerra, y a veces pienso que nos mantiene vivos sólo en caso de que nos precise para la última defensa de su régimen”.
-Al este…-recordó Albert- ¿Desde allí es de donde viene el agua?
- Venía- dijo la vocera humildemente- no se sabe qué bando rompió la bomba de agua, pero desde que sus partes principales se perdieron en las cloacas, tenemos que negociar con ellos las raciones diarias.
-¿Y con esas partes perdidas, dónde sacan agua ahora…?
 La necrófaga respondió con naturalidad:
-Del refugio subterráneo, claro.
    Sus ojos, casi fosforescentes, se abrieron mucho al ver el efecto que produjeron sus palabras en los extranjeros.
   Albert y Natasha no pudieron disimular su emoción. Por poco no abrazan el cuerpo consumido de la vocera de los espectros cuando la escucharon.
   Albert se tomó un instante para sonreír a Ian, quien leyó en ese gesto un clarísimo y soberbio “tedijequeeseputoholodiscoeraunabuenainversión”. Luego se recompuso, y se volvió para retomar el interrogatorio.
   Pero la actitud de los habitantes de las cloacas había cambiado. Ahora todos están incorporados, y algunos han cerrado los puños.
-¿Qué vinieron a buscar a Necrópolis?- pregunta con aspereza uno de ellos- ¿por qué tanto interés en nuestra agua?

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